Impunidades

Escribíamos hace un mes de la irresponsabilidad con la que, incluso personajes públicos tan de primera fila y con tantas responsabilidades políticas —y también sociales y económicas— como lo pueda ser por ejemplo el presidente de una comunidad autónoma, se puede poner en entredicho el derecho a cazar conforme a la ley, sin dar más explicaciones ni atender al desprecio que eso pueda suponer para las personas y las empresas directamente vinculadas con la actividad cinegética. Es algo que sucede con alguna frecuencia.


Pues con más frecuencia todavía podríamos escribir de la impunidad con la que cualquiera, con argumentos o sin ellos, manejando ciertos datos malevolamente elegidos o porque sí, puede agraviar e insultar a los cazadores de palabra y aun por escrito. Sucede todos los días y a todas horas y nunca pasa nada. Y no se trata sólo de esos columnistas que con británica puntualidad denigran a los cazadores temporada tras temporada, ni siquiera de esos medios de comunicación generalistas que, sistemáticamente, ponen la caza en la picota por el viejo sistema de referirse a ella sólo cuando alguien comete una imprudencia o una ilegalidad, obviando cualquier referencia que pudiera interpretarse positivamente. En modo alguno pretendemos sustraer la actividad cinegética a la crítica, tan saludable cuando es razonada, ni siquiera a la crítica ácida, visceral y desmelenada que suelen hacer sobre todo quienes ignoran sus rudimentos. De lo que nos quejamos es de la impunidad en el insulto, en la ofensa, en la calumnia. Internet, esa extraordinaria herramienta para tantas cosas lo es también para difundir excesos sin tener, por lo que parece, que rendir cuentas a nadie. Hagan si no la prueba y busquen referencias insultantes hacia la caza. Hay montones. Un ejemplo entre mil: en la página promocional de Los Crémenes, una pequeña localidad leonesa de apenas 120 habitantes en gran parte incluida dentro del P. R. Picos de Europa, en el apartado de los atractivos faunísticos de la zona resalta la presencia del lobo, del que hace referencias divulgativas de diversa índole tipo corta-pega, y alerta sobre su delicada situación. Hasta aquí nada que objetar. Pero cuando entra en las relaciones hombre-lobo y aparece la palabra caza el tono cambia de manera radical (y hasta ridícula). Lean lo que firma y afirma un tal Pedro Alcántara: «En cuanto a la caza, los humanos que la practican hacen gala de una catadura moral tan baja que difícilmente pueden encuadrárseles como personas. Las afecciones sicóticas que revela esta actividad debería ser suficiente para que una persona con estas aficiones fuera internada en un centro siquiátrico. La caza debería ser declarada una actividad ilegal». Se acabó la divulgación. Pura subjetividad insultante, simple odio, ausencia de reflexión. Y una simpleza para continuar: «Los cazadores que sean encontrados culpables de la caza de lobos o de la puesta de cebos envenenados deben ser inhabilitados de por vida para el ejercicio de la caza, pagar multas cuyo dinero se emplee en la conservación de las especies amenazadas y, en su caso, cumplir penas de prisión». Se conoce que no sabe de las sanciones, económicas o penales, a las que se enfrenta cualquiera que delinca, sea o no cazador. A lo mejor es que, para ir creando ambiente, prefiere dejar caer que en España furtivear no es delito. Pero no es así. Lo es, como la calumnia.
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