La defensa de la caza

Iniciamos otra nueva temporada con la ilusión reverdecida como esos brotes que nacen en las rastrojeras con las primeras lluvias. ¿Cuántas temporadas llevaremos los cazadores a nuestras espaldas desde que los somos? Pues tantas como años tiene el hombre, y sin embargo, quién lo iba a decir, muchos están empeñados en desterrar de la tierra esta ocupación innata, consustancial a nuestra especie y culpable en gran parte de lo que somos.


Ya dijo acertadamente el filósofo Ortega y Gasset en el prólogo al libro Veinte años de caza mayor, del conde de Yebes —prólogo que todos deberíamos leer— que la caza «fue la primera forma de vida que ha adoptado el hombre, y esto quiere decir –entiéndase radicalmente– que el ser del hombre consistió primero en ser cazador». Cierto que el «ser cazador» de hoy poco tiene que ver con el «ser cazador» del hombre que habitó Altamira, aunque nuestro paisano cántabro era ya exactamente como nosotros: amaba, reía, se enfadaba y creaba arte como hoy lo podría hacer cada uno de nosotros. Y por supuesto cazaba con tanta pasión y disfrute como lo puede hacer Tragacete, desde luego con armas mucho más rudimentarias, pero también con un conocimiento del campo y los animales que no podemos ni imaginar. Hoy la caza, que algunos llaman deporte, arte o afición, pero que yo aún no sé cómo calificar, ha cambiado en todos los órdenes, pero en esencia, como el sentimiento religioso, sigue siendo la misma. Estoy seguro que si cualquiera de nosotros pudiésemos juntarnos con una cuadrilla de bosquimanos o cromañones, nos entenderíamos perfectamente. La caza, por tanto, puede ser una remisniscencia genética —¿por qué unos sí y otros no en los mismos ambientes familiares?—, o una herencia, un patrimonio natural a la que todos, cazadores y no cazadores, le debemos nuestra propia evolución. Sin embargo, muchos darían lo que fuese por erradicarla. Y de ahí esas campañas de desprestigio, esos programas de televisión en los que sólo se aborda para denigrarla y prostituirla porque ya está condenada de antemano. Y ante esto, las asociaciones cinegéticas no son capaces todavía de liderar una contraofensiva, esa gran campaña de imagen que explique, con argumentos y ejemplos, los beneficios culturales, sociales, económicos y medioambientales de la caza. Tampoco existe ese gran estudio multidisciplinar que aborde la caza desde éstos y otros puntos de vista, ese manual cargado de argumentos irrefutables con el que cerremos la boca al bocazas que, de oídas, arremeta contra la actividad cinegética y nos llame «asesinos». Mientras esto no ocurra y mientras los cazadores no aprendamos a defendemos con la fuerza de la palabra y los argumentos, seguirán insultándonos y riéndose de nosotros en cualquier lugar, ya sea en la puerta de nuestra casa o en un debate televisivo en los que, además, siempre van a cazarmos.
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