Combates y holganza

De nuevo nos encontramos en enero con un momento del año en el que parecen reñidas las conductas en las diferentes poblaciones ibéricas de corzo, más en lo que respecta a los machos y no tanto en las hembras.


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Durante el mes de enero son muchos más los machos del sur que están sin correa

Con respecto a los machos, podemos incluso evidenciar las enormes diferencias comportamentales que se dan entre el corzo meridional y el septentrional como reflejo de las diferencias en las condiciones de su medio. El corzo ubicado en el norte peninsular se encuentra embutido en los más extremos rigores del invierno y la nieve es un elemento habitual dentro de su entorno; el corzo de las poblaciones situadas más al sur, como reflejo de soportar unos inviernos más suaves y no ser la propia supervivencia la que consuma el ciento por ciento del esfuerzo de cada individuo, permite el comienzo de algunas conductas dentro de su cuadro comportamental. Podemos ver aspectos en la biología de estas poblaciones que tardarán aún en verse a sus congéneres más norteños.


Los corzos del norte peninsular se encuentran en enero sorteando el frío, los lobos y el hambre. © Guy Fleury.

Respecto al corzo más septentrional, podemos asumir que éste se encuentra prácticamente con las mismas ocupaciones que describíamos en los dos últimos capítulos. Huyendo de los fríos altitudinales, buena parte del contingente poblacional se encuentra en los valles y asumen de esta manera una mayor permisividad en el contacto con otros individuos: los machos se encuentran con otros machos y éstos, a su vez, con grupos familiares, que pueden coincidir en prados o lugares apetecidos por la especie. Tampoco debemos pensar en grandes grupos, ya que, eludir las congestiones, sigue siendo la mejor manera de evitar las visitas a estos lugares de los lobos. Por supuesto —sería un caso excepcional—, ningún macho ha tirado la correa y más al contrario, todos están en la labor de desarrollar la cuerna. Ningún ejemplar se acuerda en estas poblaciones de las maneras utilizadas durante la época territorial, algo que es obvio una vez asumidos los argumentos expuestos sobre el gregarismo y el estado de la cuerna.

Cada individuo en cada día, por tanto, se ha de preocupar de sortear el frío invernal de la mejor manera posible, esquivar el hambre de los lobos y evitar en lo posible las dentelladas que ocasiona el hambre en uno mismo. No debemos olvidar que el éxito en el acopio de alimento puede influir directamente en el tamaño de la cuerna y, posiblemente, en el éxito reproductor durante ese año: la aparente vida ociosa de los machos de corzo, no parece tan asueta, visto lo visto. Nos salimos de la monotonía en todo caso si nos acercamos a las poblaciones extremeñas y, gracias a ellas, damos algo de color a este repaso mensual que llevamos a cabo sobre las poblaciones ibéricas de corzo.

Poblaciones meridionales


Ningún macho de las poblaciones del norte ha descorreado en enero —sería una excepción—, sino que, muy al contrario, están desarrollando la cuerna. © Guy Fleury.

Durante el mes de diciembre algunos machos ya habían tirado la correa y la cuerna era funcional como tal; durante el mes de enero son muchos más los que se encuentran con la cuerna descorreada. Casi podríamos hablar de toda la población adulta, sin olvidar tampoco que los individuos de menor edad, finalizarán el desarrollo en abril.

Con la cuerna lista y sin tanta preocupación por los fríos y la comida como en el norte peninsular, es fácil pensar que estos individuos se preocuparán de algo más que de comer. En efecto, el raquítico marcaje que podíamos encontrar en los tres meses anteriores, se dispara en enero. Los machos adultos siguen conservando sus territorios, han evitado las concentraciones con otros machos hasta este mes y, en enero, con más motivo. Esto supone, por tanto, un aumento del marcaje territorial, de unos territorios que no han abandonado desde el período de celo en el verano anterior; el marcaje, hasta estos momentos apreciado únicamente por los escarbados de sus patas delanteras, se lleva a cabo ahora con la cuerna y la vegetación arbustiva es castigada como en los mejores tiempos.

Por otra parte, cada vez son más las crías machos que se ven desplazadas del seno familiar, y también son cada vez más las carreras que los machos territoriales deben dar a éstos «sin tierra». Igualmente son habituales en esta época los combates entre machos, entre quienes tienen tierra y quienes ambicionan el territorio ajeno. Tanto es así, que las contiendas son llevadas a cabo entre individuos con la cuerna sin formar, hecho que se ve reflejado en las numerosas taras, deformaciones o cicatrices, que podemos ver posteriormente en los trofeos cobrados, una vez concluido el momento de formación de la cuerna.

Es la época en la que más crías se ven predadas

Este incremento en la agresividad, no debe llevarnos a pensar que va en aumento hasta los meses del celo, en el verano. Las poblaciones a las que nos referimos parecen solventar los trámites sobre el derecho a la propiedad en los meses previos al celo y, como comentamos en el párrafo anterior, antes incluso de que la cuerna se encuentre despojada de la correa. Para cuando llegue el celo todas las discusiones están solventadas y los machos adultos pueden dedicarse de manera casi exclusiva a lo que le interesa, que será adecentar su «pelao» territorial y trastear a la búsqueda de hembras.

Resumiendo respecto a lo que sucede con el corzo meridional, la cuerna está limpia en muchos individuos, la territorialidad se muestra acentuada por las numerosas marcas en la vegetación y está en alza la agresividad de los machos frente a sus competidores.

Menos familias en las hembras

Ya las hembras meridionales concluían la diapausa embrionaria en el mes de diciembre, al menos buena parte de ellas (para no parir en el crudo invierno —si contáramos con una gestación normal a partir de las cubriciones en el verano—, desarrollan una ralentización en el desarrollo del embrión). Esto evita que la paridera se sitúe en pleno invierno y es en éste cuando de nuevo se pone en marcha la maquinaria de la gestación a un ritmo normal. Este mecanismo, lejos de ser algo programado en todas las poblaciones en el mismo compás, parece estar a disposición de las condiciones que sufren las hembras en cada lugar.

Las primeras en abandonar este momento de parón embriológico —situado en diciembre— son las hembras extremeñas. En enero, parece ser el resto de la población peninsular quien abandona el estado de latencia y todas marchan a un ritmo de gestación habitual, hacia la paridera, ubicada mayoritariamente en mayo.

En ese sentido, podemos afirmar que la práctica totalidad de las hembras se encuentran en el mismo momento respecto a su ciclo reproductor, obviando un mayor o menor adelanto en el desarrollo del feto.

Otras diferencias existen y parecen derivar de nuevo de la bondad o rigor del entorno que las acoge. Las hembras de las poblaciones norteñas acogen en el seno familiar a todas las crías que nacieron en la paridera anterior. A todas las que hayan sido capaces de llegar hasta este momento, ya que la mortandad por depredación y frío es grande en estas latitudes.

En todo caso, el que una cría se encuentre dentro de un grupo donde el líder sea una hembra experimentada debe reforzar, a pesar de todo, las posibilidades de supervivencia; esto, unido a que no encontramos condicionantes que empujen a las hembras a expulsar de su seno a las crías, hace que las familias sigan intactas.


En enero, huyendo de los fríos altitudinales, buena parte de la población corcera septentrional se encuentra en los valles. © Valentín Guisande.

Más al sur no sucede lo mismo. La disponibilidad alimentaria es elevada, parece que la actividad territorial de los machos contagia a las hembras y éstas siguen con la expulsión de sus crías. Las expulsiones, como ya comentamos en su momento, han comenzado en octubre y se ven incrementadas conforme pasan los meses.

Por estas fechas, muchas hembras que parieron a sus crías en la primavera pasada, campean solas o acompañadas de machos adultos. Es la época en la que un mayor número de crías se ven predadas por los campos meridionales; quizá, el que la expulsión de estos efectivos se lleve a cabo de manera escalonada, reste efectividad al éxito reproductivo en el conjunto de las hembras.

Otra diferencia radica en el gregarismo en este sexo. Mientras que las agregaciones son más habituales que en la época estival dentro de las poblaciones norteñas, en las meridionales no aumenta el número medio en los efectivos de cada grupo. Es más, la expulsión de numerosas crías del grupo familiar hace descender el número medio de integrantes en estos grupos, hecho que será una tendencia continuada hasta el mes de la paridera, momento en que la gran mayoría de las hembras se apartan del resto de la población para parir y atender en la más estricta intimidad a sus crías en los primeros días de existencia.

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