Algo más sobre pumas y lobos

En el anterior post del blog hablábamos de la caza regulada y de su rentabilidad. Algunos cazadores que aún no tengan una opinión formada al respecto pueden preguntarse si se deben, o no, cazar lobos y/o pumas. Duda honesta, que nace desde la actitud del


A esta pregunta no se debe contestar con respuestas políticamente correctas, del estilo de «Depende», «En algunos casos»… respuestas propias de las administraciones. Hay que argumentar, y una honesta argumentación, desde postulados conservacionistas y medioambientales, nos conducirá a un «sí» rotundo. Sí son piezas cinegéticas. Empezaremos el razonamiento con una breve y simplificada descripción de la cadena trófica: Los ungulados silvestres como el ciervo se alimentan de la vegetación del monte. Y los predadores selectivos como el lobo y el puma son predadores de los ungulados, ninguno de estos dos tiene más enemigo natural en su hábitat que sus respectivos congéneres, pues son animales territoriales que se disputan el territorio. Esta disputa les obliga a expandirse en la comarca, y en condiciones favorables mayor será su expansión. Las poblaciones de seres vivos, siguen pirámides de crecimiento según el número de individuos y proporción entre sexos. Los animales susceptibles de ser predados, tienen una pirámide muy ancha en la base para poder surtir a la naturaleza, esta estrategia de supervivencia se llama de la ‘R’ que da lugar a muchos descendientes, para que unos pocos lleguen a adultos. Los predadores siguen la estrategia de reproducción de la ‘K’, poca descendencia y muy cuidada para que lleguen a adultos, se trata de una pirámide poblacional con la base más estrecha. Estos predadores comen lo que pueden, no lo que quieren. Esto se traduce en que comen gran número de crías, y animales con alguna afección o animales viejos en decadencia. Todos los seres vivos, animados o inanimados, siguen una curva sigmoidal de crecimiento. Esto nos lleva a un crecimiento rápido juvenil, crecimiento maduro, plenitud y decadencia. Dicha decadencia conlleva a una muerte por predación, en el mejor de los casos, o una muerte por enfermedad agónica si no se practica la caza. Por lo tanto una población de predadores tales como lobo o puma, que se encuentre estable o en expansión, también tendrá que ser sometida a un régimen cinegético de capturas para mantener el equilibrio poblacional y el estado sanitario óptimo. Los predadores naturales cumplen su función en la naturaleza haciendo selección. Mantienen las pirámides poblacionales equilibradas e impiden la proliferación de enfermedades causadas por altas densidades. Este equilibrio, en la naturaleza se desestabiliza frecuentemente. Y se reajusta lentamente mediante catástrofes naturales cruentas. Podemos poner el ejemplo de las epidemias de sarna que sufren los rebecos, ya que al tener limitada su expansión por ocupar un nicho ecológico de montaña, las superpoblaciones causadas por no cazarlos y no existir predadores naturales dan lugar a escasez de recursos que debilitan a los animales y los hacen sensibles a enfermedades contagiosas que causan numerosas bajas por muertes largas y agónicas. La naturaleza no entiende de sufrimiento ni del paso del tiempo. Aquí aparece la labor del hombre. La ocupación del territorio por las distintas especies de animales tiene un límite, ese límite está en el estado de normalidad. Que con criterio técnico da lugar a la posibilidad de la caza. Por lo tanto se puede cazar un animal cuando: - Va a llegar a su decadencia. - Hay exceso de densidad poblacional, que originará enfermedades. - El individuo tiene alguna anomalía heredable o contagiosa. Al seguir estos criterios la caza beneficia a los animales, individualmente y como población. No-cazar perjudica más que cazar. No-cazar es perverso pues se consigue con esta veda lo contrario de lo que se pretende. Además el deportista cazador genera riqueza. Existen espacios naturales en que, estando prohibida la caza, la guardería hace la labor higiénica de abatir los animales que llamamos selectivos; esto equivale a tirar la renta que genera la fauna silvestre. Se podría argumentar, que hay algunas especies que están en peligro de extinción y no se pueden cazar, como el oso en España o el jaguar en Argentina. Nada más lejos de la realidad, efectivamente no se pueden cazar porque el estatus de su población actual es frágil y venido a menos. La ley los protege, como debe ser, pero, ¿por qué ocurre esto? Ya lo comentábamos en el anterior apartado: debido a que se ha degradado su hábitat y se ha visto limitada su expansión. En estos casos se trata de una medida radical, que no deja a los animales otra salida que la muerte agónica, pero que cumple su función de conservación. A esta situación no se ha llegado, afortunadamente, por la caza, porque como hemos visto cazar es necesario para la conservación. La caza, deporte regulado, es una herramienta indispensable para la supervivencia de los animales silvestres, el lobo y el puma son de los más sensibles y son un indicador de conservación. Y con su cinegética también controlamos su población y prevenimos daños. Con el valor añadido de esta actividad que es rentable.
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