Demagogia frente a incapacidad comunicativa

De surrealista podríamos calificar este circo de vendeburras en el que se han convertido los medios de comunicación generalistas al tratar los temas cinegéticos y rurales, donde algunos autores, por medio de discursos sesgados, zafios y pobres de sintaxis —que hacen pensar que, antes de escribir, han preparado el texto acompañándose con un reconfortante volátil o espirituoso—, intentan captar la atención de los lectores de una sociedad que se aburre ante las adversidades que la realidad cotidiana le plantea y presume petulantemente de un ecologismo y conocimientos medioambientales que ni practica ni tiene.


Siempre he pensado que lo principal en la comunicación es la elección de un buen titular, tarea a la que se debería dedicar la mayor parte del esfuerzo al informar. Y en este campo, tanto ecologistas como el despecho de inteligencia en forma de loros y cacatúas en que se está convirtiendo la comunicación generalista, sacan siglos de ventaja a los columnistas y comunicadores de nuestro sector.
Solo hay que ver esta noticia, de la que se ha hecho eco prácticamente toda la prensa en sus versiones digitales y que ha corrido como la pólvora en las redes sociales, para entender cómo algunos contenidos periodísticos empiezan sus ataques a una caza que no entienden, con meticulosos y bien estudiados títulos sensacionalistas. Títulos que predisponen desde el principio al lector contra la venatoria, acercándose tanto a esa otra definición de demagogia que la explica como «un tipo perverso de oratoria, que permite atraer hacia los intereses propios las opiniones de los demás utilizando falacias o argumentos aparentemente válidos que, sin embargo, tras un análisis de las circunstancias, pueden resultar inválidos o simplistas». Y aquí, insisto, en esto de la demagogia, tan importante en la actualidad para llegar al ciudadano, a los cazadores nos ganan por la mano. Una mano, por cierto, más importante que la que damos los domingos a las perdices.
Sobrarán comentarios jocosos en el sector sobre el extraordinario virtuosismo aritmético que demuestran contando lo que seguramente ni saben qué son, las puntas de una cuerna. Muchos se reirán pensando en los pocos venados que habrá visto el que describe al animal como un «ciervo con una enorme cornamenta de 11 puntas», sin pararse a pensar que el problema está en los pocos venados que también habrán visto los cientos de miles de persona que le van a leer y que, omitiendo ese detalle, se harán una idea equivocada de la caza y los cazadores. Se reirán aquellos que no se paren a valorar que sus argumentos, como otras veces, son una mezcla de eslóganes, tópicos coloquiales, recetas de la abuela e invocaciones de santería, cuya mezcla es difícilmente contrastable con la realidad, pero que cumple a la perfección, milimétricamente, su objetivo: influir negativamente entre los ciudadanos en su opinión respecto de la caza y los cazadores. El daño está hecho. Su trabajo está hecho. Y nosotros riéndonos del autor.
¿Cuándo entenderemos en el mundo de la caza que debemos actuar como ellos, que debemos usar sus armas, dando la vuelta a la tortilla y buscando decir al ciudadano lo necesaria que es la caza y la buena labor que nuestra actividad, éticamente realizada, tiene? ¿Cuándo entenderemos que ante un accidente de circulación no debemos discutir quién pagará los daños, sino que lo primero es sacar titulares del tipo «La permisividad de las administraciones ante la presión de los ecologistas, impidiendo a los cazadores regular algunas especies, casi deja huérfanos a tres niños al provocar un jabalí un accidente que pudo costar la vida a sus padres»? Una administración presionada por una sociedad civil que apoya y ve necesaria la caza ya le otorgará las ventajas que le corresponden, como ahora se las da a otros. Por tanto, ¿cuándo entenderemos que debemos cambiar nuestra incapacidad comunicativa por su demagogia?
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