Un poco de sensacionalismo

La caza —y sus derivaciones— ha vuelto a ocupar espacio preferente en los grandes medios de comunicación generalistas, en España y en el mundo, huelga decir que para denostarla y denostar a sus practicantes. Cualquier cosa vale para atizar el fuego.


A nivel mundial, el anuncio del gobierno de Botswana de que cerrará el país a la caza en 2014 ha corrido como la pólvora para regocijo de los detractores de la actividad cinegética, que lo han recibido como una victoria contra el mal. Absoluta. Sin resquicios ni consecuencias indeseables. También lo ha hecho Costa Rica (prohibir la caza), pero como carece de elefantes y no se tiene constancia de que alguna celebridad le haya dado al gatillo por sus selvas tras pumas o jaguares, ha pasado más desapercibido. En España, el mero hecho de dar a conocer que el ex presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, y su socio Angel del Cabo, acusados ambos de graves delitos monetarios y financieros, guardaban un importante número de animales de caza disecados, ha abierto la caja de los truenos, y de paso, como quien no quiere la cosa, ha puesto en evidencia a más de un reputado profesional de la información al servicio de una causa. Botswana, hasta ahora uno de los grandes destinos de los safaristas, se cierra a la caza. El gobierno considera que la caza comercial no es «compatible con sus compromisos en favor de la conservación y de la protección de la fauna local ni con el desarrollo de la industria turística local a largo plazo». La presión internacional ha podido más que la lógica, porque quienes aplauden con entusiasmo tal decisión se cuidan mucho de decir que en Botswana hay en torno a 150.000 elefantes (un tercio de la totalidad) y que se cazan legalmente 400 ejemplares al año. Un simple 0,3% de los elefantes del territorio pero que da de comer a numerosas poblaciones locales a las que los turistas convencionales no llegan, y si lo hacen es para hacer un par de fotos y seguir ruta. ¿De verdad la caza comercial atenta contra la conservación de la fauna silvestre? ¿No será al contrario? Tampoco dicen cuántos animales, sean hembras o crías, mueren cada año a manos de los furtivos, sean por carne o por marfil, y cómo van a evitar que el furtivismo, de momento no tan grave como en otros países, se extienda desde el momento en que las compañías de safaris dejen de ser parte importante del sustento local. De vuelta a España, desde que la policía dio con una colección de trofeos de caza disecados propiedad del ex presidente de la CEOE y su socio, hemos asistido a una auténtica charlotada mediática a la que no se ha querido sustraer casi nadie. Tal ha sido el despropósito que, a tenor de los titulares redactados por unos y otros, lo verdaderamente noticiable de este caso no serían los mil y un graves delitos por los que están acusados, o los cientos de millones de euros que podrían haber sido camuflados, defraudados o evadidos. No, lo llamativo, lo que recogen los primeros párrafos es que han realizado varios safaris y han taxidermizado los trofeos, hasta de elefante, se dice en un despacho de agencia. «Una muestra de la opulencia exhibida en otros tiempos por los poderosos dueños de Marsans, que no dudaban en organizar safaris a África para cazar las piezas más codiciadas», dijo en antena un periodista de una importante emisora de radio… ¿Fueron cacerías ilegales? ¿Tiene idea este señor de cuánta opulencia supone comprar y mantener un Ferrari, o dos, un yate de 20 metros o media docena de residencias? Esto tiene mucho de amarillismo o, si lo prefieren, de sensacionalismo, que no es otra cosa que destacar aspectos llamativos de una información para provocar determinadas emociones en quienes la reciben, en este caso añadir a la mala imagen de los imputados en una serie de delitos el baldón de ser cazadores y haber gastado dinero en practicar una caza considerada elitista. Lamentable.
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