Las últimas perdices

Terminó la temporada de perdices y, como era previsible, las patirrojas han brillado por su ausencia. Y lo peor es que la Administración permanece impasible por mucho que hayamos demostrado científicamente que las perdices se mueren al ingerir las semillas de cereal tratadas con productos fitosanitarios tóxicos.


Un gravísimo problema que afecta a toda la península. ¡Pero qué más da! Si a nuestras cabezas pensantes les importa un rábano. ¡Señores, que estamos hablando de la reina de la avifauna ibérica! ¡Que se mueren todos los años millones de perdices y un sinfín de aves granívoras! ¿Acaso no es un desastre ecológico de primera magnitud? ¿Dónde están esos que se dicen ecologistas y que ante la mínima infracción de los cazadores ponen el grito en el cielo? ¿Contando el dinero que reciben de las distintas Administraciones para que arremetan contra los cazadores y de paso tenerles calladitos y contentos? Veinticinco largos años llevamos denunciando la deshumanización del campo y no vamos a cesar en el empeño. La FACE, Asociación de Cazadores Europeos, de la que la ONC es miembro, nos ha pedido el estudio al igual que Francia para presentarlo en el Parlamento Europeo. Vamos a esperar qué nos dicen. Todas las modalidades de caza tienen su encanto pero las perdices a rabo exigen al aficionado el máximo de cualidades que debe tener el venador. No en vano, cuando los cazadores terminan su jornada, muchos de ellos totalmente exhaustos, sentirán al margen de los resultados una sensación extraña de bienestar propia del que lo ha dado todo en aras de su afición. Verán amanecer y oscurecer en las solitarias parameras, sudorosos, con los labios cortados, los pies agrietados y el corazón fuera de vueltas impotente para arrastrar un cuerpo al límite de sus fuerzas para entrarles a tiro a las poderosas perdices. Y lo intentarán una y mil veces, solos unos y otros llevando una mano de varios compañeros pero sin intentar engañar ni restarle posibilidades de defensa al ave más brava y escurridiza. Trabajar las perdices solo, con el perro por delante en corto, conociendo este oficio, marcándolas bien y sin adelantarse en las asomadas, es un placer extremo reservado a los escogidos. Es el encanto de la caza, conocimiento, sacrificio y una férrea voluntad para intentar conseguir unos fines que por sí solos no serían suficientes. ¿Quién no ha experimentado esa sensación de rigidez embriagadora al ver y oír arrancar a las perdices cuando menos lo esperaba? ¿Con qué sensación lúdica se pueden comparar esos momentos de incertidumbre que acontecen al disparo? Posiblemente para valorarlo y entenderlo habría que haber pasado todo lo que el cazador se ha sacrificado durante muchas horas. ¿Puede existir acaso algo más bello y difícil que el trabajo de un animal que cobra una alicortada a doscientos o trescientos metros de donde pegó el pelotazo? Es algo que muchas veces no se comprende, cómo llega a los cinco o diez minutos donde cayó, en un terreno seco con múltiples rastros, y es capaz de coger el bueno hasta llegar a la perdiz que apeona como un rayo después de marcarla cien veces, arrastrándose lentamente con la cabeza estirada y los músculos tensos como el acero. Créanme si les digo que el que no hay visto esta operación de un buen perro de perdices nunca sabrá valorar con justicia lo que representa un compañero de este nivel.
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