Los últimos cartuchos

A falta de menos de un mes para cerrar la temporada de caza en muchas comunidades, los cazadores volverán a salir al monte después de unos días de descanso navideño. Y lo harán como siempre con la ilusión por bandera, por mucho que la suerte no acompañe con las especies autóctonas o las migradoras no terminen de visitarnos con la intensidad que es previsible por estas fechas.


De hecho los más modestos están a la espera de que las tormentas azoten al norte de Europa y becadas, zorzales y avefrías arriben a nuestras costas antes de que finalice la temporada. Porque verlas pasar con la escopeta enfundada no deja cuando menos de ser una mala pasada para unos aficionados que no tienen otra alternativa. Como siempre, toca esperar. Por el contrario, para los jabalineros enero es un mes de gran actividad, los macarenos están más fuertes y gordos que nunca allá donde la bellota de encina cubre las manchas. Ahora bien, donde la montanera escasea, mejor no perder el tiempo buscándolos, a no ser que haya algún otro sustento que llevarse a la boca próximo al lugar de batida. Ciervos y jabalíes buscarán las vertientes orientadas al sol de mediodía para calentarse un poco en los encames. De ahí que no convenga iniciar las batidas muy temprano porque los ciervos ramonearán hasta que el sol caliente un poco y los de la baja mirada terminen de ocear para encamarse, bien entrado el día, en los lugares querenciosos. Los cazadores más pudientes se desplazarán al sur peninsular en busca de las torcaces, pendientes eso sí de que la orgánica contratada no les meta gato por liebre. Conviene, a la hora del acuerdo, matizar bien que el pago debe estar condicionado con la presencia de palomas en el lugar. No es el caso de los pocos cazadores que siguen saliendo a las perdices. Saben bien lo que tienen en su coto, aunque deberán atarse muy bien lo machos para intentar cuando menos colgar alguna. Porque si es difícil cazarlas en noviembre, en enero ni les cuento. Están más fuertes que nunca, han comido el segundo grano y tirado la segunda pluma y eso, amigo, es sinónimo de poderío. Se defenderán del viento en las laderas abrigadas y no dudarán en arrancar como bólidos a la mínima que detecten la presencia del cazador. Nada mejor para entrarles a tiro después de dos o tres levantes que cargarse de aire, porque abatirlas, por mucho que uno tenga las piernas de acero, requiere temple y correr muy bien la mano izquierda. Decía con mal criterio Policarpo Alonso, cazador de Quintanaurria (Burgos), «matarlas no las mataré, pero que las saco de España, seguro». Pues bien, ni las mataba ni las sacaba siquiera del acotado. Ay amigo, estamos hablando de perdices.
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