Herramientas tabú

El debate social sobre la consideración que deba otorgarse a los espacios protegidos sigue abierto y en plena efervescencia en los cinco continentes. Y no porque se cuestione su propia existencia, algo que parece asumido a nivel planetario, o por falta de acuerdo en los objetivos que se pretenda alcanzar con ellos. El desacuerdo se centra, como bien sabemos, en cómo hayan de gestionarse esos espacios, con qué criterios y con qué prioridades.


Para limar tales asperezas, sangrantes a veces, y tratar de llegar a acuerdos internacionales que hagan posible una política común eficaz respecto de la protección de la biodiversidad y el medio ambiente, se convocan periódicamente grandes reuniones de expertos de todo el mundo, de las que cabría esperar, cuando menos, que la ciencia por un lado y el estudio y conocimiento de la realidad por otro, dieran sus frutos y permitieran mejorar la eficacia de las políticas medioambientales. Por un mera cuestión de lógica. Pero da la sensación de que hay posturas radicalizadas que, de espaldas a una realidad que se niegan a mirar de frente y haciendo uso partidista de una simil-ciencia de andar por casa, tratan de torpedear aquellas herramientas de gestión que su particular ideario no acepta. Huelga decir que la caza (controlada y sostenible) es una de esas herramientas tabú, inaceptable por principios de no sabemos muy bien qué índole, si ética, estética, moral o mezcla de todas ellas. Leamos la conclusión de la mesa Áreas Protegidas y Caza y Pesca Sostenibles, en la que participaron entre otros la IUCN, FAO y el CIC, celebrada en el seno del Congreso Mundial de Parques 2014 celebrado en Sidney: «La caza y la pesca sostenibles, incluida la cetrería, como parte del manejo de áreas protegidas, tienen la capacidad de apoyar los medios de vida y culturas, aumentar la seguridad alimentaria, generar ingresos, mantener números de la fauna dentro de la capacidad de carga ecológica y social del medio ambiente, y constituir apoyo local crucial para la conservación de la biodiversidad y los hábitats». Es un mensaje claro y des–ideologizado que no deja demasiado espacio a la especulación ni a interpretaciones: la caza es una herramienta de gestión de los espacios protegidos muy a considerar, y por razones varias. Leamos lo que dice Ecologistas en Acción —por poner un ejemplo de organización autoproclamada ecologista y preocupada, ante todo y sobre todas las cosas, de la conservación—, en su página web a propósito de cierto contencioso que mantiene con la Federación de Caza Andaluza: «(…) no nos gusta la caza lo más mínimo, nos gustaría que no existiera esa cruel relación con la vida, la naturaleza y la ética y deseamos que más pronto que tarde desaparezca definitivamente como ‘diversión’ humana». Mensaje también claro, pero tendencioso, de fuerte carga ideológica y hermético al diálogo. En ese texto al que aludimos, al referirse a los cazadores dice cosas como: «(…) los millones de animales que matan cada año por diversión, los ecosistemas mediterráneos que están deteriorando con la sobrepoblación de grandes mamíferos en fincas valladas, las especies que han contribuido (y contribuyen) a llevar a la extinción o los usos ciudadanos lúdicos y laborales que han desplazado del campo». Si usted tiene una finca de caza, y no digamos ya si esa finca está integrada en un espacio protegido, va a tener difícil poder llegar a entenderse con este tipo de «salvadores de la naturaleza», y ni se moleste en explicarles lo que usted, o sus antepasados, hicieron por mantenerla en tan excelente estado de conservación como para declararla protegida o protegible.
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