Salven las perdices

Algo me dice que vamos a tener que pagar las consecuencias de este verano tardío que estamos padeciendo. En los montes de una cierta entidad el hielo ha empezado a hacer acto de presencia y, lo que de día el sol genera en los pastizales (hierba), de noche lo quema el hielo. Y como comprenderán, los animales lo sufren.


Los manantiales de montaña están más secos que la mojama y va a costar sudor y lágrimas que empiecen a manar. Malo para los animales, todo son problemas para ellos. La revista ecologista Conservation Letters contempla en uno de sus artículos que en las tres últimas décadas han muerto 66 millones de animales a consecuencia de una agricultura intensiva. Algo que ya sabíamos y lo venimos denunciando repetidas veces. Pero lo que no dicen es el número de granívoras que quedan mermadas por los pesticidas, fungicidas y herbicidas y que difícilmente volverán a procrear. Cifras de escándalo. ¿Dónde están esos animalistas que claman al cielo cuando se abate un solo animal autorizado? No deja de ser chocante que mientras una gran parte de la sociedad es mucho más sensible con unos animales hiperhumanizados, la otra, con el beneplácito aparente de éstos, no escatima medios para estrujarlos y satisfacer sus delirios de poder y progreso incontrolado. Todos de alguna forma uniformados en un gregarismo desintegrador carente de realidades hacen oídos sordos a todo aquello que no se les presenta en bandeja de plata. Los pícaros campan por sus reales explotando la tierra y a sus animales hasta límites insospechados. Mientras unos calientan los bolsillos, la gran masa camina sumisa y engañada hacia la destrucción total de los recursos naturales. Ahora es la deshumanización del campo, antes lo fueron la encefalopatía espongiforme y antaño un sinfín de enfermedades que siguen soportando los animales salvajes: mixomatisis, neumonía hemorrágico vírica, sarna, tularemia, parasitación, triquina y así sucesivamente hasta que un día, al borde de la más absoluta inseguridad, empecemos a hurgar en nuestros principios naturales como única tabla de salvación a tanto envenenamiento carente del más mínimo humanismo. Mientras tanto, curiosamente cazadores y pescadores siguen soportando estoicamente mojigaterías y paparruchadas de un sector de la sociedad despersonalizado. No sé cuantos millones de conejos, perdices, liebres, águilas o linces deberán morir para que las tuercas se vayan atando. Como pueden comprender, se me escapa. Posiblemente quien lo sepa haga suyo aquel sabio consejo de que es preferible ser dueño de los silencios que esclavo de las palabras. Pero a los que corresponde por galones, que lo vayan pensando antes de que sea tarde, no vaya a ser que terminemos cerrando todas las salidas a la esperanza. Bueno sería empezar estableciendo entre todos unas reglas de juego, aunque sea solo por la importancia de la causa. Y en la voluntad de avanzar y conservar lo poco que nos va quedando todos deben ser bienvenidos ya que, por muchos que vengan, nunca será suficiente. De lo contrario, y por desgracia, preparémonos a nuevas sorpresas.
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