Espíritu recolector

Los cazadores son el último reducto de aquel viejo ‘espíritu recolector’ que dominó el planeta hasta hace diez mil años. ¿Hasta cuándo perdurará? Desde entonces, sin prisa pero sin pausa, ha ido imponiéndose el ‘espíritu agricultor’, en lo que el prehistoriador y arqueólogo australiano Vere Gordon Childe denominó, hace ya más de medio siglo, la Revolución Neolítica o Revolución Agrícola.


Esto es, un largo proceso de siglos y milenios a través del cual el hombre aprende y se esmera en domesticar los cereales y los animales para asegurarse unas fuentes de alimentación más fiables, aun siendo, al menos en principio, menos productivas, tal y como asegura el economista y profesor de la Universidad de Massachusetts Samuel Bowles, para quien el gasto energético que hace un agricultor para conseguir su alimento es mucho mayor que el que invierte un cazador-recolector: «hay evidencias —asegura— de que muchos de esos primeros granjeros eran más pequeños y menos saludables que los cazadores recolectores de la misma época». Una revolución en suma más social que tecnológica: el hombre se asienta, aumentan las poblaciones, etc., etc., etc., que lo que media entre aquellos inmensos espacios indómitos y nuestros zoológicos es un proceso complejo pero conocido. El hecho es que los pueblos agricultores se expanden y los pueblos de cazadores recolectores no dejan de perder protagonismo. En palabras del periodista argentino Martín Cagliani, especializado en divulgación científica: «Los pueblos agricultores eran y son como misioneros: allí donde veían y ven una cultura que no domestica a las plantas y a los animales, los instan a hacerlo. Pero todavía hoy existen cazadores recolectores en algunas regiones aisladas del planeta, aunque el virus de la agricultura llega, tarde o temprano. Y una vez instalado no se va» (diario Página 12). Y debe ser cierto, porque ese ‘virus de la agricultura’ que ha desplazado primero y demonizado después a la caza, también la ha contaminado. ¿Qué son en realidad los ranchos cinegéticos? ¿Y nuestros cercones? Recuerden, agricultura: «conjunto de acciones humanas que transforma el medio ambiente natural, con el fin de hacerlo más apto para…». Hoy son una alternativa —añadimos que lícita—, ¿pero llegará el día en que sean la única alternativa? El mundo de la caza no debería consentirlo, porque sería como firmar el certificado de defunción de ese espíritu recolector que nos hizo ser los que somos y crecer como especie durante algunos cientos de miles de años. Nos referíamos hace unas líneas a los zoológicos como una aberración para el espíritu cazador-recolector, que si empezaron siendo colecciones privadas, han llegado a mera exposición de animales exóticos, aunque no faltan quienes los justifican como reservorios de animales en peligro de extinción. No sé en el siglo XIX, pero en el XXI están de más. La caza y los cazaderos que la caza sostiene cumplen mil veces mejor sus funciones de exposición y conservación. ¿Que hay que viajar? Es lo ideal —también hemos inventado los aviones—, pero en cualquier caso unas buenas imágenes de la fauna en su entorno nos dicen mucho más de la vida salvaje que la contemplación de unos pobres animales encerrados, apáticos y deprimidos. Pero ni en eso los cazadores tienen aliados. Un ejemplo: la Born Free Foundation, que dice criticar los zoos y proclama luchar por el sostenimiento de la vida silvestre en el entorno natural y por su armonía con las poblaciones locales, además de por las especies amenazadas, rechaza sin matices y de plano la caza deportiva. Y mientras en los zoológicos —sólo en la UE funcionan bajo licencia 3.500— centran su crítica en términos de bienestar animal, de la caza hacen un rechazo visceral. No hay análisis. No hay argumentación. Sólo rechazo. No servirá para nada, pero convendría recordarles que si de la vieja Europa desapareciesen esos 3.500 zoos no pasaría efectivamente nada (en términos medioambientales), en tanto que la desaparición de la caza y del espíritu recolector de los cazadores que la hacen sostenible, supondría un cataclismo de dimensiones difíciles de cuantificar. Sensiblerías al margen.
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