Cazar y conservar

Actualmente la figura del cazador parece que, para algunos, es una imagen anacrónica. Vivimos en ciudades, con todo el confort que ello supone, pero deseamos salir de ellas a disfrutar de ese Shangri-La que genéricamente llamamos ‘Naturaleza’.


Pero en ésta, además de la flora, la gea y la fauna hemos de considerar los fenómenos que inciden sobre esta trinidad, que la alteran y que le quitan ese atractivo de paraíso terrenal. Estos sucesos pueden ser naturales como los atmosféricos, los geológicos, o los biológicos. Un ejemplo de cada uno lo constituirían las sequías, los terremotos y las epidemias respectivamente. Y también los hay provocados por el hombre, que históricamente han podido ser un desastre, ejemplo las talas masivas e injustificadas de bosques. Igual que no podemos decir que todo lo que ocurre espontáneamente en la naturaleza sea positivo para ella, tampoco diremos que todas las actuaciones del hombre sean negativas, y de éstas la caza actual es conservacionista y no una acción perjudicial para los ecosistemas. Todos hablamos de sostenibilidad y de medio ambiente, cada vez hay afortunadamente más técnicos que se dedican a este cometido, y se han creado titulaciones para formar profesionales ad hoc. Pero, a veces, se hacen intervenciones bienintencionadas cuyo protagonista suele ser la Administración con sus prohibiciones, que consiguen lo contrario del fin que pretenden. Parece que obstaculizar el ejercicio de la caza, vende, está de moda… En el lema de este blog tengo escrito que «el cazador es el primer interesado en el cuidado de la naturaleza», porque el cazador lo que más defiende es la existencia misma de la pieza de caza, lucha contra su desaparición. Es por definición conservador de las especies. Las voces de estos deportistas son importantísimas, ellos en sus incursiones continuadas por los montes conocen las desviaciones, dan la voz de alerta ante especies en peligro, saben guardar vedas, conocen cuándo efectuar descastes. El cazador es hombre de campo y es un técnico medioambiental empírico, que sabe dónde está esa línea sutil que hay entre el esplendor y la decadencia de una especie cinegética. No es un personaje de otra época, es un naturalista actual. Últimamente hemos visto cómo ciertas vedas prolongadas —cabra montesa y jabalí, por ejemplo—, han sido levantadas porque la alarmante proliferación de estos individuos se vuelve perjudicial incluso para ellos mismos. La muerte que conlleva la consecución de la pieza de caza da vida a muchas más en el tiempo. Como anécdota estas noticias acerca de la gestión de la Consejería de Medio Ambiente de Madrid y de Patrimonio Nacional, que nos hablan de ello, y que en el más puro estilo periodístico, de buscar titular, solicitan cazadores: Madrid autoriza a matar a tiros a 2.700 cabras montesas Se busca cazador de jabalíes en La Zarzuela Se busca cazador para liberar a los Reyes de unos incómodos vecinos El cazador es un testigo, a veces molesto, de lo que sucede en el monte. Pues sabe lo que ocurre dentro de él. Que les pregunten a los amantes de la perdiz roja, que la han visto desaparecer de muchos montes; sin que se escucharan sus avisos de alarma cuando empezaron a notar su declive. Así mismo el hiperdesarrollo poblacional de las cabras montesas en la Sierra de Madrid también venía siendo denunciado por cazadores; máxime cuando además teníamos el lamentable antecedente de los brotes de sarna en poblaciones con altas densidades de rebecos y sus nefastas consecuencias. Es imparable que, en años venideros, cada vez tenga más peso la opinión del cazador sobre la conservación de las especies cinegéticas, que sabe proteger porque las conoce.
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