Un problema de ética individual

A pesar de que está demostrado científicamente que la agricultura intensiva ha motivado una espectacular reducción de la fauna avícola, algunos grupos ecologistas medianamente rigurosos no escatiman a la mínima medios para dirigir sus críticas hacia la práctica de la caza con argumentos sentimentalistas carentes de rigor científico.


Así y todo no deja de ser preocupante que oscuros intereses pretendan desviar esta realidad cuando el descenso de toda clase de aves protegidas se constata día a día. ¿Dónde están sino los millones de pajaritos que nos visitaban en octubre y retornaban a sus lugares de nidificación en marzo? ¿Qué clase de escopeta misteriosa termina con ellos? El veneno que inunda los campos impidiendo la coexistencia de la biodiversidad. Que a uno le parezca cruento cazar no deja de ser un problema de ética individual por su visión urbanita de la naturaleza. Otra cosa es la realidad de la misma. Da tristeza observar que estemos llegando a tal punto de sensiblería que la muerte violenta de una persona suscita menos interés que la imagen en alta mar de un cormorán impregnado de petróleo. Alguien deberá poner freno a esta evolución antinatura de los sentimientos porque de seguir así llegaremos a perder valores inherentes de las personas en beneficio de unos animales hiperhumanizados. Afortunadamente todavía en los pueblos de las sierras de este país para definir el talante de una persona se considera de manera importante su calidad como venador. No así a las cabezas pensantes del Parlamento Europeo, rápidamente se posicionan a favor de las tesis de los grupos verdes. Ahora resulta que hay que hacer tabla rasa con gran parte de las tradiciones cinegéticas de especies menores que se practican después del 31 de enero. ¿Tan torpes serían nuestros antepasados para no darse cuenta con el paso de los años que estaban tirando piedras sobre su propia cabeza? Máxime tratándose de migradoras donde la gestión es más selectiva si cabe. Estos gestores han tenido la visión de entender que los males por principio emanan de esos que tiran veneno por los cañones de las escopetas. De esos pobres diablos que pagan cantidades leoninas para ejercer su derecho a cazar de forma que algunos dirigentes políticos incapaces de distinguir una gaviota de una torcaz puedan seguir manteniéndose en sus cargos obviando cansar la cabeza. Apunten bien antes de disparar que normalmente la culpa no es de los que están detrás de la culata.
Comparte este artículo

Publicidad