Abate un corzo de ensueño el primer día de la temporada
Crónicas de caza

Abate un corzo de ensueño el primer día de la temporada

Cuernas altas, gruesas como las de un ciervo y unas rosetas fuera de serie. Así es el corzo del que os contamos el lance a continuación.


El protagonista de estas líneas es Ricardo Riera, un cazador catalán de 41 años que lleva toda una vida dedicada a la cinegética. «De casta le viene al galgo», ya que es hijo, nieto y bisnieto de cazadores.

Amante de la observación, de la valoración y de la fotografía de la naturaleza, el rececho es la modalidad que más practica. El corzo y el sarrio, sus especies favoritas. Al menos si hablamos de las nacionales, dado que Riera ha cazado en repetidas ocasiones fuera de España. «Cuatro safaris entre Sudáfrica y Tanzania y varias cacerías en América y Asia» —señala.

Pese a tener un amplio palmarés e innumerables trofeos en su pared, para este cazador el mayor trofeo, asegura, es llegar a conocer las costumbres y querencias de las especies, entender y saber interpretar la naturaleza. «Hoy en día disfruto mucho más la parte de gestión que la del lance y abate» —nos cuenta Ricardo.

Es un firme defensor de la montería tradicional, del compañerismo, la amistad y el protagonismo de las rehalas por encima de la caza comercial, los resultados garantizados y los cercones. Considera Extremadura la cuna de la montería y siente devoción por ella, razón por la cual casi siempre montea allí, tanto entre amigos como con la orgánica Sierra de San Pedro, capitaneada por José Higuero.

La vida que casi le arrebata un accidente se la devolvió la caza

Hace unos años, realizando un stage de perfeccionamiento de alpinismo en el Pirineo, sufrió un brutal accidente. «Varios alpinistas se precipitaron y en su caída me arrastraron desde una altura aproximada de 60 metros» —cuenta Riera.

Rompió muchos huesos, entre ellos tres vértebras, una de las cuales se astilló perforándole la médula espinal. Como consecuencia sufrió una lesión medular que lo dejó durante mucho tiempo en silla de ruedas.

A base de mucha rehabilitación y amor propio consiguió volver a ponerse en pie y con la ayuda de un bastón o una muleta logró volver a salir al campo.

Además de un avezado cazador ha sido siempre un gran deportista que cruzó la meta de varios ‘Ironman’ y maratones internacionales. Por desgracia, no volvería a correr y lo sabía. La caza desde entonces le devolvió la vida, pasó de ser su pasión a su motivación para seguir adelante.

«Durante todo este tiempo mi mayor estímulo para seguir adelante ha sido la posibilidad de seguir cazando, lo cual puedo hacer con relativa normalidad a día de hoy» —asevera Riera.

Por todo lo anterior, por el gran esfuerzo que pone en cada una de sus salidas al campo, en 2023 le hicieron cofrade de la hermandad Culminum Amicus, hermana menor de Culiminum Magister. Un reconocimiento del que no puede sentirse más orgulloso.

No image

Imagen del impresionante corzo abatido el primer día de esta temporada.

El corzo de ensueño

Llevaba siguiendo sus pasos desde el mes de febrero, por lo que conocía prácticamente a la perfección sus querencias y costumbres.

Muchas semanas observándolo, valorándolo, soñando con él. El sueño se cumplió el primer día de la temporada.

Como un niño la mañana de Reyes, Ricardo madrugó para llegar al campo antes de que amaneciese. Una vez había llegado a la zona que el corzo solía frecuentar junto a varias hembras, escudriñó cada uno de sus rincones.

Fiel a sus costumbres, allí estaba, donde lo había visto tantas y tantas veces.

No image

Ricardo, feliz junto al gran corzo. A la derecha, vista superior en la que observamos el trofeo en todo su esplendor.

Un lance largo pero seguro

Los separaban exactamente 317 metros, sería un tiro largo. Nuestro protagonista, seguro de sí mismo y de su equipo, estaba convencido de que lo conseguiría. Muchas horas en el campo de tiro afinando la puntería y muchos años recechando lo avalaban.

Con sigilo se tumba en el suelo y encara su .270 wsm. La cruz en el codillo, la culata inmóvil. «Como me han enseñado mis maestros, inspiro hondo y espiro suave y prolongadamente mientras me concentro en mover solamente la falange más distal de mi dedo índice para que la yema acaricie el gatillo» —narra el protagonista.

El retroceso del arma lo sorprendió y su experimentado oído sabe lo que acaba de suceder: ¡Había sonado a carne! Sin confiarse se incorpora para localizarlo. La reacción de las hembras confirmaban sus sospechas. Lo esperan extrañadas a la orilla del monte sin saber aún que esta vez no las seguirá.

No pudo evitar emocionarse. Tantas horas de observación habían dado su fruto y el trabajo bien hecho se vio recompensado. Un animal precioso, con un trofeo que llama la atención, al que Riera apodó El corzo de la Esparceta. Un ejemplar cuyo recuerdo guardará eternamente y al que honrará en la mesa con su familia haciendo un aprovechamiento total de su carne.

A sus maestros

«Gran parte de mis conocimientos cinegéticos se los debo a mi abuelo paterno, a mi padre Tomás y a Ramón Ferrándis (orgánico pionero en la caza comercial en España que falleció hace pocos años). También a mi buen amigo Mario Migueláñez, quien tuvo menos suerte que yo y falleció hace unos años en un accidente de caza en alta montaña en Asia».

Comparte este artículo

Publicidad