Esperas y aguardos, otra pasión

Llevo un tiempo queriendo escribir algo sobre esperas y aguardos al jabalí y, la verdad, no me he atrevido porque hay tantos y tantos artículos escritos sobre el tema que está todo dicho e inventado. Pero mi forma de ser me lleva a decir o contar las cosa


En primer lugar decir que la espera o el aguardo al jabalí nació, como el resto de las modalidades de caza, por la necesidad de apaciguar el hambre, y lo hacían con los medios que tenían —sin retroceder siglos en el tiempo—, una escopeta y dos cartuchos recargados generalmente con postas o balas de dudosa calidad. Es decir, era necesario conocer muy bien las querencias y las veredas para que el tiro fuese certero. Un portillo, una encina con bellotas dulces, una charca, eran lugares donde los disparos se hacían a muy corta distancia solo con la ayuda de la luna, la vista y el oído.


«Una hora después lo tenía patas arriba»

Desde mi experiencia

La primera espera que yo hice fue en compañía de Hermelindo, un apasionado de esta modalidad que ya nos dejó, y fue en un portillo, sentado en una piedra con más miedo que vergüenza.

Mi primera norma básica, como enamorado de esta modalidad, es que todo lo que pase del límite de nuestro oído, ya no es espera, es rececho. Ya sé que a muchos os ofenderá, pero pegarle un tiro a un jabalí a 150 m mientras come o se baña plácidamente para mí no tiene el encanto de la verdadera espera. La esencia de este arte consiste en engañar al animal y cuanto más cerca consigamos tenerlo, más intenso será el lance, más puro y sobre todo más emocionante. Seguro que muchos sabéis de lo que hablo, ese instante que sentimos al animal y se nos sale el corazón.

El último jabalí lo abatí con la luna llena pasada

Sé que estaréis pensando que si pienso de esta manera, por qué no hago esperas sin linterna sin rifle y sin traje térmico. Puedo decir que la mayoría de los animales que he abatido no me ha hecho falta la linterna, de hecho el último lo abatí la luna llena pasada y sin linterna, cayó sobre su sombra a escasos 15 metros de mí. La linterna es buena para esos casos que no se ubica bien el animal, porque no hay luna, y sobre todo por seguridad ante la presencia de otra persona, pues como bien he dicho antes, un verdadero esperista conoce cuando hay un jabalí en la plaza. Siempre y cuando hayamos colocado el puesto a una distancia para cazar de oído. Si el puesto está a 150 metros tendrás que encender la linterna mil veces o utilizar un visor térmico, del que ya hablaré.

Segunda regla

Cada jabalí es un mundo, no hay pócimas mágicas ni horarios fijos, a no ser que hablemos de un cercón, pero eso ya seria tiro al blanco. Dependiendo de cada zona están acostumbrados a una alimentación. Hay zonas que entran muy bien al maíz, otras a las almendras, a las bellotas, incluso, si pones un comedero automático se encaman cerca y cuando sienten el ruido del dispensador salen a comer. El jabalí en aguardo se abate conociendo el monte, los animales y con mucha, mucha paciencia y tesón.

Luego hay tres claves que también nos llevaran a tener éxito, que son la comida, el agua y el celo. Recuerdo un jabalí que llevaba siguiendo varias semanas, una noche me detectó y me pegó una bronca de cuidado, me levanté y me fui. Al día siguiente no tenía pensado ir, pues estos bichos suelen tardar en volver, pero pensé: «a ver si este bicho se piensa que no voy a ir y hoy entra tranquilo… allá voy». Una hora después lo tenía patas arriba.

No hay una ciencia exacta

También ha habido casos de cortarme el rastro, pegar bufido y tornillazo y no volver a verlo en un mes. Por eso digo que no hay una ciencia exacta para esto de las esperas, y quizá por eso, por la incertidumbre del lance, engancha tanto.

En la próxima entrada os hablaré más detenidamente sobre puestos, equipos y cómo interpretar rastros. Saludos y buena luna.

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