El señor de los 1.540 rinocerontes

No es fácil encontrarse con una manada de rinocerontes. De hecho, lo más posible es que el animal sea el gran ausente en la búsqueda de los big five (león, rinoceronte, búfalo africano, elefante y leopardo) durante un safari. Pero el sudafricano John Hume, que posee la reserva de rinocerontes privada más grande del mundo, es el único ser privilegiado que camina entre estos animales a diario.


Hace 23 años compró sus primeros ejemplares y a día de hoy supera los 1.500. Vive con ellos en la inmensidad de la granja que posee en Klerksdorp, donde sus rinocerontes descornados le recuerdan a diario que lo que les hace únicos es, precisamente, lo que los está llevando a la desaparición.

Después de una vida dedicada a los negocios en la que acumuló una gran fortuna, se jubiló a principios de los 90 dispuesto a hacer realidad el sueño de su vida. Se estableció en un rancho en el Bushveld sudafricano, cerca de la frontera con Zimbabue, y allí comenzó la cría de especies raras y en peligro de extinción. Después adquirió antílopes sable y otras especies de caza hasta que llegó a tener el mayor proyecto de cría de búfalos del Cabo en todo el país, que a día de hoy continúa siendo la principal fuente de ingresos que hace que la granja pueda estar en funcionamiento. Con un crecimiento anual de un 8% en su reserva de estos perseguidos paquidermos, lo que empezó como un hobby terminó convirtiéndose en un compromiso con el animal, que también trajo consigo muchos enemigos en la opinión pública. Sabe que no tiene un discurso que goce de popularidad y algunas organizaciones animalistas le han tachado de oportunista. Hume es un hombre con un mensaje claro y directo que durante años ha defendido que la única forma de ayudar a conservar la especie es mediante la utilización sostenible, o lo que es lo mismo, vendiendo los cuernos del animal.

«Yo tengo la fórmula para salvar a los rinocerontes. Si se lleva a cabo, conseguiremos ganar la batalla. Si no, en cuestión de 10 años no quedará ninguno», reitera a Crónica. Sin embargo, la fórmula que defiende carece del apoyo de las normas internacionales que limitan o restringen el comercio de especies protegidas o partes de ellas. Es otra vía. La suya.

El gran enemigo de los terratenientes son los elevados costes de mantener las granjas privadas. «Aquí no está permitida la caza de trofeos», responde al ser preguntado por las vías de financiación de su rancho. Tampoco recibe visitantes ya que no tiene los atractivos que los turistas buscan. Hume asegura que gasta 170.000 dólares al mes únicamente en la seguridad de sus rinocerontes, asumiendo aparte los gastos de comida, veterinarios y los empleados.

«Por eso necesito vender los cuernos», afirma. Una de las medidas necesarias para salvar la vida al animal, que se aplica tanto en reservas privadas como en parques naturales, es cortar los cuernos para que los rinocerontes sean menos atractivos ante los ojos de los codiciosos furtivos. Con el tiempo, Hume ha acumulado más de seis toneladas y dice que, si la ley permite vender el stock, podría tener más fondos para criar más rinocerontes y asegurar su protección.

«Se tardan exactamente unos 20 minutos en cortar un cuerno de rinoceronte y es tan sencillo como cortarse las uñas o el pelo. No hay sangre, no sienten nada y no les duele. Además, el cuerno vuelve a crecer en unos tres o cinco años. Con lo cual es perfectamente lógico que una vez que les quitemos el cuerno, lo vendamos», dice. Los conservacionistas mantienen que aunque extraer el cuerno al animal sea un proceso indoloro, se le genera mucho estrés al tener que atrapar, sedar y vendar sus ojos.

Subasta ‘online’

Sudáfrica es el último bastión del animal en el planeta. Con poco más de 20.000 ejemplares -5.000 de rinocerontes negros y 15.000 rinocerontes blancos-, más del 75% se encuentran al sur del continente africano y casi la mitad habita en reservas privadas. De este modo su supervivencia está en menor riesgo que la de los rinocerontes que viven en grandes extensiones y cuyo seguimiento y protección es más complicada, como es el caso del Parque Nacional Kruger. Hasta el año 2009 el comercio de cuerno de rinoceronte era legal dentro del país, y entre 1990 y 2007 un promedio de 13 rinocerontes morían al año a manos de los furtivos, según las cifras que ofrece la red de monitoreo del comercio de la vida salvaje Traffic. Pero cuando la ley cambió en febrero de 2009, la caza furtiva se convirtió en un problema importante para Sudáfrica y desde entonces miles de ejemplares han sido envenenados para extraer sus cuernos, especialmente desde 2013.

Por su parte, Hume asegura que únicamente 40 rinocerontes han perdido la vida a manos de intrusos en su propiedad durante los últimos años, un balance mucho menor en comparación con el total de pérdidas en el país desde 2013, que supera los 1.000 cada año. «Durante 16 meses ninguno perdió la vida hasta que tres fueron envenenados en cuestión de un mes. Desde entonces llevamos seis meses sin ningún incidente». El caso de parques como el Kruger es mucho más alarmante, donde mueren entre uno y tres al día. Consecuentemente desde que la caza ilegal repuntó, el debate para legalizar el comercio del cuerno en Sudáfrica ha estado sobre la mesa en más de una ocasión, con voces como la de Hume liderando la propuesta.

Su nombre ha ocupado desde hace años las páginas de periódicos locales y el de las organizaciones conservacionistas, cuya estrategia para salvar al animal es completamente opuesta. Ellos defienden que lo que hay que hacer es erradicar la demanda proveniente de Vietnam y China, y creen que lo que realmente buscan los propietarios de las granjas privadas es enriquecerse a costa de este comercio.

En abril de este año el Tribunal Constitucional de Sudáfrica rechazó la moratoria sobre el comercio interno del cuerno de rinoceronte y permitió así comercializarlo en el ámbito local, como se podía hacer antes de 2009. Mientras muchos criticaron esta medida tachándola de «catastrófica», Hume organizó a finales de agosto la primera subasta online amparado por la ley del codiciado producto. Sin embargo, no fue tan bien como habría deseado debido a varios problemas a la hora de obtener todos los permisos requeridos, con lo que volverá a repetir la subasta en noviembre.

La primera crítica a esta venta, que está limitada a los sudafricanos o residentes en Sudáfrica, es que da vía libre para que las mafias internacionales adquieran los cuernos para exportarlos a los países destinatarios. «Sinceramente, no me importa. No si de esta forma puedo conseguir garantizar que los rinocerontes seguirán con vida», asegura Hume a Crónica. «Estos rinocerontes son mi vida. Espero criarlos y protegerlos con éxito para las futuras generaciones».

Aceptar la alta demanda

Es evidente que algo está fallando en la estrategia para salvar al animal. Los entramados que comercializan el producto, generalmente hombres de origen asiático con socios locales, cada vez son más ingeniosos a la hora de exportar los cuernos desde África, dificultando la labor de los agentes de seguridad. Durante el último año una de las vías más utilizadas ha sido el contrabando del cuerno transformado en brazaletes, collares y otras piezas de artesanía casi imposibles de confiscar (cualquier persona en un aeropuerto sería sospechosa). A día de hoy el destino más habitual del cuerno, cuyo material principal es una especie de queratina, es reducirlo a polvo para elaborar remedios tradicionales chinos, aunque también es tallado en piezas exclusivas que suelen tener como compradores a extravagantes millonarios.

Pero la idea de permitir el comercio de un producto tan preciado es un no rotundo por parte de los conservacionistas, que reviven el momento en que se permitió un comercio parcial del stock de los colmillos de elefante. Entonces la demanda no cesó, sino que aumentó. Aquello puso en mayor peligro al animal y no quieren que eso vuelva a ocurrir. «Intentar inundar el mercado con producto legal no sirve, porque lo único que hace es dificultar las acciones de los agentes de aduanas y permitir el blanqueo de las piezas ilegales. Además de que no consigue frenar la demanda», mantienen desde World Wildlife Fund (WWF). Pero Hume replica que el caso de los rinocerontes no es el mismo que el de los elefantes, ya que el animal no tiene que morir para que se obtenga el ansiado producto. En este sentido, cree que debería promoverse la «utilización sostenible» de las reservas de cuerno que posee el gobierno sudafricano (habla de más de 30 toneladas) así como de las granjas privadas. «Creo que podríamos hacer un mercado sostenible y acabar con la caza ilegal de manera notable, como ocurrió en el caso de las vicuñas».

A mediados de los 60 corría la fiebre por conseguir la fibra de la vicuña de América Latina (una especie de camello salvaje), considerada como una de las dos fibras naturales más finas y valiosas en el mercado.

Pronto el animal fue sometido a matanzas continuadas para saciar la demanda de la industria de la moda, hasta que a mediados de los 60 sólo quedaban 6.000 ejemplares y saltaron las alertas.

En 1975 todo el comercio derivado del animal fue prohibido por la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), sin que esto frenara la reducción de la especie. Cinco años después, el fabricante de textiles Grupo Inca, promulgó la campaña «esquilar una vicuña para salvar a una vicuña», cuya estrategia consistía en pagar a las comunidades locales para proteger la especie y recoger la lana de manera sostenible.

La CITES acabó levantando la prohibición ya que los programas habían ayudado tanto a la economía de la comunidad como a salvar al animal de la extinción (actualmente hay unas 350.000). «¿Por qué la situación del rinoceronte es diferente a la de la vicuña?», critica Hume. El debate sobre si ésta es la fórmula correcta para salvar a los rinocerontes está sobre la mesa. Mientras tanto, el tiempo se acaba para una de las especies más amenazadas del planeta.

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