Ser titular de coto

La verdad es que en los tiempos que corren el poder ostentar la titularidad de un coto, o simplemente ser su arrendatario, es una gran de fuente de satisfacciones. Quizá por ello los precios estén donde están, o sea muy cercanos a las nubes.


Son satisfacciones porque esto le permite a uno poder cazar a sus anchas, sin las restricciones que nos impone la lógica cuando formamos parte de un grupo numeroso de gente, y porque las normas y criterios de gestión los pones tú a tu gusto. Sin embargo, existen otras satisfacciones; las dinerarias. Hoy día infinidad de cotos ven como sus aprovechamientos son diseccionados por ínfimas partes incomunicadas entre sí, en función de las potenciales modalidades de caza teóricas y todo ello para beneficio extraordinario de su titular. Normalmente, éste se interesa por una o dos variedades de caza y el resto las cede a terceros, pero de una manera un tanto corta en escrúpulos. Si el coto es un poco completo, veremos como la menor en mano se vende con participaciones en forma de tarjeta, a razón de un número de hectáreas por cazador que hace que los primeros días casi se den codazos entre ellos. Los zorzales en puesto fijo, otro tanto. Los pasos de paloma, igual. La liebre a la vuelta con sabuesos, más de lo mismo. Las becadas, también. El reclamo, por un lado, y los zorros con perros de madriguera, por otro. Los corzos, también por otro lado. Las monterías, igualito. Los ganchos a su aire, y las esperas por otros derroteros. La berrea, por otro. Es decir, al final lo que ocurre es que existe una colección de incautos que le están haciendo el caldo gordo al titular sin darse cuenta de que las cosas así no pueden ser, porque además se da el principio inexorable de que vendido el bien en pequeñas porciones disociadas, la suma de los valores de sus partes es mucho más crecida que el valor del todo considerado en un conjunto unitario. Cuando el de la montería se da cuenta que no hay un bicho en la mancha, lo que no sabe es que los de los sabuesos están dándole todo el día, y los de las esperas también, por lo que es imposible que allí pare una res. El de los zorzales se queda asombrado porque sobre el papel el coto es fetén para el paso, pero lo que no sabe es que los de la menor en mano, cuando se aburren se apostan en los olivos del vallejo a darle un poco al dedo, ya que los zorzales son caza menor también y eso está incluido en su tarjeta. Tampoco saben los palomeros que los dormideros se los han estropeado, y que en la media veda la mitad de los socios de la menor se apostan en los bebederos. Los cándidos monteros que acuden ilusionados por las excelencias comentadas del coto, son desconocedores de que los dos o tres venados capitales con los que ellos sueñan ya descansan en la chimenea de alguno que se les adelantó en la berrea. La verdad es que llama poderosamente la atención ver esta situación a diario y por doquier. No acabo de entender como podemos llegar a ser los cazadores tan tremendamente candorosos en nuestros actos.
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