Miguel Delibes en el recuerdo

El 12 de marzo de 2010 murió Miguel Delibes y con él se fueron el mejor relato que ha tenido la caza y el mensajero de mayor prestigio. Coinciden este año la década de su muerte y el centenario de su nacimiento, 17 de octubre de 1920. Pienso, que cuando los referentes se van muriendo ?están muy recientes las lágrimas por Patxi?, es que el tiempo avanza inexorablemente y ‘La hoja roja’ cada vez estará más cercana en aparecer para todos y a cada uno en ese momento impreciso que para Delibes llegó un 12 de marzo, a los 89 años.


Como ya habréis leído muchos cazadores, Delibes comenzó de morralero con su padre, al que ha recordado «en el monte Valdés (La Mudarra, Valladolid), solo, alto, delgado, el perro a la vera, las alas del sombrero de mezclilla sobre los ojos, la escopeta en guardia baja, atento, alerta, como Ortega exigía del cazador. Al acecho. La caza era para su padre un rito solitario. Le placía cazar sin compañía… Se armaba rápidamente y era diestro en el tiro a tenazón. Raro era el día que no aculaba ocho o diez conejitos en el morral, más una perdiz o una liebre para ilustrarlo». También cazaban en este monte un par de becadas al año «una o dos por temporada, cifra semejante a las que lograba mi padre en el monte de Valdés, orilla de la Mudarra»; dijo en otra referencia. Delibes empezó a cazar con escopeta y papeles con 18 años, cuando finalizó la guerra civil (1936-39).

Siempre hemos asociado los cazadores a Delibes como el cazador que escribe y no como el escritor que caza; porque así lo quiso él. Le tocó vivir unos años imborrables de la guerra y postguerra que fueron horribles en Valladolid y de ese trágico asunto también escribió de manera notable al menos en dos libros: Las guerras de nuestros antepasados (1975) y sobre todo en Madera de héroe (1987).

Su padre fue liberal de izquierdas, del partido del vallisoletano Santiago Alba, su cuñado. Delibes vivió los tiempos de la guerra civil en una ciudad, la mía, que fue la primera donde triunfó la sublevación militar, con el apoyo inminente de la guardia de asalto y los falangistas; estos últimos con bastante fuerza en Valladolid por parte de las JONS que lideró y fundó el vallisoletano Onésimo Redondo. No hay duda que una trágica situación, como es una guerra entre hermanos, marca el futuro de cualquier generación y más aún la de los adolescentes como era Delibes, con 15 años cuando empezó la guerra. Algunas de las novelas de Delibes representan a sus actores como alter egos del propio autor o de personajes amigos o conocidos y en Madera de Héroe hace referencia a esa terrible guerra civil fratricida, consecuencia del fanatismo de ideas y religiones que los jóvenes no supieron gestionar en esos momentos y tomaron decisiones impropias que digiere el escritor y actualiza los pensamientos de esa etapa juvenil como el Delibes adulto que con tanta sensatez ha analizado en todos sus libros a las personas y sus actos. En los tiempos previos a la guerra el ambiente en Valladolid estaba bastante crispado y en los meses anteriores al levantamiento los ferroviarios de la UGT, muy activos sindicalmente, entraban en litigio con los falangistas de la FE-JONS en las calles de la ciudad. Delibes vivía cerca de la estación Campo Grande de los Ferrocarriles del Norte y la mayoría de los ferroviarios entraban y salían del trabajo, desde y hacia la ciudad por esa estación; sin querer era testigo de esas situaciones tensas.

En palabras de Miguel Delibes la situación fue más o menos lo que dice en el preámbulo: «Y vuelvo a repetir lo que ya dije cuando se publicó el libro: no es Madera de héroe una novela sobre la guerra civil, sino de seres humanos, de una u otra ideología, que la sufrieron y fueron todos, sin excepción, sus víctimas. Por ejemplo, aquellos muchachos —mis amigos y yo— que jugábamos a las cartas en una buhardilla de la calle Colmenares de Valladolid, y que un día, ilusionados y sin duda confundidos, decidieron alistarse voluntarios en la Armada». Queda claro que su enrolamiento voluntario en la marina del ejército vencedor lo consideró un error, pero que haberse enganchado al otro bando, lo hubiera sido igual o mayor, según aclara el propio Delibes.

Volviendo al mundo de la caza, Delibes recuerda agradecido a su padre y a las aventuras de niño en el Monte de Valdés: «Uno de los muchos motivos de agradecimiento que guardo a la memoria de mi padre es que orientara mis ocios hacia el campo, hacia los placeres sencillos, hacia la vida frugal que la caza comporta». Su padre era cazador de menor y Delibes, en toda su vida cazadora, prácticamente nunca asistió a una cacería de caza mayor, y si lo hizo, fue de manera testimonial.

El oficio y arte del cazador de caza menor se ha ennoblecido al haberse identificado Miguel Delibes con este tipo de caza, que representa según sus palabras «a la humilde actividad venatoria que yo practico y que ya, de entrada, los papeles oficiales menosprecian denominándola caza menor» denunciaba Delibes en el primer párrafo del prólogo de «El libro de la caza menor».

Hoy recuerdo yo una tarde del verano de 1990 cuando la Federación Española de Caza entregó a Miguel Delibes el galardón más importante: el Carlos III, un premio que nunca estuvo más justificado en su elección. Agradeció y reconoció la entrega el galardonado en este artículo: Honores (1-IX-90). «Me siento honrado por personas e instituciones que estiman que he hecho algo en beneficio de la caza… La caza es una actividad deportiva y en consecuencia debe ejercitarse con nobleza. Desde este supuesto acepto estas distinciones como el Premio Carlos III de la Federación Española, el nombramiento de Socio de Honor de la sociedad «San Saturio», de Soria, o el obsequio de una escopeta por parte de Juan Antonio Sarasqueta, obra de su padre, don Víctor Sarasqueta».

El premio Carlos III se lo entregamos ese verano en el Bohío, en la orilla del Duero, en Puente Duero (Valladolid). La entrega se materializó por Manuel Andrade, presidente de la Federación Española de Caza (FEC), acompañado por Angel Gracia, secretario, José Luis Fraile, jefe de prensa y yo mismo, como vicepresidente de la FEC y presidente de la Federación de Castilla y León, a un Delibes muy contento que estuvo arropado por tres de sus hijos cazadores en la cuadrilla, Germán, Juan y Adolfo. En este acto subrayó Delibes, »aquel cazador para quien el morral prevalece sobre las circunstancias de la caza, no es un modelo de cazador».

Estoy de acuerdo con el maestro en que la caza tiene éxitos y fracasos, siempre ha sido escuela y cura de humildad para los que sólo muestran la percha ostentosa, porque el cazador falla los tiros más tontos. También sirve a cierta edad de autoestima, al volver a comprobar que puedes abatir dos o tres perdices, después de llevar algunos días de bolo por fallarlas a cascaporro.

Este mes de marzo se cumple el décimo aniversario de su llorada muerte que dejó a todos los cazadores y ciudadanos conservacionistas, huérfanos de esa literatura inigualable que solamente Delibes ha dejado escrita. Los cazadores le recordamos con respeto y cariño.

Unas frases de Delibes

Las perdices del domingo.- 1981

1) «Lo que un cazador es capaz de hacer por una perdiz no puede imaginarlo más que otro cazador»

2) «Domingo tras domingo, en otoño y en invierno, el cazador sale al campo en pos de las perdices, unos días con suerte y otros sin ella, pero, en todo caso, las perdices disminuyen en la percha y en el campo, con lo que no descarto que estas páginas, al correr de los años — tampoco demasiados — puedan ser la constatación de un proceso devastador en virtud del cual, Castilla se fue despoblando de pájaros, como siglos atrás se despobló de bosques. El tiempo hablará y no tardando».

Diario de un cazador.- 1955

3)«A mis amigos cazadores que, por descontado, no son gentecilla de poco más o menos, de esa de leguis charolados y Sarasqueta repetidora, sino cazadores que con arma, perro y bota componen una pieza y se asoman cada domingo a las cárcavas inhóspitas de Renedo o a los mondos tesos de Aguilarejo, a lomos de una chirriante burra o en tercerola, en un mixto de mala muerte, con la Doly en el soporte o camuflada bajo el asiento, sin importarles demasiado que el revisor huela al perro ni que el matacabras azote despiadadamente la paramera».

4) «Salir al campo a las seis de la mañana en un día de agosto es algo que no puede compararse con nada. Huelen los pinos y parece como que uno estuviera estrenando el mundo. Tal cual si uno fuera Dios».

Mi vida al aire libre.- 1989

5) «Mi padre fue un perfecto cazador deportivo. Un cazador a salto, de perro y morral que sabía disfrutar de la naturaleza como nadie». A la codorniz iba a la Sinova con Boby, el perro que ante la codorniz «acortaba el paso que se hacía lento, florido, achulado como el de los toreros en lances de adorno».

Con la escopeta al hombro.- 1970

6) «El día que consigamos que a un hombre sentado debajo de una encina se le acerquen las perdices y se suiciden, ahorcándose de la percha que cuelga de su canana, podremos decir que el deporte de la caza ha alcanzado el techo de sus posibilidades».

La Caza de la Perdiz Roja.- 1962

7) Juan Gualberto, el Barbas, cuestionaba la filosofía sobre la caza de Ortega y Gasset.

?¿Sabe usted, Barbas, lo que decía Don José Ortega sobre lo que el cazador siente en el momento de disparar?

El Juan Gualberto se atusa las barbas complacidamente.

?Ese don José ?dice? ¿era una buena escopeta?

—Era una buena pluma.

?¡Bah!

El libro de la caza menor.- 1964

8) «He aquí por qué caza usted. Cuando está usted harto de la enojosa actualidad….toma usted la escopeta, silba usted a su can, sale usted al monte y, sin más, se da usted el gusto durante unas horas o unos días de ser un paleolítico».

9) «La liebre es rápida; la perdiz, brava; el conejo, astuto, y el hombre gusta de probarse su rapidez, su bravura y su astucia. Ninguna piedra de toque para ello como la caza»

Castilla habla.- 1986

10) «Las voces aparentemente elementales de un pastor, un caracolero, unos modestos labradores, un molinero, un capador, etc. aparte su riqueza de expresión que he querido conservar intacta, apuntan con frecuencia sabiamente a los ancestrales problemas de Castilla y León: sequía, pobreza del suelo, individualismo, despoblación, envejecimiento, contaminación, abandono oficial, desconfianza…».

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