Granujas de medio pelo

Han proliferado en los tiempos de las burbujas, incluida la cinegética, rapiñando las carteras de tanto nuevo aficionado a la caza mayor y tanto cazador que quiere colgar de su cocina campera un gorrino «con boca».


Le decía a Patxi Andión que hacía tiempo que no engañaban tan bien en una montería como hace poco. En realidad, me engañé yo solo. Tan sólo fue una ilusión que me jugó una mala pasada. En un lugar de La Mancha, cerca de mi pueblo, Albaladejo, se daba una preciosa finca de caza mayor que llevaba varias temporadas sin montear por los líos de las particiones y demás. El caso es que es uno de esos lugares del alma que lleva uno donde va. Cuando llegué a la junta pregunté al amigo que me había dado la referencia: ¿quién se casa hoy? Allí había más de cien personas y de estos embarques hacía tiempo que había renegado y abjurado. ¡Vade retro! Harto ya de estar harto de tanto maleante y tanto ilusionista que hay con esto de la caza que juegan con la confianza, el tiempo y el sudor de la buena gente que acude a una cacería. Por supuesto, me tocó un cierre, unas posturas que no debían estar ahí (aunque estaban). Del precio no quiero ni acordarme, mi mujer sería capaz de instar la nulidad matrimonial. Del número de puestos, diré que x, aunque no había ni menos de 60, ni más de 100. Imaginen. Casi sesenta posturas de pago, más postores, más invitados, más propiedad, más… El organizador, un tipo sin afeitar (no diré más), prometió en su homilía las judías ¡date! Y para colmo del mal gusto terminó su perorata montera en la Sierra de Alcaraz (Albacete) con un ¡viva la Virgen de la Cabeza! ¿Se puede tener peor gusto? El caso es que aligerados ya de peso nuestros bolsillos, nos llevaron a las posturas. Un ojeo, una montería, que duró un cantar sevillano, y que cuando nos fuimos, no habían traído ni cuatro gorrinos. Cuatro ladras y cuatro tiros. Echando la cuenta de la vieja, se nos antojó que se habrían cobrado doce reses entre todas las posturas. No muchas más. Al organizador no le vimos. Debía estar muy afamado buscando algún bicho. Este caso real, lo peor es que no es un hecho aislado, ni fortuito. Con apelar a que los perros no cazaron, la fuerza del monte, la calor, el chanteo de la mancha, una helada y no sé cuántas pamplinas más está siempre justificado desplazar a la gente de sus obligaciones y cobrarles un montón de euros. Estos granujas de medio pelo han proliferado en los tiempos de las burbujas, incluida la cinegética, rapiñando las carteras de tanto nuevo aficionado a la caza mayor y tanto cazador que quiere colgar de su cocina campera un gorrino con boca. La crisis se ha llevado a muchos de estos organizadores de medio pelo. Ojalá se los lleve a todos. Para siempre.
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