¿Os ha comido la lengua el gato?

Esperaba que el hecho de que cientos de miles de personas se unan cívicamente ejerciendo su derecho a poner de manifiesto aquello con lo que NO están de acuerdo, siempre manteniendo un comportamiento intachable y sin altercado alguno, serviría de ejemplo para, y usaré una metáfora cinegética, levantar la liebre entre los políticos, los mismos que se dejan embaucar por un puñado de votos, ya que ahora está de moda ser ecologista y muy mal visto ser cazador o pescador.


Es triste ver cómo todo aquello en lo que creías se desmorona, esperando que la intachabilidad, honestidad y el buen hacer se impondrían a las modas o al poder… y… sin embargo me hallo preguntándome cómo es posible que acallen a tanto y tanto periodista, vosotros que enarboláis el derecho a la libertad de expresión y os jactáis de hacer prevalecer la verdad… ¿Qué ocurre? ¿Os ha comido la lengua el gato? Permitidme que no entienda vuestro comportamiento, o cuando menos lo cuestione… ¿Acaso el derecho a la libertad de expresión va unido al precio del que hablaba antes? Es sospechosamente curioso que no hayáis sido ni uno, ni dos, ni tres, sino casi todos los medios, los que habéis silenciado o pasado por encima de algo tan importante y os hayáis comportado como el que se quita una pelusilla del hombro y mira hacia otro lado. Es flagrante —e incluso, si me apuran… delictivo— que actitudes de este tipo se den en una época en la que todos ponen el grito en el cielo llamándose dignos a sí mismos y se rasgan las vestiduras sólo si alguien se atreviera a poner mínimamente en duda su integridad, llenándose la boca con palabras que abarcan más de lo que ellos, por su profesión, deberían conocer, pero con actos de este tipo demuestran o desconocer o… y ahí lo dejo para que cada uno use la imaginación y rellene lo que falta. Este país se ha vuelto un experto en echar por tierra todo aquello que merece la pena, y nos da igual. Ya a nadie le importa lo que ocurra con los cientos de miles de trabajos que se van a perder, o la cantidad de empresas y familias que se van a arruinar porque cuatro Iluminados con ínfulas de abanderados, anteponen sus incandescentes ideas, fruto de la visceralidad y no de la cabeza, a la verdad. No soy de las que se dedica a criticar sin aportar soluciones, pero básicamente o nos sentamos a parlamentar y entre todos llegamos a un punto de inflexión, o esto va a acabar como los leones del circo, o las cabras en Madrid, o los visones liberados en el monte.
¿No dicen nada ante las verdaderas MASACRES que sus arrogantes ideas provocan? ¿Qué diferencia hay entre sus muertes y las nuestras? ¿Acaso las suyas son más decorosas sólo porque se autodenominan ecologistas? Al contrario, las muertes que ellos producen son infinitamente más dolorosas, carecen de todo sentido y, lo que es peor, tienen la desfachatez de auspiciar que la solución contra la caza pasa por genialidades como la esterilización de la especie conocida por sus scrofa. ¿De verdad a alguien, en su sano juicio, se le pasa por la cabeza que es mejor el exterminio de una especie a la que abocan a la extinción, que el control de población cinegético que ejercen los cazadores? Y este es sólo uno de tantos ejemplos que se pueden poner sobre la mesa a la hora de que gobiernos, tribunales o políticos tomen decisiones de las que, cuando vayan a arrepentirse, y lo harán, ya no haya remedio. Seremos todos testigos y víctimas de nuestra propia desfachatez. Esto ha llegado a un punto en el que se ha convertido en un pulso unos contra otros, no se trata de egos, no se trata de quién lleva razón y quién no la lleva, sólo de valores. El ecosistema se está muriendo y parecen querer que esto ocurra cuanto antes pues, a tenor de las medidas que toman alguno de los que dicen representarnos, todo apunta a que son justamente aquellas que desencadenen el fin. Creo que cada uno debería hacer examen de conciencia… si la tuviere, y un ejercicio de humildad asumiendo sus culpas y luego un propósito de enmienda, porque ni unos ni otros somos importantes, la naturaleza es la que sufre nuestras disputas y consecuencias. Cógito ergo sum
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