Cuando las carga el diablo

Es evidente que en la actualidad no existe la figura de aquel ‘pájaro’ del medio rural que cazaba sin respetar vedas y propiedades para sacar adelante a los suyos. El furtivo de antaño, desde su juventud —bien por aquello ‘que de la raza le viene al galgo’… o por propio convencimiento— se desentendía del trabajo cansino con los aperos de labranza y abrazaba la libertad que supone el reto diario con los animales salvajes.


Y no es que las andanzas de estos avispados cazadores, que no se acomodaban a ninguna regla o disciplina, se podía admitir en aquellos tiempos de penuria, pero sí entenderlos, al menos a trompicones y con el ceño fruncido. Quien más quien menos de cierta edad tiene algo que ocultar en nuestras correrías cinegéticas de juventud. Y no es que pretenda alardear de nada —todo lo contrario— sino simplemente hacer ver que eran otros tiempos, donde este espíritu conservacionista que nos debe cobijar, hace 55 años sonaba a música celestial. Así y todo, insisto, siempre censurables. Pero por desgracia en la actualidad funcionan algunas mafias que negocian con algunas especies de caza mayor: machos monteses, rebecos y venados, eminentemente. El elevado coste de estos animales cuando son trofeos medallables hace que estos sujetos busquen clientes sin escrúpulos para furtivear en cotos y reservas. No es fácil detectarles, pues disponen de los medios más depurados. Entran sin armas en zonas de caza seleccionadas, porque previamente otros las habían escondido en el lugar de merodeo. Una vez abatida la pieza, esconden la cabeza y las armas para que otro individuo las saque a los pocos días sin denotar sospecha alguna. Mantienen igualmente controlados a los guardas con los medios de comunicación más sofisticados y la colaboración de algún lugareño. Los hay también, más atrevidos y peor preparados físicamente que, desde los vehículos todo terreno, farean durante la noche por pistas y carreteriles en busca de grandes trofeos. Hay también alguno que se ha permitido recientemente disparar desde el coche a una cigüeña en Urdaibai sin escrúpulo ni vergüenza alguna. Lo triste de estos despropósitos es que estos señoritos mal educados se permiten pregonar sus hazañas como si de verdaderos venadores se trataran. Este azote tan contumaz como salvaje lo cultivan en cierto modo la tolerancia de algunos, la complacencia de los indiferentes y la admiración de los cegatos que se empeñan en ver virtudes que no existen. Por fortuna son casos aislados, pero deben ser tenidos muy en cuenta por las autoridades. No en vano cuando alguna de estas fechorías transciende a los medios de comunicación, la imagen que se transmite es irreal y estereotipada con todo el daño que conlleva para el colectivo que respeta escrupulosamente la ley.
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