Señores, hay que salir del armario

Este artículo lleva bastante tiempo dándome vueltas en la cabeza. A menudo, y hablo por mí, que no estoy muy ducho a eso de escribir, cuesta plasmar esas ideas en un papel, darle forma y sentido y que el lector capte la inquietud del que escribe. Dirijo este artículo a esas personas insignes, mediáticas, populares, con empleos considerados de prestigio, que tienen afición por la caza, pero que esconden al público que practican la misma. A estos cazadores yo los llamo «cazadores avestruz» por lo de que esconden la cabeza bajo el ala.


Me sorprende asistir a una Universidad donde da una conferencia una persona mediática y realzan su afición al fútbol, al tenis o al atletismo, y no dicen nada de su otra pasión, la caza. Voy a hacer un Plan Técnico de Caza, y me comenta el presidente, aquí caza fulano, ¡caray! Para el presidente es un honor tener a esa persona como socio, pero el insigne cazador, fuera del acotado, no delata su afición venatoria. Cuántas personas hay de esas en toda la geografía española, que cazan en fincas particulares, en cotos carísimos, o que ya tienen como refugio esos cotos intensivos, a los que acuden con cuatro amigos al alba y se marchan de noche, como a hurtadillas. O van invitados un día aquí, otro allá, en pequeños pueblos —les preparan pequeños ganchos o esperas— donde nadie les conoce, como si se tratara de un espía o algo parecido. ¿Se avergüenzan de practicar la caza? Yo me pregunto cómo han accedido al mundo de la caza. ¿Es que no tienen argumentos para defenderla? ¿Van a perder el empleo, no les contratarán, no les consultarán, recibirán insultos por ser cazador? Estoy seguro de que los lectores conocen algún caso de estos en que personas respetables de esta o esa profesión esconden por lo que pueden su afición cinegética. Federaciones y asociaciones trabajan para defender la caza, y a todo el colectivo ante innumerables problemas que nos atañen, por lo que un solo paso adelante que demos también beneficia a esos «Cazadores avestruz». Por eso les pido a esos: «Señores vayan saliendo del armario».
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