Falconeti

Hace varios años escribí ‘Falconeti’, uno de mis artículos más queridos y que los lectores recuerdan con más simpatía. Entre ellos, Eduardo Coca, con el cual he compartido tribuna y amistad todos estos años.


Se publicó en Federcaza en 2008 y hablaba de un perdigón de reclamo que perteneció a otro amigo y maestro de caza, Félix Rodríguez. Respetando lo esencial, y con el mayor de los cariños (y por tanto el peor de los consejeros) lo he reeditado para Club de Caza: No recordaba un invierno tan duro, tan invierno. Si comparo con los años pasados, me viene a la memoria quizá la Navidad del año 1997. Recuerdo que un día nevó, y hubo que dejar la hacienda, recoger las varas, los mantones y volverse al pueblo. Lumbre, vino e historias, algunas cómo no, de caza. Al fin y al cabo estábamos de temporal. Creo que fue aquel día cuando Félix Zurriago nos agasajó con la historia de Falconeti que, ¡agárrense los machos!, era el nombre de uno de sus perdigones. Zurriago debería significar «hombre que sabe vivir». Ha hecho célebre entre otras la frase «beber vino que hablamos», que ahí es ná. Como Neruda, confiesa que ha vivido. Fue en esa Navidad en Albaladejo cuando nos contó cómo un día que se dirigía a comprar matarratas y algunos cachivaches a Villanueva de la Fuente, sintió un golpe seco en la parte delantera del coche. Paró y vió por el retrovisor un perdigón tendido en el asfalto de aquella carretera comarcal por la que en aquel momento no paraban ni las águilas. Pensando en que espesara el caldo, lo echó al maletero, hizo sus recados y volvió al pueblo. A mitad de camino empezó a «oir botijazos» en la trasera del R-12 que conducía. Al llegar al corral y abrir el maletero se dio cuenta que el perdizo aquel había revivido. Era una especie de Lázaro patirrojo. Cojo, ciego de un ojo y aliquebrado el bicho, Félix lo cuidó. El pájaro se espabiló y vivió. Tan maltrecho quedó, que decidió llamarle «Falconeti», como al malo de tele, también mutilado: cojo, manco y tuerto. Un poema. Zurriago lo enjauló, y un día se lo llevó de puesto a los Toconares. El perdigón resultó un fuera de serie, un verdadero Casanova en esto de atraer a las perdices de campo para que su amo las apiolara. Según Zurriago, el animal debió pensar: «tu me has revivío, pues yo te voy a corresponder». ¡Angelito! Y claro, en lo único que podía corresponderle el animalito era en cantar en la jaula y atraer a sus parientes de campo en la temporada de reclamo. Era un verdadero hijo de puta, decía; disfrutaba cuando le mataba los pájaros del campo, «se ponía mu flamenco». Sin que suene a chanza, la relación entre Falconeti y su dueño llegó a ser tan estrecha que, cuando le apetecía, le abría la puerta de la jaula y Falconeti se solazaba, picaba las hierbas del campo y se daba un paseo, para después, obediente, volver a su jaula. A su amo le gustaba decir que «aquel animal tenía más conocimiento que muchas personas». A mí, que su amo cocina las mejores cortezas de este mundo. Tanto conocimiento llegó a tener Falconeti que su mentor, que tenía una discoteca, lo soltaba en un extremo de la barra para deleite de parroquianos, y el perdigón, entre gordas y vasos de cuello largo, se paseaba de un lado a otro por el madero en plan pirata cojo. Al final, a Falconeti, el arrogante perdigón que se contoneaba cojitranco por la pasaralela de whiskys y botellines de la discoteca FEMAR, el que sobrevivió a un accidente de coche, se lo llevó por delante un plomo rebotado uno esos días plomizos de febrero. Descanse en paz.
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