Estuve en la avena…

…el otro día. En la avena que siguen plantando los que ahora son propietarios de un coto muy conocido por mí porque fui socio de él durante muchos años.


En realidad me acerqué al pueblo a visitar a Fidel el pastor, a Urbano y a otro par de lugareños con los que charlamos de caza de la de antes… Les pregunté si los cazadores actuales seguían plantando avena en la pieza de la encina grande y me dijeron que sí pero que apenas si les conocían porque llegaban, cazaban y se marchaban… Se empeñó Fidel en que me tenía que llevar un corderillo lechal para comerlo al horno en casa con mi familia y nos fuimos a la majada a por él. Mientras lo aviaba, y como la casa está dentro del coto, decidí darme un paseo y asomar la gaita a la avena, ya crecida con estas lluvias, que tantos buenos momentos me había hecho pasar. Los socios no estaban. Me fui andando dando un rodeo para asomarme por el sitio adecuado, con el aire en la cara. Me acomodé y no llevaba allí ni media hora cuando entró una marrana con cinco rayoncetes preciosos, gorditos y juguetones que, nada más oler la avena fresca, adelantaron a la madre y se zambulleron en ella con gran alboroto. En el cachito sin monte que hay desde los romeros hasta la siembra hay una veredilla que la toman muy bien porque es por donde se vacían del barranco de la Fuente Nueva. Las marranas paren ahí todos los años. El sol andaba que se quería poner y empezó a refrescar. Me iba a quitar ya cuando, de pronto, oigo un coche que se acerca por el camino de enfrente. Ya sabéis los que andáis por el monte que en realidad lo que se oye antes son las ruedas en el camino. Pues eso es lo que oí. Me quedé agazapado donde estaba por pura curiosidad ya que por ese camino circula poca gente… Paró el mindundi al borde mismo de la avena, aireando. Les pegó toda la «tufaratá» a los marranos que salieron como alma que lleva el diablo. Ni los vió. Paró el «chunda chunda» de la radio. Se bajó, abrió el maletero, se cargó un banquillo, un rifle, una manta y una enorme bolsa de deporte en la que cabía lo terrenal y lo eterno. Pegó dos portazos, puso la alarma al coche con el correspondiente «chuík, chuík», orinó y se metió en el sembrado a sentarse debajo de la encina… Salí de mi escondite a cuatro patas antes de que cargara el rifle, por si me soplaba un pildorazo, y salí de allí mascullando en arameo… Pero, ¿qué querría matar el mastuerzo ése?… en fin… vivir para ver.
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