Corzos por doquier

Está comprobado como, después de veinte siglos, la fauna que conocemos como especies cazables en España es parecida a la de entonces. La orografía peninsular y el clima no han variado excesivamente. Resultan incluso imperceptibles, hasta el punto de no haber afectado para nada a la caza. De tal forma que las aves y los mamíferos, al desarrollarse en un medio ambiente semejante se han perpetuado.


Ahora bien ¿sus poblaciones son las mismas? Rotundamente no, inferiores a las de antaño. La siembra de cereal y el maíz se ha intensificado y para las aves granívoras como para las mayores es uno de los pilares de su alimentación. Hay un animal junto al jabalí y las torcaces que está rompiendo todos los esquemas por su exultante progresión, el corzo. Es tal su número que a nada que observemos atentamente —al atardecer y al amanecer— los veremos pastando próximos a la carretera. Todo un espectáculo inédito hace 15 años. De siempre hemos situado al corzo en zonas boscosas con pequeñas camperas en su interior donde normalmente se nutre de hierba, aunque no desestime cualquier brote arbóreo. Por eso era previsible que poco a poco fuese ocupando todo el norte peninsular, incluida Euskadi, la más tardía en ser colonizada. Se fue despoblando el medio rural, la presión cinegética en los grandes macizos montañosos se incrementó y los corzos poco a poco se fueron desplazando a zonas donde el invierno era más llevadero. El caso es que los montes se fueron cerrando —apenas se corta leña para los hogares— y corzos tenemos a las puertas de cualquier caserío y en las zonas cerealistas. ¡Quien lo iba a decir! Ni el más avezado de los cazadores podría imaginarse que un animal de cierto porte que precisa follaje para encamarse y pasar desapercibido haya ocupado los páramos donde no hay ni una brizna de hierba. No es raro pues escuchar a los cazadores de perdices «vemos más corzos que patirrojas». Además, el cereal les va que ni pintado para desarrollar las mejores cuernas. Esto ha supuesto que sean cada vez más los cazadores que se dediquen a rececharlos. Los aficionados están mejor preparados para esta modalidad, con sofisticadas lentes, telémetros, ropa de camuflaje y rifles ligeros con calibres de alta velocidad. Difícilmente volverá a levantar las orejas un corzo si un buen tirador logra aproximarse a 250 o más metros. Las nuevas tecnologías han hecho que algunos cazadores se apoyen más en la técnica que en los conocimientos. No sabrán leer el monte y entrarle a tiro como los pocos aficionados de antaño, pero tampoco les hace falta porque las oportunidades surgen fácilmente. Recuerdo que hace 40 años la mayoría de los aficionados no teníamos siquiera visor y los pocos afortunados que lo poseían eran de escasa calidad y precisión. Pues eso, una bendición de Dios este emblemático animal, misterio y alegría del monte. Las capturas de momento, como era de esperar, bien.
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