La caspa

Acabo de salir de mi ignorancia cuando oigo en la televisión a un político de nuestros tiempos decir que las personas a las que nos gusta la caza, los toros —y posiblemente otras cosas que no nombra— pertenecemos a un país casposo.


Sinceramente no me sorprende, porque hay otra mucha gente que piensa lo mismo que él y a los cuales se dirige. Acto seguido, voy al diccionario y busco la palabra caspa, la cual define de la siguiente forma:

Conjunto de escamillas blancuzcas que se forman en el cuero cabelludo y conjunto de pequeñas escamas que forman las herpes o queda de las hinchazones o llagas, después de sanas.

Y me he puesto a meditar sobre qué tiene que ver la caspa con la caza, el mundo rural, el agro, la pesca, los pueblos, la meseta cerealista, la gente sencilla del campo, los riachuelos, los ríos, la dehesa, el bosque mediterráneo o el silencio de las montañas. Y mi conclusión obviamente es que no se parecen en nada.

Hay gente que en aras de lo políticamente correcto lleva años haciéndole creer a la muchedumbre cosmopolita de ordenador, botas y equipo del Decathlon, tableta o teléfono móvil, que todo lo que no este relacionado con el uso y consumo rápido de eso que llaman o entienden por naturaleza pertenece a lo casposo.

¿Y qué es casposo?

El legado de nuestros antepasados, el esfuerzo de mucha gente que dio su vida por el campo y para el campo y que sus actuales herederos continúan manteniendo con tesón y sin desaliento para que otros podamos disfrutar y aprovechar paisajes maravillosos (algunos conservados impolutos), fauna y flora diversa con especies en peligro de extinción.

Para que el cazador pueda continuar persiguiendo a esas bravas perdices por los montes de esta esplendorosa naturaleza mediterránea, que en verano se vuelve de color oro y que hace correr el sudor por el rostro agotado del cazador junto a la sombra del pino o encina de turno esperando los zigzagueantes vuelos de las tórtolas, y donde tras el descanso, las preocupaciones se transforman en polvo que se lleva el viento y los sueños de invierno se hacen realidad.

Sentimientos, olores, vivencias irrepetibles en soledad con nuestros perros, en familia o con amigos y que escritores como Ramón Jesús Soria Breña o Eduardo Coca Vita saben transcribir mejor que nadie. Hay muchos conceptos de aprovechamiento del medio natural (probablemente la mayoría serán válidos o al menos discutibles) pero ninguno de ellos está por encima de la línea roja de la libertad.

Espero seguir teniendo un país donde los toros y demás fauna sigan pastando y usando las dehesas y no en corrales o establos, las perdices canten en enero-marzo al susurro del macho encantador, los conejos escarben y procreen cerca del vivar bajo la atenta mirada del hurón, los jabalíes levanten el monte y los ungulados ramoneen el sotobosque, acompañados del sonido de las aves y del paso del tiempo. Ese parámetro en que los hombres pertenecemos a lo efímero y las leyes naturales perduran.

En definitiva deseo seguir teniendo un país casposo donde usted y yo nos podamos sentar, debatir y, sobre todo, compartir.

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