Lo que cuesta rematar

Hay que ver lo que cuesta aprobar una ley puñetera y lo difícil que resulta derogarla o, por lo menos, rectificarla. Y tenemos dos buenos ejemplos que nos están fastidiando bastante.


Una se refiere a los atropellos de especies cinegéticas en nuestras carreteras, que aparte de provocar la muerte de miles de animales y de algunas personas, la ley obliga a los titulares cinegéticos a pagar los daños. Esto obligó a muchos cotos a suscribir unos seguros carísimos, incluso llegó a suceder que las compañías aseguradoras se negaban a asegurar a determinados cotos con una alta siniestralidad, teniéndolos que dejar su titular porque a nadie le gusta que le hagan responsable subsidiario de un accidente con el que no tiene nada que ver. Pues bien, parece que por fin esta injusta situación —que sólo ocurre en España— comienza a remitir, pero qué trabajito nos está costando. Después de cambiar por segunda vez la Ley de Seguridad Vial, que ahora dice que los cazadores sólo serán responsables de estos accidentes si los produjo una acción de caza, muchos jueces siguen echándole la culpa al cazador en base a razonamientos tan absurdos como éste: «como el cazador se aprovecha del animal, ha de pagar los daños que produzca». ¿No sabe este juez que los cazadores pagan ya por el derecho a cazar unos animales que, por ley, no son de nadie ni nadie puede controlar? En fin, a pesar de estos contratiempos judiciales, también hay sentencias que por fin exculpan a los cazadores, porque como bien dicen tanto Jorge Bernad como Francisco Cuenca, «los atropellos de especies cinegéticas no tienen nada que ver con la caza, son un problema de seguridad vial, competencias exclusivas del estado». Pero la mejor noticia es que una compañía aseguradora, Seguros La Estrella, ofrece ya un seguro a terceros con la cobertura de accidentes con animales. Esta acertada iniciativa, muy común en otros países europeos, es la prueba definitiva de que las cosas están cambiando, y no es de extrañar que muy pronto otras aseguradoras, al no poder echar la culpa al cazador, imiten esta iniciativa. El otro ejemplo sigue siendo el famoso real decreto que ha convertido a los perros de rehala en animales de producción y exige una imposible desinfección de sus vehículos de transporte. Lo fácil que ha sido para el legislador poner la chorrada que ha puesto, sin consultar con ningún rehalero, y lo difícil que parece la marcha atrás. Y la marcha atrás sólo puede ser que el perro de rehala deje de ser ganado, porque como lo siga siendo, además de una barbaridad semántica, no dejará de traer problemas. Los rehaleros se han manifestado, reunido con el director general de Ganadería del Ministerio de Agricultura y, con cierta ingenuidad, han perdonado alguna que otra protesta sonada pensando que era suficiente para esa esperada rectificación legal. Para nada, la cosa sigue igual, si no peor. Ahora cada autonomía está parcheando el problema como le está dando la gana, creando más confusión y problemas insalvables a las rehalas que cazan en varias autonomías. La situación está que arde y la paciencia de los rehaleros se acaba. Al final no van a tener más remedio que aparcar los remolques en la Castellana y montear El Retiro para que les escuchen. Perros, voces y trabucazos. No hay otra forma de echar a los macarenos tercos y soberbios que se aculan.
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