Se recuperan un poco las perdices

Marcharon las codornices a sus cuarteles de invierno y terminó por estos lares su caza. Muchos cazadores se quejaron por su escasez y otros por el contrario —como siempre— dijeron defenderse. Temporada atípica, irregular, donde curiosamente en algunas zonas se colgaron más codornices en septiembre que en agosto.


Entraron muchas y al parecer criaron tarde y mal por aquello de las lluvias. Una lectura más de las muchas que argumentan los aficionados. Defendibles todas ellas pero ninguna —incluida la mía— con soporte científico que avale su credibilidad. Sencillamente porque no lo hay. Llegaremos a la luna y seguiremos sumidos en el desconocimiento. Pocas especies, excepto la becada, están rodeadas de ese halo de misterio que tanto atrae y embellece su caza. Pero una cosa es bien cierta, el hombre con su inmenso poder en la Naturaleza ha hecho de los campos de cereal un erial donde difícilmente esta pequeña emigradora pueda defenderse y procrear con normalidad. No está pues en regresión, por mucho que algunos ecologistas digan lo contario. Mantengamos linderos y perdidos, cosechemos de día de dentro de las piezas hacia fuera, despacio con las cuchillas más altas, aguantemos tres semanas sin recoger la paja, olvidémonos de los reclamos digitales (prohibidos) tan de moda en algunos países, controlemos el pastoreo abusivo después de la siega y cambiarán favorablemente las cosas. Sin olvidar que abaratar el precio de las tarjetas a base de aumentar su número, no hace más que dividir los resultados. Mucha gente no es bueno ni para la guerra, y menos para cazar. Es lo que hay. Ahora los cazadores piensan en becadas, perdices y torcaces. La reina de la avifauna ibérica parece que ha criado bien y se recupera del palo que la sequía asestó el año pasado a sus poblaciones. ¡Pobre animal! Tiene más enemigos que un toro en la vega de Tordesillas. Ave brava y valiente donde las haya. Infundía de esfuerzo y hazaña que lleva dentro su caza en su mejor estilo. Fuerza para cazarla y no para matarla. Embriaguez que experimenta el cazador al acariciarla después de abatirla. Puro atavismo. Vida que desearía dársela el cazador. Difícil que lo entiendan los profanos.
Comparte este artículo

Publicidad