Una asignatura pendiente

Hace unos días, un buen número de periodistas cinegéticos fuimos invitados a participar en un encuentro para la promoción del turismo cinegético en el Parque Natural Tajo Internacional. Ya saben, un privilegiado entorno de más o menos sesenta mil hectáreas repartidas a partes casi iguales entre la provincia de Cáceres, en España, y la de Castelo Branco en Portugal.


La iniciativa partió de la Diputación cacereña y en su organización intervino, con entusiasmo y eficacia, Juvenex, esa activa asociación de jóvenes cazadores de Extremadura que preside Alberto Covarsí, bisnieto del célebre pintor Adelardo Covarsí. Se trataba de algo tan natural como lo pueda ser resaltar a la actividad cinegética como uno de los grandes recursos con que cuentan muchos de los hispanos territorios para la generación de riqueza en el mundo rural, compatible con otros recursos, además de renovable y sostenible. Un recurso que contribuye por cierto a mantener el silvestrismo de los espacios naturales, sin condenar por ello a sus moradores o al abandono de su tierra o a una vida poco menos que miserable. España, tan climatológica y geográficamente diversa, es lo suficientemente extensa y lo relativamente poco poblada como para ser un paraíso cinegético. Lo tiene todo, tradición, gente dispuesta a trabajar y a arriesgar, espacios bien conservados a pesar de tanta traba, y especies para todos los gustos y posibilidades. Pero faltan valor y voluntad política para defender la caza, y falta sobre todo información veraz, información no tendenciosa, información que haga ver a esa mayoría que ni caza ni sabe de ella, lo que verdaderamente es y lo que significa para el medio rural. Porque es lamentable constatar que cuanto más fácil es hacer llegar mensajes, más se distorsiona la idea que de la caza y de los cazadores tiene la ciudadanía urbana. Para muchos, un cazador es un señor que sale al campo cuando le place, armado hasta los dientes con los más sofisticados artilugios, dispuesto a disparar sobre lo que salga, sin tasa ni medida, sean conejos o elefantes, y hasta que no quede ni uno. Visto así, ¿quién la defendería? El problema es bien conocido: quienes difunden ese tipo de mensajes a través de los medios generalistas, sea de manera explícita o solapada, son los activistas de la anticaza, que cuentan con la complacencia, cuando no directamente con la complicidad, de esos profesionales de la información, algunos de ellos muy significados, que deberían verificar la veracidad de lo que se difunde. Porque una cosa es que no te guste la caza, o que no la entiendas, y otra muy diferente es mentir, o tergiversar, o manipular. Dicen que la verdad acaba siempre por prevalecer. Ojalá sea así. Pero que no tarde mucho no vaya a ser que se nos haga tarde. De momento lo que prevalece, salvo excepciones como la mencionada iniciativa de la Diputación de Cáceres, es la negación de una evidencia: la caza bien gestionada (hoy y aquí no es posible entenderla de otra manera) y en buena armonía con los restantes sectores característicos del mundo rural, es una fuente de riqueza que los políticos no tienen derecho a sustraerle a sus potenciales beneficiarios, sean ellos personas, empresas o corporaciones municipales. Pero es que además es una fuente de riqueza saludable para el entorno, e inagotable. Y que se dejen de pamplinas con eso de que matar animales no puede ser ecológico. Se hace desde siempre porque es necesario, no porque les guste a unos pocos, como muy bien saben los gestores de los parques nacionales, por poner un ejemplo. Las personas que tienen por responsabilidad organizar la vida y las haciendas de todo un país tienen la obligación de hacerlo con rigor, sobre bases sólidas y tomando como punto de partida lo que es real, eso que solemos llamar la realidad, no los cuadros de colores con los que algunos pretenden encubrirla. Que se den una vuelta por el campo, que lo conozcan, que vean cuáles son sus problemas y cuáles los recursos con que cuentan para tratar de resolverlos. Y que sientan qué es de verdad natural, esa palabra de la que tanto se abusa.
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