Los mayores también cazan

El presidente del coto me dijo que esa temporada había un socio nuevo. «No lo conozco bien, pero es mayorcete y no sé si sabrá mucho de caza o no. A ver si tienes tiempo, le enseñas la finca y le ayudas a elegir algún sitio para hacer esperas o prepar


Días después conocí a José Luis. Un tipo normal, ni muy alto ni muy bajo, ni gordo ni flaco, con barba blanca y 68 años. Mecánico de camiones, de los que no se ha jubilado por lo que todos los que sois autónomos podéis comprender sin más. Fuimos a dar una vuelta al campo. Aparte de otras cosas me quedó bastante claro que sabía de caza y que se apañaba a las mil maravillas. A lo mejor no es de estos que se las van dando por la vida, pensé para mí. Pero lo que más me impresionó fue su buen humor y su ánimo incansable. Ni que decir tiene que hicimos buenas migas.

Dos años después de aquel encuentro, me comentó un día en su taller que quería ir a Ladruñán, en la zona del Maestrazgo, a matar un macho montés. No uno cualquiera, claro, uno más grande que el plata que mató hacía unos años. A lo que me presenté inmediatamente voluntario para acompañarle. Elegida la fecha, madrugamos y sobre las 9 de la mañana estábamos con José Loras, el guía, registrando unos laderones de terrazas en busca del trofeo. En un momento localizamos uno, estaba erguido sobre un peñón saliente y parecía impresionante. Iba en una piara con otras 6 o 7 hembras y algún macho joven. Salimos pitando para arriba. Subiríamos hasta estar a su altura e intentaríamos luego acercarnos para hacer un tiro seguro.

Tardamos casi una hora en llegar a su nivel, lo llegamos a tener a unos 300 metros, pero por no arriesgar nos quisimos acercar y cuando aparecimos entre unos peñones a 150 metros de la cabrada el macho se había esfumado, todos los demás pastaban tranquilamente. Al grande no hubo manera de volver a verlo. José Luis tan contento, dando ánimos. Otro se hubiera comido la gorra después del esfuerzo a todo correr y de haber perdido semejante trofeo. Descendimos a los coches otra vez para registrar nuevos sitios. Se empezaba a levantar un aire incómodo que nos tuvo sin ver un alma casi el resto del día.

Disfrutábamos, eso sí, de aquellas impresionantes vistas de barrancos y picachos con algo de nieve en las cumbres. Almorzando, nos comentó José, el guía, que Ladruñán es una pequeña pedanía que como muchos otros pueblos de España sufren del abandono y la despoblación. Los paisanos cazan los jabalíes y las perdices, y las cabras y machos se venden yendo el dinero directamente al arreglo de calles, alcantarillado, iluminación y alguna casa abandonada que se reforma y sirve de local de reuniones o baile si es necesario en las fiestas patronales. Creo que si muchos ecologistas y mochuelos urbanitas supieran estas cosas, el que fuera un poco coherente, no volvía a dar la lata.

Empezaba a caer la tarde y de camino a un observatorio marchábamos a buen paso y charlando, cuando mucho antes de llegar, al otro lado de un regato, al final de una siembra había una pelota de más de 30 entre machos, hembras y chotillos. De milagro no nos vieron, seguramente porque el sol estaba muy bajito a nuestras espaldas. El ruido del arroyo apagó el de nuestros pasos y comentarios.

Había un macho imponente de capa negra y fabulosos cuernos con la forma de avión, típica de la zona. Me invitaron a seguirles, pero yo tuve claro que desde ahí iba a disfrutar del lance perfectamente y además no iba a hacer ruido ni estorbar. Ellos se aproximaron aprovechando un cauce seco muy profundo. Hicieron la asomada lentamente. Hasta que el macho bueno se descubrió de entre unos chaparros lo pasé fatal, pues a veces los chivos, jugando, daban carreras y saltos y eso contagiaba a la mayoría de las cabras, dando la impresión de que nos habían localizado de alguna forma y estaban emprendiendo la huida, pero no.

Una balita del 6x62 Freres del Blaser de José Luis impactó perfectamente en el hombro de aquel fabuloso macho al que solo le faltó un pelo para ser oro.

Comparte este artículo

Publicidad