Claro que disfruto cazando

Una de las acusaciones recurrentes que nos hacen los anticaza es que disfrutamos cazando. Pues claro, ¡faltaría más! El problema es que los anticaza confunden cazar con matar animales, y claro, lo simplifican diciendo que los cazadores disfrutamos matando animales, queriendo decir, peyorativamente, que somos una especie de sicópatas asesinos que disfrutamos con el sufrimiento animal.


Venare non est occidere, dice el término latino, término que el Real Club de Monteros de Madrid tiene como lema.

Cierto, cazar no es matar, aunque a veces la caza conlleve la muerte de un animal. Buscar, perseguir y encontrar una pieza es ya cazar, y no tiene por qué terminar con la muerte del animal. Cuántas veces he regresado de un día de caza sin ninguna pieza porque no la encontré, o si la encontré la fallé. Y sin embargo me harté de cazar, volviendo satisfecho. Y es que cazar es un verbo lleno de matices que puede o no terminar con la muerte de la pieza.

El problema es que esto sólo lo podemos entender los cazadores. Cazar es buscar una pieza en soledad, o con tu perro, o con otros cazadores. Deambular por la naturaleza, respirarla, verla, sentirla en su plenitud, al tiempo que formas parte de ella. Y sí, mientras intentas dar muerte a un animal, cosa que no siempre consigues, proporciona al hombre-cazador una felicidad tan incomprensible como plena. Ojo, no cualquier animal, sólo los cazables, los que teóricamente son abundantes y que posiblemente, como cazador, hayas fomentado mejorando un hábitat del que se aprovechan otros muchos animales no cazables.

Y sí, claro que disfruto cazando porque me siento libre en la más absoluta soledad en medio de la naturaleza a la que pertenecemos, o en compañía de mi perro o de otros amigos, participando en una estrategia común, riéndonos juntos, compartiendo la misma felicidad, como hicieron nuestros antepasados durante miles de años.

Cuando he visto en documentales a otros pueblos primitivos que siguen siendo cazadores, que de verdad cazan para comer, como hacíamos nosotros hace dos telediarios, no he visto amargura por ningún lado. Al contrario, diría, aunque les pese a los anticaza, que están felices y contentos, y eso que se juegan su sustento y el de su pueblo. No he visto nunca a un cazador amargado, sino todo lo contrario, una felicidad que se hace superlativa si consigue el animal buscado. Y eso es así porque, aunque les pese a tanto anticaza, practicar la caza hace feliz al hombre, al del asfalto y al bosquimano, porque es lo que ha hecho durante miles de años y a lo mejor está en sus genes, quizá porque vuelve a mezclarse de lleno con la naturaleza, de la que seguimos formando parte y en la que, por nosotros mismos o con la ayuda de otros amigos cazadores, a veces conseguimos capturar un animal salvaje que nos da satisfacción a nuestro esfuerzo y estrategias y, por supuesto, alimento.

Por tanto claro que me divierto cazando, aunque pase frío o me moje, como se siguen divirtiendo los últimos pueblos cazadores de la tierra, que siguen necesitando la carne de caza para sobrevivir. Yo, afortunadamente, no necesito ese animal para seguir viviendo, y sin embargo, ¿por qué me gusta tanto buscarlo y perseguirlo, lo consiga o no, a pesar de tanto insulto y de tantas trabas de todo tipo?

Los anticaza seguirán diciendo que porque estoy enfermo, como cualquier sicópata. Pues bien, que construyan miles de siquiátricos porque el mundo está lleno de personas a las que le gusta cazar, y viven tanto en el asfalto madrileño como en la sabana del Serengueti.

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