Título de montero con mal gusto

La antigua ceremonia protocolaria y desenfadada, pero seria, previa a la concesión del título de montero, ha pasado a ser un acto escatológico, humillante para el neófito, y bufo.


Hay costumbres en la caza que han perdido el sentido porque no recogen el espíritu tradicional y simpático que las hacía agradables; algunas han degenerado en un espectáculo burdo de muy mal gusto. Soy costumbrista y siempre que viene al caso significo los métodos tradicionales de caza y resalto las modalidades históricas porque valoro mucho el acervo cultural de la caza. Hay costumbres cinegéticas que en su justa medida tienen cultura pero que resultan grotescas en sus maneras actuales. Me refiero a lo de hacer novio en las monterías. Me parece que se ha llegado a un espectáculo estúpido donde intentan superarse con cada nueva víctima y se pasan en el castigo gracioso, para llegar casi a torturar al nuevo montero. El DRAE y otros diccionarios recogen una acepción de la expresión novio como: El que mata una res por primera vez. Según apunta Alonso Sánchez Gascón —una autoridad en investigación cinegética—, en el diccionario de caza de José María Rodero (1955) novio es El cazador novato que mata la primera res. Ha de soportar las felicitaciones (¿?) de todos los presentes y pagar el noviazgo. El presidente del tribunal que se monta, le suele dar hisopazos de agua si habla poco o mucho y el fiscal del tribunal le pone la cuantía a pagar por el alboroque o convite a hacer a los presentes, una especie de cantarada de vino que hacían pagar hace sesenta años también en mi pueblo a los forasteros que ennoviaban con las mozas del lugar, especialmente si era con hija de rico. Hemos pasado de pagar un pequeño tributo físico y económico, por iniciarse como montero, a sufrir malos tratos. De manchar de sangre la cara, que era el castigo físico más característico y tradicional del noviazgo, se ha pasado a un acto bestial que comienza con el rapado —hasta las cejas en los actos más brutos—, del asustado mozalbete. Ya metidos en harina se somete al iniciado a todo tipo de vejaciones tal como ponerle sobre la cabeza la piel recién cortada y sangrante de la cabeza de la res, hacer mondongo con la sangre y las vísceras y echárselo en la cara y la ropa, romperle dos huevos sobre la cabeza trasquilada que le ha quedado el bestia del esquilador, ponerle el intestino rezumante y embadurnado de una res al hombro y echarle dos quilos de harina para hacer un engrudo pastoso y asqueroso. Estas son gracias que se acercan a las mejores marcas del mal gusto y que se publican en vídeos de monterías para bochorno de la mayoría de los cazadores que los vemos. En otros casos de noviazgo, he leído que les ponen una lavativa de agua caliente. Sólo nos falta conocer en que próxima montería van ha mejorarse sodomizando al neófito, para solaz de damas y caballeros, antes de entregarle el titulo de ilustre montero. Aunque el novio salga de allí sonriente y no sabiendo bien qué hacer o decir —sobre todo para no parecer un bicho raro dada la participación activa de todos los asistentes—, en el fondo se arrepentirá de haberse enrolado en una actividad en la que le han tomado por un pelele y mandará a la caza y a todos esos graciosos monteros a paseo. No es de extrañar que la víctima cuando se presente ante la novia mal rapado y sin poderse quitar el olor de encima y cuente lo que le han hecho de verdad, ésta le recomiende dejar la caza y mandar a esos graciosos a tomar una lavativa de cánula gruesa. También es posible que estos noviazgos modernos, propios de chiste de Gila, terminen con la afición inicial de algún cazador. Creo que del sentido inicial del noviazgo al espectáculo reciente media un abismo. Y el que suscribe es amante de las bromas y no se la cogió nunca con papel de fumar.
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