Tráfico ilegal de especies

Los datos facilitados por la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites) durante la Cumbre Africana sobre Elefantes celebrada en Kassane (Botswana) los día 23 a 25 de marzo de 2015, no pueden ser más elocuentes: el número de elefantes africanos descendió en 2014 porque la caza furtiva para alimentar el comercio ilegal de marfil superó al crecimiento natural de sus poblaciones.


Y todo ello a pesar de que «en algunos países del este de África», en palabras del secretario general de Cites, John Scanlon, se observan «señales alentadoras» de protección a los elefantes. Pero no es suficiente. El tráfico ilegal de especies silvestres —con el elefante y el rinoceronte en primera línea de fuego— es un problema planetario que sólo se podrá combatir con actuaciones que impliquen a la comunidad internacional. En un reciente discurso pronunciado con motivo del Día Mundial de la Vida Silvestre, el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, afirmó que: «El comercio ilegal de fauna y flora silvestres socava el estado de derecho y representa una amenaza para la seguridad nacional; degrada los ecosistemas y constituye un obstáculo importante para los esfuerzos de las comunidades rurales y los pueblos indígenas que luchan por gestionar de manera sostenible sus recursos naturales. Combatir estos delitos no solo es esencial para la labor de conservación y para el desarrollo sostenible; también contribuirá a lograr la paz y la seguridad en regiones aquejadas de problemas donde estas actividades ilegales alimentan los conflictos». La comunidad internacional hace tiempo que está concienciada y alerta, pero habrá de trabajar con mayor intensidad y sobre la globalidad del problema, es decir sobre los países de origen, los de tránsito y los de destino en este insostenible e intolerable tráfico, si quiere obtener resultados. Y tomando en consideración todas las grandes causas que lo alimentan, que en opinión de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) serían la pobreza y falta de alternativas económicas, unas deficientes políticas de protección y el aumento de la demanda de consumo de marfil ilegal y otros productos, siendo China el principal receptor, aunque no el único ni el menos motivado hacia la buena dirección. Las tradiciones seculares no son fáciles de cambiar, y menos en un país de cultura milenaria y con 1.500 millones de habitantes, pero hay gestos que anuncian cierta inquietud, como el hecho de haber suspendido aunque sea temporalmente —del 26 de febrero de 2015 hasta el 26 de febrero de 2016— la importación de marfil africano. Entre la pobreza de quienes arriesgan su vida en las selvas y sabanas por un puñado de dólares y la inconsecuencia de quien cree que un poco de marfil o el polvo de cuerno de rino le hará feliz, hay una mafia tan feroz como voraz, equiparable en métodos a las que se asientan sobre la trata de blancas o el tráfico de drogas o armas, e igualmente peligrosa, con ramificaciones en algunas tan altas como respetables instituciones. Nada nuevo por otra parte, salvo las víctimas propiciatorias (entre 2010 y 2012, la caza furtiva masacró en África a 100.000 elefantes, y en solo en Sudáfrica, en 2014, acabó con la vida de 1.215 rinocerontes). Si la comunidad internacional está, como parece, decidida a acabar con el tráfico ilegal de especies tan emblemáticas y tan valiosas —el marfil en bruto una vez en el mercado asiático alcanza ya un valor cercano a los 200 millones de dólares anuales, similar al alcanzado por el cuerno de rinoceronte— como las que nos ocupan, habrá de trabajar en todos los frentes y por todos los medios. No nos podemos permitir otra década de desmanes como los vividos. Elefantes y rinocerontes no lo resistirían.
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