Consigue un triplete de jabalíes con un monotiro recechando en el Valle d’Aran
Crónicas de caza

Consigue un triplete de jabalíes con un monotiro recechando en el Valle d’Aran

El cazador Joan España Salesa logra abatir tres jabalíes con un monotiro. Uno de los ejemplares resultó ser, para sorpresa del cazador, un macho enorme de afiladas navajas y gruesas amoladeras.


Joan, además de ser un apasionado de la montaña y la cinegética, es un experimentado tirador con armas de fuego y un diestro arquero. Ya sean con rifle o con arco suele compartir todas sus jornadas y lances con sus seguidores en redes sociales, a través de su Instagram, su Facebook y su canal de YouTube.

Un hallazgo prometedor

Nuestro protagonista se encontraba en Lérida, concretamente en el reputado Valle d’Arán, el paraíso de cualquier jabalinero. Después de haber caminado por sus bosques y peñas el cazador llegó a unas hozadas frescas. Había huellas de numerosos animales. Entre ellas destacaban unas “muy, muy grandes, casi el doble que las demás”-señalaba Joan. Decidió volver a ese mismo sitio por la tarde, acompañado de su progenitor y equipado con su monotiro K95 ultimate cal. 270; visor Blaser B1 infinity 2,8 a 20 x 50 y sus prismáticas Primus 8x42.

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Equipo de la firma Blaser propiedad Joan.

Su padre se quedaría en la zona baja y él en la de más altura para, entre los dos, controlar el máximo terreno posible y tener más opciones de éxito.

Mejor tarde que nunca

Busco el aire y como en una atalaya. Me coloco en un punto elevado, la panorámica es increíble. El sol empezaba a caer y los animales a moverse. El cazador esperaba a que la piara cuyas huellas había encontrado por la mañana se dejara ver, pero “jamás hubiera imaginado lo que estaba a punto de suceder”-cuenta España.

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El cazador inspeccionando los emblemáticos rincones del Valle d'Arán.

Aunque la luz menguaba sin cesar y parecía que no iba a tener suerte, ya sabemos cómo es de imprevisible y caprichosa la caza. Aguanté hasta bien entrada la noche, escudriñando cada palmo de terreno con los prismáticos. De repente, un bulto negro llamó mi atención.

Uno no, ¡resultaron ser quince jabalíes! aunque ninguno parecía ser el de las enormes pisadas que había visto esa mañana. Se encontraban aproximadamente a 350m por lo que el cazador decidió hacerles una entrada para recortar distancias y poder valorar convenientemente a los animales.

Objetivo localizado y un lance bien jugado

A escasos 200m y evitando llamar la atención de los suidos, Joan decide apostarse tras unas rocas y apoyar su rifle mientras seguía en busca del dueño de aquellas huellas que había fijado como objetivo. Sin apenas luz y sin separar un minuto los prismáticos de la cara, ve como un ejemplar joven sale corriendo, y a continuación, un gruñido. “Tenía que ser él” —pensó Joan sin perder la esperanza, y sí, ¡era!

Era el doble de grande que los demás, su silueta de macho a contraluz lo delataba.

Midió la distancia que les separaba: 170 metros. Enciende la retícula, mete al jabalí en el visor y espera pacientemente a que el animal se gire para tener un blanco seguro y jugar un lance exitoso. Una decisión de lo más acertada que se vería recompensada en pocos segundos. Dos pasos y se ladea. Joan quita el seguro, respira profundo y suavemente acaricia el gatillo. La detonación sorprendió al cazador y el jabalí cayó fulminado.

Los otros dos jabalíes

Con el disparo se produjo la estampida. El resto de los ejemplares salieron corriendo a gran velocidad, entremezclándose unos con otros. Veloz tuvo que ser Joan para lograr la jugada que estaba a punto de ganar.

Se puso en pie, abrió la báscula, cargó el monotiro y metió otro jabalí en el visor. Corrió el brazo y efectuó el segundo disparo de la noche, también certero. Con una grotesca voltereta el animal rodó por el suelo.

Tras cargar una vez más, y justo antes de que la piara se adentrara en el monte, le tiró al último de la piara que también acusó el impacto y se perdió en la espesura a causa de la inercia.

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Joan y los tres jabalíes.

Ya sin luz mi padre me llama por la emisora:

—¿Que ha pasado?

—He tirado al gordo y a dos más, creo que han caído los tres.

—¿Con el monotiro te ha dado tiempo?

—¡Sí! ¡Sube que tenemos trabajo!

Dos hembras y el gran macho

Lo primero que hizo fue ir en busca del último jabalí. Lo pisteó y encontró, a escasos 30m de donde le había tirado. Era una hembra de buen tamaño. La llevó hasta donde estaba el segundo jabalí que resultó ser otra hembra similar en dimensiones a la primera.

Le esperaba la mayor de las sorpresas. A medida que se iba acercando al macho podía ver que de la boca le sobresalían unas largas navajas y unas gruesas amoladeras. Se apresuró para llegar y se arrodilló frente a él. Levanto su cabeza. No me lo creo. Es muy grande, quizás el más grande al que he tirado jamás. Sólo practico la caza a rececho, y sé lo que cuesta dar con un animal como este, viejo y resabiado, capaz de sobrevivir a los duros inviernos en los Pirineos.

Un animal veterano, curtido en mil batallas, que ganó la partida a los perros en multitud de batidas. No sólo se trata de una gran boca, sino de un animal con gran historia y ese es el mejor de los trofeos para el cazador.

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Colmillos y amoladeras del gran jabalí.

Joan empezó a eviscerar a los animales para facilitar su transporte y en pocos minutos vio el frontal de su padre acercándose: “¡¡¡Es enorme!!!”- exclamó su progenitor. Tras darle la más sincera enhorabuena, padre e hijo se fundieron en un cálido abrazo.

Mientras le cuento lance, mano a mano limpiamos los tres animales y empezamos a dar viajes al coche. Les tiré a las 8 de la tarde y eran las 3 de la madrugada cuando por fin tuvimos las tres piezas en el frigorífico, listas para ser procesados después de pasar las pruebas sanitarias pertinentes.

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