Para algunos, vale más un lobo que un ganadero

Hay colectivos que históricamente ven cómo la sociedad pone en entredicho sus reivindicaciones, uno de esos colectivos es el de los ganaderos y ganaderas. Es perfectamente lógico que los ganaderos pidamos ser escuchados y comprendidos, también en lo relacionado con los problemas que nos causa la expansión del lobo. Porque es un hecho que el lobo se está expandiendo, y en gran parte somos nosotros, los ganaderos en extensivo, los que le estamos dando de comer.


Vivimos tiempos vertiginosos. La evolución histórica de los acontecimientos y la creación de herramientas tecnológicas como las redes sociales hace que difundir masivamente opiniones sea más fácil y accesible que nunca antes en la historia. El mundo urbano, allí donde se producen la inmensa mayoría de las noticias y donde viven la mayoría de los ciudadanos se mueve a un ritmo muy diferente del que necesita el mundo rural.

Las ciudades producen la mayoría de las opiniones, pero los pueblos producen todos los alimentos. Las opiniones, sin embargo, afectan a las políticas que más tarde se aplican y que afectan de forma directa a nuestra vida y nuestro trabajo en el mundo rural. Se genera por lo tanto una distorsión importante en la que hay miles de personas opinando y decidiendo sobre realidades que les son muy lejanas.

Los ganaderos no llegamos a comprender cómo para muchos es más valiosa la vida de un lobo que la de un ganadero y la de su familia. Cada vez que se nos insulta tildándonos de vagos –por supuestamente abandonar al ganado a su suerte, confundiendo la ganadería extensiva con soltar a los animales por el monte-, malos profesionales –por no saber impedir los ataques-, comodones –por no establecer medidas de prevención- o caza-subvenciones –por exigir una indemnización justa en caso de ataque- no sólo se está opinando ignorando la realidad de la ganadería española, se está ofendiendo a miles de profesionales que desempeñan uno de los oficios más duros del mundo.

En todo caso, miles de likes, retuiteos o comentarios hirientes en cualquier página web no pueden compararse al dolor de un ganadero que encuentra uno de sus animales devorado por el lobo. Hablamos planos de realidad diferentes, de hecho, uno de esos planos es real, porque afecta a tu vida, a tu trabajo y a tu economía, y el otro es apenas un divertimento en forma de clic que en nada te afecta a ti y a los tuyos.

Todos debemos ser conscientes de que en España e incluso en Europa apenas quedan lugares verdaderamente «salvajes», entendiendo por salvajes aquellos en los que la fauna y la flora se autogestionan en una especie de equilibrio ecológico idealizado sin intervención humana. Más allá de lo que esto pueda parecernos, esa es la realidad de nuestro entorno. Los campos, las tierras de pasto y de cultivo, las zonas forestales y montañosas… son reguladas por normativas públicas y gestionadas por personas que velan por su buen estado y tratan de aprovechar sus recursos de forma legítima y sostenible.

Cada vez que alguien critica a los ganaderos por ocupar el espacio del lobo o pone en entredicho las prácticas de la ganadería extensiva está ignorando miles de años de historia de la humanidad, una humanidad que lleva milenios domesticando a los animales, trabajando, viviendo y conviviendo con ellos y aprovechando su leche, sus huevos o su carne.

Nuestro país puede y debe seguir practicando la ganadería extensiva, porque es una actividad con muchos beneficios, pero también con numerosas amenazas que la sitúan en una posición frágil, y una de esas amenazas es el lobo.

La expansión del lobo por la Península Ibérica es un hecho que las organizaciones ecologistas confirman y que los ganaderos atestiguan, pues lo sufren cada día en sus explotaciones. Décadas de políticas proteccionistas con la especie han dado sus frutos, provocando que el lobo esté más presente allí donde siempre estuvo y que colonice nuevas áreas que no contaban con su presencia desde hace muchos años, y Madrid es una de ellas.

Los ganaderos en extensivo somos conscientes de que nuestra actividad se desarrolla en íntimo contacto con los recursos naturales, incluida la fauna salvaje. Eso no significa que no sean imprescindibles normas que controlen y regulen esos recursos para que esta actividad pueda llevarse a cabo.

No es un tópico decir que la ganadería extensiva aporta enormes beneficios al entorno y a la sociedad: ayuda a controlar la maleza en zonas de difícil acceso, frena la expansión de incendios forestales, manteniendo limpio el monte, ayuda al aprovechamiento de un recurso que de otro modo habría que eliminar por medios artificiales más contaminantes y permite que podamos disfrutar de productos de enorme calidad y con un importante valor añadido.

Sin embargo, sí es un tópico afirmar que los ganaderos queremos acabar con el lobo. No es así. Sólo queremos que se regule y se controle su población para que el lobo viva «allí donde pueda y deba vivir», respetando y protegiendo siempre a los ganaderos, como recuerda Odile Rodríguez de la Fuente en el documental «¿Convivencia? Ganadería y lobos», que produjimos desde UPA en 2017 y que da voz a implicados en este conflicto que por otra parte es tan antiguo como la humanidad.

Nuestra apuesta es clara. La convivencia entre ganadería y lobos debe ser posible, pero ese difícil equilibrio sólo se conseguirá regulando y controlando la población de lobos, indemnizando de forma justa a los ganaderos y ganaderas cuando sufren un ataque y apoyándonos a la hora de utilizar mecanismos de protección frente a los depredadores. Sólo así conseguiremos que siga existiendo ganadería extensiva y sostenible y que prime el entendimiento entre grupos de población tan diversos como los que se dan en una sociedad plural como la nuestra.

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