Desprecio e hipocresía

Cuando entrevisté, hace ya años, a Rafael Notario, ya fallecido, que fue durante mucho tiempo jefe de Caza y Pesca del antiguo ICONA, en un momento de nuestra charla me dijo más o menos lo siguiente: «Los cazadores no tienen problemas en sacrificarse si les explican razonablemente que determinada especie tiene problemas y hay que dejar de cazarla. Pero lo que está pasando ahora es que se prohíbe sin argumentos, y eso indigna a los cazadores y les hace perder la confianza en la Administración». Lo que dijo Notario es cada vez más cierto y se volverá a cumplir, una vez más, con la inminente prohibición de la perdiz pardilla en Cataluña.


Como podrán leer en el amplio reportaje que Trofeo publica este mes, la Generalitat de Cataluña tiene previsto prohibir su caza la próxima temporada. Así vendrá recogido en la próxima orden de vedas, que está a punto de aprobarse. Hasta la fecha, sólo Cataluña seguía permitiendo en España la caza de la pardilla después de que se prohibiera en Galicia, Asturias, La Rioja, Cantabria, Aragón y Castilla y León. Esto significa que la pardilla dejará de ser cazable en toda España por los siglos de los siglos. Porque ésa es otra constante en nuestro país: especie que deja de cazarse jamás vuelve al listado de cazables. Pasó con gangas, ortegas, avutardas e incluso con las anátidas en la Comunidad de Madrid, que razonablemente las prohibió un año de sequía extrema y por la presión de determinados grupos siguen prohibidas. ¿Y cuáles son esta vez los argumentos para prohibir la pardilla? Pues una más que discutible interpretación jurídica de la Ley de Patrimonio Natural que, por cierto, se aprobó hace dos años. También, por fortalecer un poco más los argumentos, se añade que la especie no está tan bien como debería. La medida ha puesto en pie de guerra a los cazadores del Pirineo catalán porque algunos no cazan otra cosa y saben, porque son de verdad los que patean el monte, que la especie no está ni mucho menos en peligro, sobre todo en el Valle de Arán, cuyo Consejo, con autonomía cinegética, posiblemente decida seguir cazándola en su jurisdicción. Pero lo más indignante de éstas y otras prohibiciones es lo que esconden: desprecio por la caza y los cazadores e hipocresía, mucha hipocresía. Desprecio porque las propias administraciones encargadas de regular y tutelar la actividad cinegética, no creen en ella ni sienten mucha simpatía por sus practicantes. Si creyeran en ella y tuviesen cierta empatía con los cazadores, antes de prohibir una especie cinegética podrían proponer un plan de recuperación implicando a los propios cazadores: «cacen de esta forma, hagan estas mejoras, y ya veremos». Pero no, se prohíbe una especie con argumentos cogidos con alfileres y se desprecia cuanto digan, propongan y hagan los cazadores por seguir cazándola y conservándola. Luego está la hipocresía. El resto de comunidades que prohibieron la pardilla porque estaba en peligro no han hecho absolutamente nada por ayudarlas. Es más, es que ni saben cómo está la especie. Lo único que saben a ciencia cierta, con el aplauso de no poca gente, es que ya no se puede cazar, cuando eran los cazadores los únicos que, por ser los primeros interesados, hacían algo por ellas. Propongo a la Generalitat una prueba comparativa: ver, al cabo de unos años, dónde hay más pardas: en una zona en la que se cacen razonablemente y se haga gestión o allí donde simplemente no se cazan. Más de uno se rasgaría las vestiduras con los resultados.
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