Estafas cinegéticas

La caza se ha comercializado en todos los sentidos, y todo lo que se mercantiliza convive con el fraude y la estafa, y más con una actividad donde la incertidumbre está siempre presente. Durante mi vida de cazador he conocido el fraude en mis propias carnes, y me han contado cosas que demuestran que los cazadores estamos expuestos a muchos sirvengüenzas que se aprovechan de nuestra pasión. Por eso hay que extremar las precauciones y no fiarnos ni de nuestra propia sombra. Y ante la más mínima sospecha, exigir garantías.


Voy a empezar contando lo que me pasó a mí y a unos amigos que acudimos a una tirada de zorzales. No sé cuánto pagamos, pero estaba en precio. La mañana transcurría bien, había zorzales y el tiroteo no cesaba. Pero de repente aparece el organizador y nos dice que enfundáramos las escopetas y nos dirijésemos, con nuestra percha, a una zona, pues había llegado el Seprona. Tras el susto inicial, supusimos que el Seprona había venido a controlar que todos estábamos en regla, y como todos en el grupo lo estábamos fuimos desfilando hacia los agentes.

Nos dijeron que echásemos los zorzales en un montón y presentáramos la documentación. Y así hicimos. Cuando los agentes terminaron su labor, imaginábamos que el organizador nos dejaría volver a los puestos, pero no fue así. Al contrario, que la cacería había terminado, que no podíamos seguir cazando. Le preguntamos por qué y desvelamos el misterio: el olivar en el que estábamos lo agregó su propietario al coto que ya tenía el organizador, pero por determinados desencuentros, el propietario segregó su olivar del coto, quedando libre, y en esa comunidad autónoma en lo libre sólo se podía cazar dos días a la semana, sábados y domingos. Y era viernes.

El sinvergüenza del organizador seguía usando el olivar como si perteneciera a su coto, pero su propietario, escuchando el tiroteo y ver que estaban en lo suyo en día no hábil, llamó al Seprona. Tampoco quiso devolvernos el dinero, pero uno de mis amigos, que cuando se enfada da miedo, le dijo que como le llegara la denuncia lo buscaba y se la metía por donde amargan los pepinos. No sé qué haría, posiblemente se hizo cargo de todas las denuncias como organizador, pero el caso es que a nadie le llegó ninguna denuncia, faltaría más.

Otra estafa y gorda la que me contó otro amigo. Resulta que en varias revistas de caza, la forma que había antes para conocer las mejores ofertas cinegéticas, aparece un anuncio de un coto de caza menor muy próximo a la capital de España con un precio bastante interesante. El anuncio recibe lógicamente infinidad de llamadas, a las que responde un señor muy amable como supuesto propietario del coto, que cita a cada uno de los interesados a distinta hora, e incluso día, en un bar del pueblo al que pertenece el acotado. Desde allí sale con el interesado de turno a enseñarle el supuesto coto. Lo lleva por buenos carriles hasta que empieza a decir que están en el coto, que todo lo que ve a derecha e izquierda del carril era ya el coto.

Es por la mañana temprano y no dejan de verse conejos, alguna liebre y varios bandos de perdices. Tras el agradable paseo, el futuro socio cree que han dado con el coto de su vida, pues aparte de estar cerca de Madrid, tiene mucha caza, buenos carriles y es barato. Tras devolverlo al bar, el estafador le dice que como ha llamado mucha gente, si quiere quedárselo tendría que darle una señal razonable que se descontaría después de la cuota anual. El ingenuo cazador le da la encantado la señal porque no es tanta y otro chollo como éste no va a encontrar. Pero con todos los que van a ver el coto repite la misma operación, hasta que pasados unos días ya nadie responde al teléfono de tarjeta desechable donde antes respondía muy amable el estafador.

Otra de las estafas de menor habituales es vender caza de granja como autóctona. Sabed que quien mete en un coto a tantos cazadores como le llaman no puede tener caza autóctona. Si así fuera no tendría perdices y la poquita que quedara no podría cazarla ni Tragacete, pues al estar tan acosadas, sabrían latín. Pero a los organizadores les cuesta reconocer que son de granja, cuando realmente lo son, y de hecho irá soltando perdices a medida que sean cazadas. Aunque haciendo bien las sueltas, y siendo las perdices de calidad, darán juego. Incluso si las anillara sería la prueba de su honestidad y de que se aclimataron perfectamente. Además, anillándolas con distintos colores sabría cómo evolucionan esas perdices y haría una gestión más acertada. Pero nada, los organizadores prefieren decir, al no tener anillas, que son salvajes y no repobladas, o mitad y mitad.

Y vamos con dos estafas que me han contado y he oído en varios lugares, pueden ser perfectamente leyendas urbanas, en este caso rurales, pero también es seguro que a algún estafador cinegético se le ha ocurrido y hasta las ha puesto en práctica.

Estamos en el boom de la montería comercial. Todo se vendía. Un organizador tramposo anuncia en una revista batidas de cochinos a buen precio, asegurando por lo menos media docena de guarros.

Todos los fines de semana vende todos los puestos, no más de 40. En la batida se escuchan varios tiros. Y en la junta aparecen 7 guarros, uno hasta con boca. Los monteros no se conocen porque nunca han monteado juntos, pero al final hablan y nadie ha visto nada, aunque el puesto siguiente a uno de ellos pegó dos tiros y dice haber matado uno de los guarros, una hembra pequeña.

Otro fin de semana, otra batida y cinco guarros en el plantel. De nuevo nadie ha visto nada, y comienza la leyenda. Algunos dicen que este organizador alquila manchas que no tienen nada a precios irrisorios, y vende los puestos lógicamente baratos, pero rentables al fin y al cabo, pero lo mejor es que guarda en un arcón frigorífico varios jabalíes congelados que saca en cada junta y que vuelve a congelar cuando todo ha terminado. ¿Y los tiros? Al parecer en cada batida tiene tres o cuatro compinches, entre ellos él, que tienen que disparar de vez en cuando para alegrar la batida y darle credibilidad.

Y voy con otra. Boom del corzo. Un corcero novato compra a un organizador un permiso en una zona donde abunda. No sabe mucho de corzos ni tampoco es buen tirador. El guarda-organizador comprueba que es un novato. Al cabo de una hora divisan un corzo, el guarda lo rececha hasta tenerlo a poco más de cien metros pero el cazador lo falla. Nuevo intento y nuevo corzo a una distancia parecida. Tira, es un corzo mediano, pero tampoco lo alcanza, pero el guarda le asegura que va herido. De hecho se adelanta corriendo al lugar del tiro, se agacha, saca una jeringa con sangre de ternera licuada y da un jeringazo en la hierba verde, y dice en voz alta: «Va herido, aquí está la sangre». El novato acude raudo y tras ver la supuesta sangre, escucha del guarda: «Esta tarde vendré con un amigo que tiene un perro de sangre, y seguro que lo encontramos. Vete tranquilo a casa y ya te aviso, pero el cobro es casi seguro». Ya de noche el guarda llama al novato y le dice lo que quiere oír, que «han encontrado al animal y que ya le ha quitado el frontal. Es un corzo mediano pero muy bonito». En verdad es un corzo que el guarda encontró muerto hace días, ya sea por bala furtiva o legal, pero ese detalle importa poco. El guarda le quita la cabeza y la guarda en su domicilio hasta que le surja una oportunidad única como ésta para darle una rentable salida.

Y la última le pasó a un conocido comprando un rifle a un particular que se anuncia por internet. Ya lo ha hecho otras veces para él y otros amigos y no tuvo problemas, hasta que dio con un estafador. En este caso el estafador anuncia un rifle muy bueno que «apenas ha usado» y que monta un visor Zeiss. Tiene un precio muy atractivo, muy por debajo de mercado. Este amigo, escandilado con el precio, se pone en contacto con él para preguntarle por el arma y la razón de su bajo precio. El estafador tiene ya preparada la respuesta: «fue un regalo de mi mujer pero no es ni el rifle ni el calibre que quiero, pues soy más de rececho. No lo habré disparado ni diez veces y antes de que pase más tiempo, prefiero quitármelo de encima».

Sus palabras tienen credibilidad pero la víctima, por seguridad, le pide fotos de la guía de pertenencia, y las recibe por wasat. Parece que todo está en regla, y le pide un número de cuenta para hacerle el ingreso. Le da la cuenta pero la víctima ve que el titular de esa cuenta no coincide con la persona que figura en la guía del rifle. Le choca que no coincidan los nombres pero piensa que es perfectamente lógico porque la cuenta puede ser la de un familiar o amigo, como ya le ha pasado otras veces. Y hace la transferencia.

El estafador, cuando tiene el dinero, le dice que en breve le envía el rifle, pero pasan los días y el arma no llega, y el teléfono de contacto, que debía ser de tarjeta, ya no existe, y la cuenta ha sido cancelada. El cazador estafado va a su intervención y le dicen que posiblemente le hayan estafado. Investigando un poco comprueban cómo es el modus operandi del estafador: busca en anuncios de internet un rifle interesante, lo anuncia como suyo y le baja descaradamente el precio. Y todo lo que le pide el comprador se lo pide el estafador al otro anunciante como posible comprador y se lo pasa al cazador, que no imagina tanta caradura y termina creyéndose su historia y pagando. Posiblemente el estafador estaba timando a varios cazadores con el mismo rifle. Algo parecido a la estafa del coto. Una solución para evitar estafas de este tipo es que la venta se haga a través de una armería, aunque haya que pagar sus gestiones. No es mucho y da seguridad a la venta de un arma.

Comparte este artículo

Publicidad