Balanzas fiscales y medio ambiente

Hace ya algunos días que se han publicado las balanzas fiscales del año 2005, es decir, lo que las comunidades aportan y reciben del Estado central y, como no podía ser de otro modo, las comunidades más industrializadas (Madrid, Cataluña, Comunidad Valenciana, Baleares…) aportan más que reciben de la caja común y aquéllas en cuya actividad económica la agricultura tiene un peso importante (Andalucía, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Extremadura, Galicia, Asturias…) reciben más que aportan de la Administración central; ¿es que alguien pensaba que podía ser de otra manera?


Como consecuencia de esta publicación, los políticos de las distintas autonomías han emprendido una carrera reivindicativa de los recursos monetarios estatales, intentando, desde los más diversos puntos de vista, llevar el agua a su molino. Así, éstos hablan de distribuir los dineros en función de la población, ésos que mejor por extensión de territorio, aquéllos por dispersión de su población, los de más allá por envejecimiento de la misma, pero no hemos oído a ninguno reivindicar este reparto en función de su calidad medioambiental. Es lógico pensar que las autonomías más ricas, las que más aportan, también contaminan más. Estamos casi seguros que si se publicaran las ‘balanzas medioambientales’ nos encontraríamos con que esas comunidades ricas producen más CO2 del que absorben; es decir, serían excedentarias y las pobres absorben más del que producen; por lo tanto, serían deficitarias. ¿Sería justo compensarlas por su papel de sumidero de los gases contaminantes de las comunidades ricas? Si nos fijamos mínimamente, vemos que las comunidades que más aportan coinciden, ¡qué casualidad!, con las que han hecho de la especulación urbanística su modelo de desarrollo; y las que más reciben coinciden, ¡otra casualidad!, con las que tienen más masa forestal, más diversidad biológica y la casi totalidad de las especies más emblemáticas y más amenazadas. Y esto, tan usado por nuestra casta política en multitud de ocasiones para salir en la foto, deja de tener importancia cuando se habla de temas políticamente rentables. La caja de los duros. Lo que nos extraña es que ni las organizaciones ecologistas, ni las organizaciones cinegéticas —nos imaginamos que ocupados unos en salvar sus subvenciones en época de crisis y los otros en sacar brillo a sus recien estrenadas poltronas—, no hayan dicho nada en una cuestión que creemos fundamental. La pérdida de solidaridad interterritorial puede llevarse por delante la conservación del Medio. Porque, ¿qué pasaría si estas comunidades acuciadas económicamente empezaran a regalar suelo (de lo que sí son excedentarias) y deducciones fiscales a todas las industrias que quisieran instalarse en sus territorios? ¿Qué pasaría si quisieran cobrar por la energía que producen —producción que con seguridad aumentarán en un futuro— y que no consumen? ¿Es que Madrid o Barcelona pueden producir en sus territorios la energía que necesitan? Conservar es muy difícil y destruir muy fácil; pero aún así los pixapins (vocablo catalán que define a los habitantes de las ciudades que los fines de semana van al campo, mean los pinos y se vuelven a casa), queremos el dinero para nosotros y la naturaleza para ellos; eso sí, que nos la tengan bien limpia para poder ir a mearla el fin de semana. Esta sociedad está llegando a unos niveles nauseabundos de insolidaridad. Planteamos reivindicaciones con ‘etiquetas’ progresistas que asumirían los movimientos más involucionistas de esa misma sociedad; estamos desarrollando una forma de vida sin raíces y los que estamos en la naturaleza sabemos que aquello que no tiene raíces acaba por morir. Hace tiempo hubo una burbuja tecnológica que pinchó; recientemente otra burbuja inmobiliaria también pinchó; no son sino pequeñas manifestaciones de esa gran burbuja en la que hemos convertido nuestro modo de vida. Más tarde o más temprano también acabarán pinchando.
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