La caza como necesidad

Cuando Karl-Heinz Florenz, diputado del Parlamento Europeo y presidente del Intergrupo Parlamentario de Biodiversidad, Caza y Campo, se dirigió a los miembros del Consejo Internacional de la Caza y la Conservación de Vida Silvestre reunidos a finales del pasado mes de abril en Pravets, Bulgaria, con ocasión de la 62 Asamblea General del CIC, y les animó a dirigirse a otros parlamentarios y a otros foros de Bruselas para demostrarles hasta qué punto la caza es, hoy, clave para la conservación de la biodiversidad, estaba muy probablemente señalando una vieja carencia de muchos cazadores y de gran parte de las asociaciones de cazadores existentes en el mundo: un cierto desdén a la hora de mostrar a quienes no comparten su gusto o su pasión por la caza, qué es lo que realmente supone la caza responsable y bien regulada para el mundo natural.


Hay que explicarlo: cazar no es matar, o no es solo matar. De no ser así, a estas alturas de la historia de la humanidad no habría ya nada sobre lo que ejercitar la cacería. En todo el planeta Tierra la caza es necesaria, y hoy más que nunca, no tanto para abastecer de alimentos al clan como para regular las poblaciones de animales salvajes y hacer posible su coexistencia con el desarrollo y el crecimiento demográfico que condiciona el mundo. ¿De verdad alguien puede concebir que hoy vivieran en África diez millones de elefantes en absoluta libertad, como se dice que hubo en tiempos no tan remotos? Es absurdo siquiera pensarlo. No hay terreno para tantos, a menos que África se convirtiera en un inmenso parque natural continental y los ciudadanos africanos emigraran en masa no se sabe a dónde, a la luna tal vez. Hace unos días un cazador norteamericano logró dar caza a un rinoceronte negro en Namibia por cuya licencia había pagado 350.000 dólares año y medio antes. En este tiempo ha tenido que soportar todo tipo de afrentas e insultos, incluso amenazas de muerte, pero nadie puede negarle razón cuando afirma que él, con la caza de ese viejo macho que estaba ya en la fase terminal de su existencia, ha hecho más por el rinoceronte negro que todos cuantos le han insultado, porque los rinos no se conservan solos, ni es algo que salga gratis. Cada cazador tendrá sus razones para practicar la caza, por vanidad o por hambre, por aburrimiento o como un reto personal, pero sea como fuere siempre habrá de hacerse con arreglo a unos principios y en beneficio de la especie y del territorio a cazar. Ese es el mensaje de base que hay que hacer llegar hasta los detractores de la caza, lo sean por ignorancia o por una mal entendida concepción de lo ecológico. Ante quienes se oponen a la caza de nada vale argumentar por qué caza uno, porque para ellos cazar sí es matar, sin más; a quienes se oponen a ella hay que hacerles comprender que, en el mundo actual, es necesario regular las poblaciones de animales salvajes y hacerlas compatibles con el desarrollo humano y la capacidad del entorno. Hace mucho tiempo que el hombre, en su afán de progreso, decidió intervenir en la relación de fuerzas que equilibran la naturaleza, cualquiera sabe si con más aciertos que errores. Lo que sí sabemos es que la caza es, hoy como siempre, necesaria.
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