Apuntes galgueros

Solamente hay dos circunstancias en la llanura y el páramo del ruedo ibérico capaces de detener el tiempo a ojos del más común de los mortales, ese rayo que cae en el anochecer de una tormenta de verano y ese preciso instante en que la traílla se abre par


Mucho se ha escrito sobre la preparación del galgo para carreras y competición, sobre su alimentación, entrenamiento, cría, lesiones etc… Todo ello ha ido evolucionando con el paso de los años consiguiendo unos niveles de perfeccionamiento similares a los de los deportistas de élite.

Pero para mí el aspecto más importante de todos es la línea de sangre que sigue el galguero a la hora de seleccionar sus ejemplares. El punto de partida siempre ha de ser el profundo conocimiento de la liebre, de su naturaleza, costumbres y fortalezas que suelen variar dependiendo de los distintos hábitats peninsulares, porque al final y desde siempre es la liebre la que hace al galgo y es el galgo el que hace al galguero.

El buen aficionado debe ser persona con temple, tranquila, paciente, sabedor que las cosas del campo y la naturaleza requieren su tiempo. Llegar a conseguir una línea propia de calidad contrastada requiere muchos años de intensa dedicación al perro, de dotes observadoras, de aprender de los errores y los aciertos, sabedor de que la genética en el galgo no es una ciencia exacta, sino más bien una lotería a la que hay que tentar.

Conseguir una buena casta es como crear una obra de arte, similar a ese bloque de granito tosco que llega a las manos del escultor y, cincel en mano, golpe a golpe, va dando forma a la obra inmaterial que tiene en su mente. Esto mismo le sucede al aficionado cuando aprecia en el campo un ejemplar de su casa, de su raza, de su casta que satisface sus expectativas, funcionalidad, codicia, velocidad, rusticidad, aguante y dureza. En definitiva, un galgo que transmite ese cúmulo de sensaciones que solo algunos somos capaces de entender.

Es la línea de sangre en definitiva, un proyecto de vida, es el taller del artista donde se crean obras de arte tan perfectas como efímeras, y en la que deberá seguir trabajando sin descanso hasta el final de sus días como galguero para mantenerla.

Unión espiritual del ser humano con el animal

El buen aficionado es consciente de cuando tiene un galgo entre sus manos, de que posee a la criatura más veloz jamás creada por el ser humano sin ayuda mecánica, moldeada durante miles de años para batirse en duelo en la llanura con el más veloz de los lagomorfos, a quien la naturaleza ha dotado a través de la evolución de millones de años de unas cualidades innatas para la velocidad en campo abierto.

Es por ello que la relación ente galgo y hombre no debe basarse en la dominación, sino en el entendimiento y respeto mutuo, en ser consciente de la condición del otro, en el binomio perfecto para dar caza a la liebre. El galgo no es como otros animales domésticos que siguen ordenes o instrucciones de sus conductores, es un animal que lo único que hace es ser fiel a su instinto más primario, grabado a fuego en su ADN, correr para dar caza a la liebre, más cerca del ancestral predador que dio origen al perro, tal y como hoy lo conocemos, diferenciándose así del resto de razas caninas, creadas para la sumisión y subordinación a las ordenes de su dueño —con el permiso de los podenqueros—.

Debe por ello el galguero saber gestionar el tiempo, bien escaso en nuestros días, robándoselo a la familia, al trabajo y a otros quehaceres para, a base de dedicación, de estar con sus perros, de paseos, de entrenamientos, llegar a conocer la psique del animal, para dominar los procesos conscientes e inconscientes propios de la mente del lebrel. Esto último servirá sin lugar a dudas para controlar los muchos factores orgánicos que afectarán al rendimiento en campo.

Al final nuestros perros son seres vivos, con días mejores, peores, lesiones y molestias… muy similares a los nuestros, pero dentro del patrón de conducta canino. Solo pasando tiempo con ellos seremos capaces de llegar a tener esa relación tan especial de llegar a entenderse con la mirada, respetando siempre el lugar de cada uno, siempre lejos de los nuevos patrones animalistas que tienden a personificar a los animales y alejarlos de su verdadera naturaleza, para la que fueron creados.

El nacimiento de un campeón

Solo cuando se ha adquirido el saber casi perfecto, únicamente cuando se tienen los valores y principios antes mencionados, se puede conseguir alcanzar la virtud, la perfección de criar un campeón, no solamente de campeonatos y copas sino de sueños y recuerdos de esas carreras que jamás olvidaremos y de las que están por venir, que unieron y unirán para siempre el alma del hombre y del animal con el cielo y la tierra en una mística perfecta.

El retiro del galgo

No quería dejar pasar la oportunidad para aprovechar la ocasión en este artículo para remarcar con tristeza cómo muchos galgos, una vez finalizada su carrera deportiva o meramente cinegética, son ofrecidos como animales de compañía en páginas web de anuncios, con el único afán de su propietario de renovar la cuadra y quitárselos de encima, carnaza para que los animalistas alimenten su odio al colectivo galguero.

El buen aficionado solo cría lo que sabe que va a poder sacar adelante en las mejores condiciones, se hace responsable de que los animales que ya no corren disfruten de su merecido descanso, bien en su casa o en la de un conocido.

El galgo debe nacer y morir en casa de un galguero, no es ético ni moral llevar la reproducción del galgo a fines consumistas y hedonistas, criar y criar para satisfacer ansias de malos aficionados que solo piensan en conseguir el reconocimiento propio de todo un colectivo sin respetar las viejas tradiciones.

Quería dedicar estas línea de manera especial a Leandro Pérez, amigo de la infancia y que tantas veces me ha emocionado en el Nacional 2019 con su galga Chaparra de Triki, ‘Chaparrita’, la única capaz de pegarle a las liebres cuesta arriba y de cara al perdedero.

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