Animalitis aguda

He de confesarles que este artículo lo diseñé estando sentado frente a uno de esos puestos de venta de animales de compañía que aún se pueden ver en los mercados ambulantes de semana en algunas ciudades. Me refiero a los que venden pájaros, perros, reptiles, pollitos y peces de colores, entre otros.


Creo que es la parada que más visitantes recibe, y de todas edades y nacionalidades. Lo cierto es que hasta los turistas extranjeros se fotografían con los animales en las manos. Me comenta el vendedor que está frito con la visita constante del veterinario municipal, los agentes rurales —por si tiene pájaros silvestres autóctonos—, le miran y remiran los papeles, permisos, autorizaciones. Luego, los que pasan una y otra vez, que si no tienen agua los pollitos, que si les da el sol a los patos, que si el perrito tiene sueño, o el gato legañas. Me viene entonces a la memoria ese sentimiento animalista que tanto se preocupa de los animales, poniendo en el mismo saco a los de corral, compañía y silvestres. Todos hemos oído comentarios contrarios a la caza desde ese sector proteccionista, poco o mucho, atreviéndose hasta a llamarnos asesinos. Andaba con mi familia por Castejón de Sos (Huesca) en el mes de Febrero y a media tarde, al salir de un café, aparcaban el Land Rover unos cazadores, con su remolque, los perros y unos hermosos jabalíes abatidos ese día. Me acerqué, como es normal para mí y mi familia, a admirar tal belleza que, aunque muerta, los cazadores sabemos apreciar. En mis brazos, mi nieta Júlia, de dos añitos a punto de cumplir, acariciando el hocico de un fenomenal macareno con unas defensas imponentes. Al instante se acercó un matrimonio con dos niñas de entre 5 y 8 años que, junto con el padre, también querían ver de cerca a los suidos. De repente la madre, que no se había percatado del movimiento de sus hijas, las arrebató de su intento de tocar los bichos y poco faltó de faltar al respeto a los cazadores por su hazaña con los jabalíes. Los cazadores entraron en el bar sin más preámbulos, mientras el padre me miró extrañado, pero nosotros seguimos como si nada. Sólo los cazadores saben con qué esfuerzo se pudieron sacar del duro monte de Huesca a esos dos animales. La otra cara de la moneda. Hoy leo en un periódico local de Barcelona un informe sobre los jabalíes de Collserola bajo el titular «Los dardos anestésicos son inofensivos». Así se han matado 158 guarros mediante anestesia e inyección letal con posterior incineración desde 2004 a 2007. Todo porque vecinos y visitantes llevan a la práctica dar de comer a los suidos, con el consiguiente amansamiento de los pobres animales. Este hecho lamentable condena su supervivencia, representando más un problema que una buena acción, puesto que hay citas de hembras con sus rayones que han embestido a personas —las mismas que les dan pan duro—. Bonito ejemplo de matar animales, en la oscuridad, en silencio, a la vista de nadie con un coste para el contribuyente, y sin ningún aprovechamiento.
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