Un hombre bueno

Parece que fue ayer cuando escribía: «Ha reunido sin quebranto ser un estupendo profesional, gran trabajador y buena persona; pero, como es un baturro de nación, no se le ha mojado nunca la pólvora cuando ha tenido que defender la caza ante los talibanes, o la casa federativa ante esos desahogados que piensan que no tiene dueño. Se quiere jubilar de una vez —va sobrado de edad—, porque tiene que recuperar la familiaridad que le ha impedido un cargo tan absorbente».


Iniciaba así un escrito en Federcaza (Diciembre de 2006), hablando de Ángel Gracia y tres años después se nos ha ausentado, como del rayo, por un golpe maldito del corazón, este hombre cabal al que yo, al igual que muchos de vosotros, tanto quería. No creí que tendría que escribir de él y ¡ojala! no tengamos que escribir de nadie en estas circunstancias. A Ángel y a los suyos no les ha dado el destino la posibilidad de recuperar los tiempos perdidos de chimenea y familia. Para mayor aflicción, con la intensidad con que se quieren todos ellos, saboreaban en estos tres últimos años lo que se habían perdido en todos los anteriores, con la falta de Ángel, casi siempre lejos por causa federativa. Decía Oskar, el de La Lista de Schindler, que toda persona que se precie debe ser amigo de un buen médico, un cura tolerante y un secretario eficaz. Yo tengo un médico y amigo excepcional, que me cura o vacuna en campo, entre mano y mano perdicera, un cura tolerante, párroco de Simancas y también cazador, que me deja ganar y no me excomulga por ello y tenía también a Ángel, no de secretario, sino de amigo de siempre, que llevaba conmigo toda una vida de concordia y complicidad. Veinticinco años llevábamos metidos los dos en asuntos federativos, él por oficio y yo por afición desproporcionada. Los últimos diez años buscando consuelo y alivio, entre dos derrotados por la salud, para quitarnos el miedo al cáncer, que parecía que nos iba a llevar en tromba y sin remisión. Pero no; a ninguno de los dos. Y cuando dábamos un golpe de manga porque ya podíamos vender salud, a él le ha fallado lo más grande que tenía. Por esto, Manoli no ha podido entender a Dios. Ángel y otro grupo de federados, como sabéis, llevábamos lo de FEDENCA, él con cargo de secretario general y yo de director, pero realmente, haciendo los dos el cometido de cualquiera. Habíamos convenido que en la fundación nos jubilaríamos los dos definitivamente. FEDENCA necesita secretario general, pero es difícil sustituir tantos años de poso federativo. Necesitamos a alguien que esté dispuesto a dedicar su tiempo, su esfuerzo y su saber, de manera altruista para hacer esas cosas por la caza que a Ángel le salían por oficio y parecía que sin esfuerzo. Estaba muy agradecido a la federación que le había pagado generosamente ? me lo decía siempre ? y él correspondió con una prolongada dedicación exclusiva. Ahora que podía, la dedicaba gratuitamente su tiempo. Nos lo justificaba así, aunque creo que no le amarraba sólo eso. Quería a la entidad como pocos y tampoco sabía desengancharse de ella. En la fundación buscaremos un colaborador que actúe como secretario —que es título demasiado ampuloso para quienes no aspiramos a tener secretos—, para que forme equipo en esta sección federativa que hace estudios sobre fauna en defensa de la caza y la naturaleza. Necesitamos a alguien que dé tranquilidad ante la incertidumbre y ánimo ante los resultados adversos, porque en este mundo de decisiones hay que combinar los éxitos de algunos proyectos, con esos otros en los que no vemos el final del túnel. Acertar con la persona dispuesta a compartir el camino dará mucho sosiego a quienes nos hemos quedado un poco solos en esta etapa del hacer federativo, a veces, demasiado complicada. La pérdida de ánimo, sólo nos la puede reponer el tiempo. Me pedía el alma decir estas cosas y sin querer dar ningún tinte seráfico a Ángel, si que he que deseado transmitir, copiando al poeta, que mi querido amigo, «más que un hombre al uso que sabe su doctrina, era, en el buen sentido de la palabra, bueno».
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