Especies exóticas: la invasión silenciosa

Su introducción en nuevos ecosistemas es lo más parecido a abrir la caja de Pandora. Atacan a otras especies, se reproducen sin control destrozando las cosechas, provocan pérdidas multimillonarias y son una grave amenaza para la biodiversidad. Detrás de las plagas de las especies exóticas invasoras está la mano del ser humano. Aunque no todas las especies exóticas invasoras son perjudiciales.


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Están ahí, por todas partes. Sigilosamente se han introducido en nuestras casas, nuestros bosques, nuestros ecosistemas, nuestros ríos, nuestras vidas… Poco a poco se han hecho comunes y actúan de una manera muy negativa. Son las especies exóticas invasoras.

Una especie exótica es aquella que se establece en un ecosistema o hábitat natural o seminatural que no forma parte de su área de distribución natural. Pero su carácter de invasora proviene de su proliferación, lo que causa daños al medio ambiente, a otras especies o a las actividades humanas y económicas.

Una especie exótica es aquella que se establece en un ecosistema o hábitat natural o seminatural que no forma parte de su área de distribución natural

Según Jorge Cassinello, investigador del CSIC en la Estación Experimental de Zonas Áridas y miembro de la Comisión por la Supervivencia de las Especies de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN), hasta hace unos pocos años «el concepto de ‘invasor’ se aplicaba a las especies exóticas establecidas y en proceso de expansión. Sin embargo, recientemente la UICN estableció que una especie exótica invasora es aquella que causa daños y perjuicios en el ecosistema huésped. Esta es la definición aceptada en la actualidad, y por ello podemos equiparar el término ‘invasor’ con perjudicial o dañino».

El investigador del CSIC, a la pregunta de «¿son todas las especies de origen exótico invasoras?», responde que no. «La gran mayoría de las especies introducidas por el ser humano no tiene efectos negativos reconocidos sobre los ecosistemas. Este sería el caso de buena parte de plantas ornamentales o de los cultivos de plantas originarias de América que hoy se encuentran muy extendidos en todos los continentes, como el maíz, la patata o el tomate. Sólo unas pocas especies introducidas han demostrado ser perjudiciales, al desplazar o incluso llevar a la extinción a especies autóctonas».

El continente europeo no permanece ajeno a las plagas. Está infestado por más de 14.000 especies foráneas. Algunas de ellas se convierten en invasoras. Ocasionan pérdidas de 12.500 millones de euros anuales. Pero no solo se trata de dinero. Estos invasores son la segunda causa de la destrucción de la biodiversidad, pudiendo ser en el futuro próximo el factor más importante de desintegración ecológica. Así, a nivel mundial, el 39% de las extinciones conocidas de animales desde el año 1600 se han producido por la introducción de especies foráneas.

Especies exóticas: la invasión silenciosa

Vías de introducción

Las vías de entrada de una especie invasora son múltiples, ya sean intencionadas o accidentales. En todo caso la normativa establece un listado de estas especies a distintos niveles: comunitario, estatal y autonómico y es importante no perder de vista los efectos que puede tener un acto aparentemente sin importancia.

Por tanto, este movimiento de especies a menudo es accidental y llevamos con nosotros, sin querer, aquellas especies que desde antiguo viven con nosotros. Así hemos poblado el mundo de moscas y mosquitos, de ratas y ratones, de gorriones y palomas, y muchas más. Pero, y también muy a menudo, el transporte de especies se ha hecho con nosotros por el mundo con intención y por diversas razones, como las estéticas y para adornar nuestros estanques, caso del cisne; por razones económicas como el visón americano o el castor, que han llegado a Europa por el valor de la piel; por razones cinegéticas; o también como mascotas, entre las que cabe citar al mapache, etc.

El mapache

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En el caso del mapache, nativo de América del Norte, se trata de una de las especies invasoras que más preocupan actualmente en la península Ibérica. Como cualquier especie alóctona de carácter invasor, la existencia de una población de mapaches en estado silvestre tiene un impacto negativo sobre el ecosistema y las especies que lo habitan, además de suponer un riesgo para la población humana. Los principales factores de amenaza son la predación sobre la fauna autóctona, la competencia con otros carnívoros, la transmisión de enfermedades, tanto a la fauna como al ser humano, y el impacto económico.

En lo que respecta a España, fue en la Comunidad Autónoma de Madrid cuando fue detectada por primera vez su presencia en 2003 durante un sondeo específico de la nutria. Durante varios años se han realizado campañas de control mediante un trampeo selectivo en vivo con métodos no cruentos mediante la instalación de baterías de jaulas en los tramos de ribera, hábitat que ocupa la especie. También se han detectado en la Comunidad Valenciana y últimamente en Asturias, en la que desde 2015 el Gobierno de Asturias realiza campañas de erradicación de ejemplares. En dicha comunidad autónoma se ha detectado que tiene un impacto negativo sobre la fauna autóctona y produce daños en los cultivos. Además, representa una amenaza para la salud pública por su capacidad para trasmitir enfermedades como la rabia y la parasitosis.

Existe también una enorme preocupación en cuanto a la posibilidad de asentarse en parques nacionales como el de Doñana, ya que en sus proximidades se ha capturado una familia de once ejemplares. Sospechan que si se instala allí cause un destrozo irreparable, sobre todo entre las aves, los anfibios y los cangrejos.

Recientemente, a principios de este año, se les ha visto en diferentes zonas de Galicia. Primero fue en Lugo, y en marzo se les ha visto en el Miño, en su recta final hacia su desembocadura, con lo que es no es difícil prever que pronto descenderán para unirse a sus colegas del norte de Portugal.

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Otras especies invasoras

Podemos seguir con más casos de especies invasoras en nuestro país, como el anteriormente citado visón americano, o el mejillón cebra, un recién llegado pues solo está reconocido desde 2011. Proviene del este de Europa, en los ríos de las cuencas del mar de Aral, el mar Caspio y el mar Negro, y comenzó a extenderse hacia Europa central y occidental, de río en río, desde principios del siglo XIX. Llegó a Norteamérica en 1988 pero la expansión posterior ha sido rápida y violenta y ya cubre todo el continente. En los ochenta llegó a la Península Ibérica, comenzando por la cuenca del Llobregat, en Cataluña. Está en la lista de las 100 especies invasoras más peligrosas. Eliminan especies autóctonas al ocupar su hábitat, taponan tomas de agua y desagües, y saturan los fondos con deposiciones orgánicas y restos. No se ha encontrado manera de controlar y mucho menos de eliminar esta especie, aunque se llevan décadas intentándolo, sobre todo en Estados Unidos.

También son muy nocivas las estruendosas cotorras argentinas, que destruyen plantas y otros nidos. Ya forman parte del paisaje urbano de Barcelona, Toledo, Madrid y otras ciudades. Acaban de ser incluidas como especie invasora y es legal su exterminación, pero los Ayuntamientos y las Administraciones no hacen nada. Como suele ocurrir en muchos casos, la gente las compró para tenerlas en jaulas, como animales de compañía, y las soltó en el momento en que fueron molestas.

Otro invasor que ocupa el primer lugar en la lista más reciente de especies invasoras de la UE es la avispa asiática, que llegó a España en 2010. Este insecto es un eficaz asesino de abejas de la miel y acaba con sus colmenas, causando graves daños al sector apícola.

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No todas las introducciones han sido perjudiciales

No todas las introducciones animales son tan dramáticas. Algunas incluso se realizaron con un fin justificado y exitoso. Podríamos decir, pero siempre con reservas, que en algunos casos las introducciones han sido justificadas. Por ejemplo, la gambusia, un pez poco conocido de apenas cinco centímetros de longitud. Son parecidos a los guppies de las tiendas de animales, originarios de Centroamérica y que llegaron a Europa procedentes de Estados Unidos.

Hace un siglo los mosquitos eran un verdadero problema para la salud humana por transmitir enfermedades mortales, como la malaria. Ahí entra la pequeña gambusia, que se reveló como un poderoso agente para el control biológico de los mosquitos.

Aunque este pez no es mucho más efectivo que los depredadores nativos de mosquitos, su introducción ha sido eficaz en muchos territorios debido a su gran capacidad reproductora. Ha sido introducida en, al menos, 31 países de todo el mundo. En la actualidad ocupa casi todas las aguas lentas y templado-cálidas de la Península Ibérica, sobre todo por debajo de los 1000 m de altitud. En España se introdujo en 1921 para combatir el paludismo. Aunque tiene un elevado impacto sobre las poblaciones de peces nativos, especialmente sobre los ciprinodóntidos autóctonos como el fartet (Aphanius iberus), salinete (Aphanius baeticus) y el samaruc (Valencia hispanica).

Actualmente, el Gobierno del PP ha prometido dar una solución al arruí, el cangrejo rojo de río y la carpa

Hay ejemplos de otras introducciones beneficiosas para el ser humano, como las carpas, presentes en numerosos lagos y embalses de todo el mundo y, por supuesto, también en España. Hoy se han convertido en un importante recurso alimenticio para las poblaciones indígenas porque proporcionan proteínas en grandes cantidades. De hecho, los cultivos piscícolas en aguas continentales se han denominado la esperanza azul por constituir un aporte proteico irremplazable en muchos países en desarrollo.

Centrándonos en España, las carpas comunes fueron introducidas en España por los romanos, traídas de Asia y aclimatadas perfectamente desde entonces a las tres cuartas partes de nuestras aguas interiores.

No obstante, el Tribunal Supremo puso en pie de guerra a pescadores y cazadores al incluir en el catálogo de especies exóticas invasoras a animales que llevan aprovechándose muchos años en nuestro país. Es el caso del arrui, un bóvido de las zonas rocosas del Magreb; de la trucha arco iris y del cangrejo rojo de río, y también de la carpa común.

Tras el recurso presentado por Ecologistas en Acción, SEO/Birdlife y la Asociación para el Estudio y Mejora de los Salmónidos, la sentencia 637/2016 del Alto Tribunal anula parcialmente el Real Decreto 630/2013 que permitía la pesca y comercialización de estas especies.

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Actualmente, el Gobierno del PP ha prometido dar una solución al arruí, el cangrejo rojo de río y la carpa. Las reformas legales que quiere introducir el Gobierno buscarían una modificación de la ley en base a un reglamento comunitario sobre prevención y gestión de especies exóticas invasoras aprobado en 2014 por el Parlamento Europeo. Esta norma, por encima de la española, está a la espera de la elaboración definitiva de la lista de especies a erradicar para entrar en vigor. Y en el reglamento se habla de una «especial atención a las repercusiones sociales y económicas de su aplicación».

Una de las especies exóticas más llamativas de nuestros ríos es el siluro, un pez que puede llegar a medir dos metros y medio y pesar más de cien kilos. Su cuerpo es grisáceo y sin escamas, gelatinoso, y presenta una enorme cabeza de ojos minúsculos y largos apéndices carnosos alrededor de la boca llamados barbillones. Es, sin lugar a dudas, un verdadero monstruo acuático.

El siluro apareció en España en el embalse de Mequinenza (Zaragoza), desde donde se ha extendido a todo el río Ebro. Sufre en silencio su mala fama, agravada por un comportamiento agresivo. Amante de los embalses, vive al acecho, oculto entre la oscuridad del agua. Si detecta un movimiento o un chapoteo, abre su enorme boca y engulle todo lo que encuentre. Después digiere a sus presas lentamente, ya sean peces, botellas, patos y palomas o hasta una pequeña embarcación. Es temible y poco selectivo con su comida.

Sin embargo, aunque ejerce un efecto negativo sobre los peces nativos, no es uno de los peores invasores. De hecho, su dependencia de las grandes masas de agua limita su distribución a los embalses y aguas adyacentes. Si quieres pasar un rato divertido pones la frase siluro cazando palomas en YouTube. Ahí aparecerán estos animales en la época estival atacando a las incautas palomas que van a beber al Ebro. El silencioso y paciente siluro espera a que entren en el agua y se abalanza sobre ellas sin piedad, depurada técnica que también utiliza con los barbos, las madrillas y otras especies nativas. Hoy son un atractivo turístico de Zaragoza.

Se calcula, en fin, que el 60% de las especies nativas de agua dulce del área mediterránea están en peligro. Ese es uno de los porcentajes más altos del planeta y convierte a esta zona en uno de los puntos calientes de la constante amenaza a la biodiversidad mundial.

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El caso del cerdolí

Una nueva especie que está proliferando es el llamado cerdolí. La nueva especie es una hibridación entre el jabalí y los cerdos vietnamitas que han sido abandonados en el medio natural y que, tras detectarse algunos ejemplares en Valencia y Andalucía, se han extendido por amplias zonas de la península Ibérica.

La moda que fomentó el actor George Clooney para tener como mascota a un cerdo vietnamita puede tener consecuencias fatales para los aficionados a la caza del jabalí ibérico. Si se cumplen los pronósticos más pesimistas, el jabalí autóctono puede llegar a desaparecer ante la proliferación de un híbrido al que han denominado cerdolí.

El problema no está provocado por los cerdos vietnamitas en sí o por su convivencia con los jabalíes ibéricos, sino que está generado por la hibridación entre ambas especies. Los primeros han sido liberados por sus propietarios sin ningún control y se han apareado con los jabalís autóctonos.

Aunque los cerdos vietnamitas son una especia doméstica que debería estar identificada y controlada como cualquier otro animal de granja, algunos propietarios optan por abandonarlos de forma irresponsable cuando no pueden tenerlos en casa porque adquieren un tamaño considerable. Una vez en el medio natural se cruzan con los jabalís autóctonos y dan lugar a camadas de entre diez y doce crías de cerdolís, el doble de las camadas de las hembras de jabalí.

Los cerdolís carecen de interés para el aficionado a la caza, porque no tienen ningún valor culinario y porque al cazador le gusta el carácter salvaje del jabalí

La nueva especie es un animal grotesco cuyas características morfológicas varían en función del ejemplar genéticamente dominante. Por lo general tiene patas largas, en ocasiones presenta un pelaje oscuro y, mientras algunos tienen el morro chato, otros lo tienen larguísimo y fino.

Los cerdolís carecen de interés para el aficionado a la caza, porque no tienen ningún valor culinario y porque al cazador le gusta el carácter salvaje del jabalí. Además de ser relativamente dócil y de no tener miedo al ser humano, el cerdolí provoca importantes daños en la agricultura por ser un animal que no sabe buscar alimento en el medio natural por sí mismo y va a lo fácil.

La presencia de la nueva especie se encuentra en un estadio inicial, por lo que es el momento adecuado para actuar, aunque para ello es necesaria la intervención conjunta de las autoridades competentes, de los cazadores y de las personas que tienen en propiedad algún cerdo vietnamita, que actúen con responsabilidad y no lo suelten en cualquier parte.

Los aficionados a la caza, por su parte, ven limitada su participación en las tareas para erradicar esta especie invasora y la implicación de los cazadores sólo estaría encaminada a lograr su eliminación. En principio, no se pueden cazar estos animales porque pueden ser propiedad de un particular y es necesaria la implicación de las autoridades. Los cazadores se dedican a cazar de una forma natural, aunque otra cuestión es que se den permisos extraordinarios y se realice una batida para terminar con ejemplares con los que los cazadores son los primeros interesados en que se termine con ellos.

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