Con la cabeza a pájaros y nidos

Estas mis cuatro letras no glosan ningún fiestorro venatorio de los muchos que se están celebrando en nuestro Solarón Patrio. No. Este artículo no pretende ser ningún estudio científico de esos que no aguantarían la más mínima auditoria técnica o económica. Qué va. Mi post va dirigido a esa gente con alma que no pierde la calma cuando les alcanza la edad y se dan cuenta de que todo su devenir vital ha girado siempre alrededor de un mundo rural al que jamás dejaron de pertenecer.


Les he escrito un poco sobre nidos, pero al hacerlo me ha venido a la mente que a muchas especies las hemos robado sus lugares de cría y me he cabreado con quienes están dando la puntilla final al mundo rural, y por ende, a nuestro tejido agrario. VAYAMOS AL GRANO En esta ocasión voy a presentarles unas imágenes de nidos de especies cazables y no cazables que comparto con ustedes en una época fuera de nidificación en aras de evitar émulos que se acerquen a los nidos sin el debido conocimiento y dén con ellos al traste. Yo creía que en España no había naturalistas que desconocieran las especies en profundidad y por ende, su nidificación en particular con todo lo que ello conlleva. Pero este es un país de pícaros y venden la moto copiando unos de otros. Jamás un niño de mi pueblo propició el estropicio de un nido. NUNCA. Todavía recuerdo cómo cuando aprendíamos un nido de jilguero o de pardillo (de fringílidos en general) los metíamos en una jaula y poco a poco les acercábamos a casa para que los cebaran sus padres. Esa operación a veces duraba dos o tres días. Luego, les colocábamos en el corral de forma y manera que no pudiera acceder a ellos el gato y cuando veíamos que se comían el alpiste de la jaula, los quitábamos enseguida del alcance de sus padres para que no los envenenaran. Preferían verlos muertos a verlos enjaulados de por vida… Nosotros los vendíamos… Hoy, esto nadie lo entendería.
Esto de descubrir nidos lo hacíamos con sumo cuidado, pues si aprendíamos el nido cuando estaba poniendo la madre y alterábamos lo más mínimo del entorno, enseguida lo aborrecía. Ellos jugaban con el mimetismo y una simple hierba que a nosotros nos parecía que estorbaba, era vital para su camuflaje en conjunción con la luz solar. El secreto para ver progresar un nido, es no tocar nada del entorno ni estar mucho tiempo observándolo, pues siempre hay algún depredador vigilándonos. Y si se notaban las pisadas al lado del nido, lo aprendía otro del pueblo y san se jodio el invento. La naturaleza hay que dejarla siempre tal y como se encontraba antes de acceder nosotros a ella. Ya, la limpieza de los ríos y de los merenderos capitalinos. Eso es harina de otro costal. En mi remota juventud había unos dichos que se considerarían hoy un tanto vulgares por un público inculto, pero no por ello dejarían de definir perfectamente tanto la amistad como la enemistad. «Con ese no voy yo a cagar». Era cosa normal cagar en compaña cuando había confianza. Cosas que, por desgracia, se están perdiendo. Había otro dicho que decía: «Con ese no voy yo a nidos». Había que tener mucha confianza con uno para que los nidos aprendidos entre ambos fueran respetados por los dos. Jamás cogíamos ningún nido de golondrinas por la creencia popular de que le quitaron las espinas de la corona con la que le crucificaron a Nuestro Señor Jesucristo. Bueno, no cogíamos ningún nido de los hirundínidos tales como: aviones, golondrinas, vencejos etc. etc. Pues a decir de nuestros mayores, nos hacían un gran favor zampándose los mosquitos de las antaño abundantes lagunas en Tierra de Campos (Castilla y León). Lagunas que provocaban el paludismo y que cuando lo dejaron de provocar, vino la Concentración Parcelaria y se llevó por delante todo una rica biodiversidad que hoy se ha tenido que replegar de forma testimonial en el precioso Canal de Castilla. No creo que haya niño de pueblo que no haya tirado piedras a las bandadas de vencejos. Los citados venían al atardecer en grupo chirriando para albergarse en las boquillas de los tejados. Nos poníamos en fila y tirábamos la piedra todos a una a la voz de “ya” cuando la pronunciaba el mayor de los lapidadores. Pero caían pocos. Muy pocos. La mayor parte de los días, no caía ninguno. Pero éramos inasequibles al desaliento. Teníamos más puntería cuando venían a visitarnos los forasteros. En previsión de tales acontecimientos, teníamos bien aprovisionadas unas murias colocadas estratégicamente a la entrada y salida del pueblo. Tiempos…
La España de la dictadura militar no era diferente en nada a la actual bajo la cruel dictadura de los mercados, pues ambas dictaduras servían y sirven a los mismos amos. Los de la dictadura militar hicieron una concentración parcelaria salvaje que empujó a los moradores del mundo rural a emigrar a las autonomías periféricas o a los países de la Europa capitalista como mano de obra barata (hoy estamos igual). Fueron tan cafres los militares golpistas y sus secuaces, que se cargaron las cañadas reales y los caminos y cordeles de la Mesta con sus áreas de servicio con casetas y corrales. Pero los dictadores de los mercados actuales les superan con creces. Pues los muy canallas quieren cargarse lo que ni siquiera se le pasó por la cabeza al miliar Franco. Estos sinvergonzones, no contentos con llevarse hasta el dinero de los huerfanitos, se quieren cargar los concejos, juntas administrativas, pedanías, etc. etc. Pero hombres de Dios, si ese es el último vestigio de los concejos abiertos, una joya democrática jamás superada por ideología alguna. Toda pedanía o entidad menor, por pequeña que sea, tiene —desde su génesis— sus montes, sus edificios, sus pastos, sus adoberas, sus eras, sus muladares, sus veredas, sus prados, sus edificios de pósitos, sus pastizales, sus escuelas reconvertidas en centros cívicos, su plantío, sus montes, su sincretismo y un todo que ahora quiere rapiñar el Estado aranero con su habitual estolidez, burocracia y su prédica mendaz de siempre. Nos lo quieren robar para donárselo a las grandes empresas agrícolas y hacer que los pueblos vuelvan a su matriz, que es la tierra. Y si de paso hay: piedras, madera o cuadros donde tome carta de naturaleza el arte: románico, gótico, visigótico, mudéjar, barroco, etc. etc. pues todo es bueno para la buchaca de los desalmados y de la “cohors amicorum”. Permítanme que maldiga “in aeternum” a quienes dejan pequeños a los discípulos del Corral de Monipodio. Al lado de semejante tropelía, la desamortización de Mendizábal es una mera chiquillería. La participación de las personas en las elecciones y decisiones de los concejos es del cien por cien de sus habitantes y eso viene siendo así desde que se fundaron los asentamientos. Es más, sus obras, reparaciones y demás atenciones vienen haciéndose por huebras desde la fundación de las poblaciones, insisto. Nos vamos a desiertos cultivados a base de química y mecánica con engañatontos en forma de: LIC, ENP, ZEPA, Red Natura 2000, Parque Natural y la madre que lo parió a todo ello. Entonces perecerán nuestras aves y tendremos que hacer Hawking de ellas para asentarlas en espacios de diseño capitalino. Ya lo verán. Bueno, visto está, pues la agricultura Española está rescatada por Europa desde hace años. Además, está fuertemente subvencionada y quien paga manda. Y a quienes pagan, les importa tres narices nuestra biodiversidad. Ellos tienen una hoja de ruta trazada que no alteran bajo ningún concepto. ¡¡¡Esa es la forma de ayudar al mundo rural!!! Y para disimular sus tropelías, tienen a los voceros (ecolojetas o frutos inmaduros) que maman de la teta del Estado. Esto se acaba, compañeros… Y por si fuera poco, en un mundo globalizado tenemos siempre la Espada de Damocles de la Influenza aviar en su letal variedad H5N1. Y ya, para terminar este asunto, les diré que España se está desagralizando a marchas forzadas. HE PERDIDO EL HILO DE LOS NIDOS Que nada. Que sigo haciendo fotografías de los nidos. Que no soy más listo que nadie. Pero como profundo conocedor de la etología de las especies que se cruzaron en mi ya largo y ancho camino, conozco los recónditos lugares donde nidifican y todavía puedo subirme a donde sea necesario para contemplar el milagro Divino de los nidos. Muchas veces lo hago con mis cámaras para que nadie diga que escribo de oído aun cuando no estoy dispuesto a someterme a ordalía alguna por este motivo. Y no voy a hacerlo a pesar del asqueroso acoso de quienes practican la ignominia desde ciertas serrallas que no son tan anónimas como ellos se creen. Pobres ignorantes.
La mayor parte de las ilustraciones de mis artículos y muchas de los ajenos, se hacen con fotografías de este su seguro servidor. Es más, de fotografía no sé mucho, eso es verdad, pero para eso están los automatismos y el sentido común además de unos cursos que tengo pendientes a los que asistiré tanto en cuanto sea necesario como he hecho durante todo mi devenir vital. No. No estoy en contra de ciertas formas de progresía. Yo escribo de lo que sé y de lo que conozco. Conozco el equilibrio que hay que guardar para que siga habiendo lo que mengua como consecuencia de unas organizaciones ecologistas subvencionadas de los ministerios y por una dejadez total del Estado que, entre otras atrocidades, convierte los ríos en meros cauces de agua para satisfacer a una agricultura que cada día es más poderosa como consecuencia de bajar los precios a fin de ahogar a los pequeños agricultores y ganaderos que caen como higos maduros después de toda una vida de trabajo. De niño, venciendo miedos, me metía en las bodegas abandonadas y encontraba nidos de colirrojos tizones que en mi pueblo los llamábamos carboneras. Esa costumbre de explorar las cada vez más casas que se cerraban, era para buscar nidos o flores de sus jardines para los altares de la hoy semiderruida Iglesia de mi pueblecito del alma. También las llevaba a mi casa. Las plantas y sus flores son otra de mis debilidades. Mis incursiones en las casas abandonadas propició que me encontrara hasta armas de guerra antiquísimas que daba a mi tío Benito que vivía en Vitoria y algunas de ellas volvieron a mí, si bien es cierto que al abandonar nosotros nuestra casa de Fuente Andrino (Palencia), otros hicieron lo que yo hacía y me quedé sin mis tesoros. Ahora, buscando y rebuscando sobre el solar donde estaba ubicada mi casita del alma y otras propiedades que siguen siendo mías, algo me encuentro. Pero donde hubo poco, no puedo encontrar mucho. Ya ven, desde el último mechinal de la Iglesia de mi pueblo hasta la última tumba del cementerio, jamás dejé nada por explorar y admirar. Por eso iba de mala gana al convento. Hoy es la fecha en la que cuando me ubico sobre los despojos de lo que fue mi querido pueblo, cierro los ojos y lo reconstruyo de forma virtual. A veces estoy tan cómodo dentro, que tardo tiempo y tiempo en volverlos a abrir. Son las cosas del querer que no tienen cabida en este mundo artificial donde todavía no se ha erradicado la educación del codazo impartida por esas élites tóxicas de ayer, de hoy y de siempre.
Los nidos de lechuza, de cernícalo, de mochuelo y afines, jamás los cogíamos porque comían los ratones que no se zampaban los gatos. Pero no habrá niño de pueblo rural de mi edad que no se haya embelesado ante esas bolitas blancas con dos luceros por ojos que son las crías de mochuelo. A mí siempre me causaron una gran admiración las crías de lechuza cuando extendiendo una o las dos alas te plantaban cara mirándote a los ojos. Mi madre me metía miedo para que no las hiciera nada. No así cuando mi pobre madre intuía que alguna criaba en el palomar y se iban las palomas a la torre. Entonces tenía bula para proceder según mis maneras. Para ello miraba donde había esas cagadas que no son bolsas fecales como las de las crías de las golondrinas. Las cagadas de la lechuza son unos chorizos marrones oscuros casi negros. Allí donde veía los excrementos, tiraba de escalera y llevábamos las crías de la lechuza a un mechinal de la torre cuando llegaba la noche. Y los seguía cebando. Ya lo creo que los cebaba. Es curioso, pues no los aborrecía. La de guardias que habré hecho yo con la carabina de aire comprimido para matar a los abejarrucos que se picaban a las colmenas. O con la escopeta grande cuando el zorro o cualquier mustélido se picaba a nuestro corral. Eso hoy no se entendería. Pero quienes eran el blanco constante de capturas y acoso durante todo el santo año, eran los gorriones. La población de gorriones crecía cuando se les perseguía y ahora decrece de forma alarmante cuando se les protege. Tanto es así, que en Inglaterra, apenas quedan y en España vamos por el mismo camino. Yo aprendí de niño a buscar nidos y durante toda mi vida he estudiado y perfeccionado lo aprendido y en ello sigo. Antes me llevaba a casa sus frutos o mis conocimientos y ahora los fotografío. Los fotografío siempre y cuando pueda hacerlo sin incordiarlos o ponerlos en peligro. Pero jamás les molesto a excepción de a las crías de lechuza, pues me gusta que me siseen y me planten cara extendiendo el ala o las alas (como decía antes). Luego, simulo gran miedo y hago que huyo despavorido a fin de que se crezcan. Son preciosos… majestuosos… valientes. SON UN TESORO. Tesoro que también se están cargando y ahora, los de siempre, quieren chupar unas cuantas subvenciones so pretexto de lo que ellos denominan Hawking. A lo mejor recuperan las lechuzas como los linces de Doñana…
Son muchos los pájaros que se defienden en sus nidos. Sin ir más lejos, los pichones de torcaces lanzan unos eructos fétidos que parece que se encuentra uno ante la boca del infierno. Y si te aproximas a ellos, suelen escupir una sustancia peor que la lejía a juzgar por como deja la ropa. Hay que tener cuidado, pues si ese escupitajo te lo echan en un ojo, no creo que te lo salve ni la Caridad Divina. Ahora aprendo y fotografío nidos de tórtolas turcas, cosa que antes no podía hacer por no haberlas, pues estas son nuevas colonizadoras que en algunos sitios son plaga, desplazan a las comunes y Europa no las declara especies cazables, pero para erradicarlas, los pueblos y ciudades pagan su buen estipendio a los matabichos profesionales. Ya lo ven, los cazadores de a pie nos distraemos con poco, con lo nuestro, con lo de siempre, pues entiendo que quien no conozca el medio rural en profundidad, jamás podrá ser nada relacionado con él. La naturaleza está en constante cambio y ahora estamos pisando el acelerador para ir a peor. Jamás hubiese pensado que las urracas se aclimatarían a las ciudades como lo han hecho. O que en el centro de Palencia (capital) criaran las palomas torcaces. Y para más INRI, hay muchas perdices que hacen su nido en los cementerios de los pueblos y… no tan pueblos. ¡¡¡A lo que hemos llegado!!!
Comparte este artículo

Publicidad