¡Castigo o venganza!

Son sin duda dos palabras duras, rotundas por todo lo que suponen, aunque sin comparación posible entre una y otra en cuanto a su aplicación.


Con el castigo vivimos prácticamente desde poco después de llegar a este mundo, y los métodos para corregir nuestros errores, faltas o delitos nos han acompañado desde la infancia en la escuela, o hasta a través del Reglamento de la Circulación, y al margen de lo que implica el Código Penal para situaciones más graves. Y si castigos puede haber de muy distinta índole, hasta divinos, la venganza es más un ajuste de cuentas, un desquite contra alguien por un daño recibido. Y hay quien dice que muchos aspectos de la venganza se asemejan al concepto de justicia, haciendo que la diferencia entre los conceptos de venganza y justicia sean muy difusos. Pues bien, todo esto viene a cuento porque cada día que pasa me da la sensación de que quienes nos relacionamos con las armas LEGALMENTE hemos debido cometer alguna cosa muy mala y gorda para que nos sacudan como lo hacen, o bien ese hecho haya sido todavía más doloso y terrible y nos hayamos ganado toda una venganza. Se han cumplido 45 años, que van siendo años, desde que tuve mi primera licencia de armas y desde entonces la fui obteniendo de todos los tipos y categorías, cumpliendo, evidentemente, con todas las normas y requisitos que la Administración me exigía para ello —que eran cada vez más—, resultando palpable que el control, hasta la presión, iban gradualmente en aumento con el paso de los años y, curiosamente, con la implantación de la Libertad y la Democracia. Pero bien está mantener a los malos lo más lejos posible de nuestro ambiente, el que ocupan quienes cumplen con sus licencias, sus revistas de armas, sus armarios acorazados y todo lo que se exige para poseer las armas con absoluta legitimidad. Lo malo, lo peor quiero decir, es cuando auténticos terroristas y asesinos hacen de las suyas y el terror y las víctimas que causan sirven de excusa para que representantes del pueblo —y me refiero a las comisiones creadas en el Gobierno de Europa—, aprovechen vergonzosamente la espantosa situación para intentar meter en el mismo saco a los ciudadanos legales con los terroristas con el fin de eliminar la posibilidad de poseer armas, derecho que obtienen —obtenemos, quiero decir— desde sus respectivas legislaciones. Y hasta resulta demoledor y vergonzoso comprobar cómo algunos de los que defienden ese planteamiento igualatorio, demuestran no tener ni la menor idea sobre lo que están hablando. Y menos mal que sí existen los parlamentarios que saben de qué va este asunto, o hasta los que se informan y se dejan asesorar adecuadamente, sólo con la verdad y el sentido común por delante. Incluso las armas inutilizadas van a llevarse un palo que significará su práctica desaparición como objetos coleccionables, y el tema tiene tanta trascendencia que mejor que esbozarlo aquí y ahora, pienso más adecuado dedicarle la extensión que se merece en nuestro próximo número. Parece ser que en los últimos atentados terroristas en Europa se emplearon algunos fusiles AK que habían sido reacondicionados desde su situación de armas inutilizadas, de lo que me alegro infinito si uno fue el que no le funcionó a uno de estos asesinos en un tren, y otro que también se paró impidiendo que el terrorista matara a víctimas en la terraza de una cafetería de París. Y, pese a todo, de acuerdo con limitar en gran medida el acceso de cualquiera a las armas inutilizadas, pero por eso mismo quienes en España han obtenido una Autorización Especial de Coleccionista de Armas deberían contar con un poco más de consideración por parte de las autoridades. Pero el mes que viene más.
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