La malababa de un anticaza

Cuando se organiza una batida para el jabalí entre cazadores conocidos, indistintamente del sorteo de los puestos, para favorecer a los menos capacitados entre ellos, personas mayores o con algún tipo de deficiencia física, a estos últimos se les tiene en consideración colocándolos en esperas de fácil acceso y cómodo a la hora de recoger. Les cuento el caso de dos cazadores víctimas de la intolerancia de personas contrarias a la caza que al amparo de su “mala baba” incordian en cualquiera de nuestras batidas por toda la geografía española.


Antonio un entusiasta de la caza del jabalí, a sus cerca de 80 años, todavía vive la ilusión de sus años mozos ataviándose con los pertrechos típicos de una montería y puntual al alba, está en el punto de reunión con los amigos para que le lleven al puesto. José agricultor de 40 años, muy aficionado también a otear el monte temprano oliendo los romeros y lentiscos, a la espera de que se le presente ese gran guarro. José ha sufrido un pequeño accidente agrícola, lo que le ha dejado una irreversible minusvalía. Los organizadores de la batida optaron por poner a Antonio y a José en una postura con poca dificultad y de fácil acceso. El lugar en concreto se trataba de un tramo de carretera cortada al acceso motorizado, señalizada y con la tablilla “ATENCIÓN BATIDA” que ponen los cazadores. La carretera en cuestión es una de esas tantas que se anulan con el fin de evitar curvas y accidentes. He de mencionar que esta vía estaba en mal uso debido al abandono con nulo mantenimiento y frecuentes derribos que invadían el trayecto. Antonio se colocó debajo de una encina a escasos metros de la calzada y José optó por ponerse al final de la vía prácticamente donde estaba cerrado el paso por un derrumbe. A las dos horas de estar en la postura se presentó una persona haciendo cros. Al llegar a la altura de Antonio le increpó diciéndole que no podía estar allí con el arma puesto que era una zona de seguridad, por lo que debía abandonar la zona o avisaba a la Guardia Civil. Antonio haciendo gala de su edad con mostrada experiencia en infinidad de batidas y habiendo visto de todo, oliendo el percal y el tono irónico y amenazador del paseante, optó por enfundar el arma y sentarse junto a la calzada. José, que estaba a un centenar de metros oyendo la conversación, salió de la espesura, hecho que motivó que el individuo en cuestión se percatara de su presencia y corriera hacia él, con unos comentarios con palabras gruesas hacia los cazadores y el colectivo. Argumentando que no los podía ver, volvió a amenazar de que iba a avisar a la guardia civil, puesto que según él no era lugar por estar cerca de la carretera. Al rato se presentó la benemérita, y después de saludar a Antonio, se dirigieron hacia José, que estaba a doce metros de la calzada sentado, en un saliente, con la escopeta abierta pero cargada. En definitiva el caso se resolvió con denuncia, retirada de arma y sanción económica. La honradez, la honestidad y la minusvalía de José pagaron tributo a las arcas del Ministerio, gracias a la intolerancia de una persona que tiene fobia a la caza y a su mundo.
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