Lobos o leones

El lobo ibérico y el león africano, siendo muy distinta su consideración y su situación actual, tienen no obstante algo en común. Están en el vértice de una polémica en la que confluyen el mito y la realidad, la conservación y los intereses económicos; gestión, política, ecología y economía. Todo un cocktail.


Ambos comparten también que son animales de leyenda, sendos mitos: uno de fiereza y nobleza, el otro de astucia y crueldad. No tienen más enemigo que el hombre y para mayor abundamiento coinciden en el hecho de haberse convertido en auténticas banderas de la ecología. Pero decíamos que su situación es distinta. Mientras el lobo español está protegido y en expansión, después de haber superado una situación próxima al exterminio cuando era considerado una simple alimaña, el león salvaje africano está en franca recesión, hasta el extremo de poder ser considerado en trance de extinción de no invertirse la tendencia de los últimos años. También por contra, nuestro lobo provoca cada vez más daños a la ganadería, en tanto que el león causa cada día menos y en algunos países, por desgracia, ya ninguno. Finalmente, mientras en España la caza del lobo o está prohibida o se contempla como una mera alternativa de gestión del entorno, la caza del león se mantiene como caza de trofeo en varios países africanos y sobre ella se levanta un negocio que alcanza considerables proporciones, fundamentalmente en Sudáfrica y merced a su controvertida cría en granjas. El hecho de que la Comisión de Medio Ambiente del Senado español, presionada por la situación que vive la ganadería extensiva de cada vez más zonas castellano-leonesas, aprobará por unanimidad una moción para considerar al lobo susceptible de medidas de gestión al sur del Duero ha provocado numerosas reacciones. El Ministerio pide tranquilidad, baraja alternativas y promete más información antes de aventurarse a solicitar que el Canis lupus sea considerado especie cazable, porque no quiere incomodar a los ganaderos, aburridos de tanto ataque, tanta promesa y tanto papeleo, pero tampoco perturbar a los defensores del lobo y su proceso de expansión y reconquista de los que fueron sus antiguos territorios. La Federación celebra la iniciativa porque, partiendo de la idea de que los lobos lo que necesitan son amigos y no enemigos, sostiene que una caza controlada y a precios de mercado beneficiaría primero a los lobos y después a los ganaderos, que los verían como fuente de riqueza en vez de amenaza. Los ganaderos, más escépticos, restan importancia a la iniciativa, porque —afirman— falta eficacia. Y razones tienen: donde ya es especie gestionable da cada vez más problemas, por la sencilla razón de que los cupos de caza establecidos no se cumplen. Ya saben, una cosa es la norma y otra el interés en su aplicación. Lo de siempre, las especies a proteger son de todos, pero su sostenimiento corre a cargo de unos pocos, ganaderos en este caso. El problema del león salvaje es más grave, porque no lo resuelve el dinero, ni el de las administraciones ni el de los cazadores de trofeo. Sencillamente se está quedando sin territorios que depredar y va vertiginosamente a menos. Urge tomar medidas, ¿pero cuáles? Tony Sánchez Ariño, conocedor como pocos de la realidad de la caza africana, postula una moratoria de tres a cinco años allí donde todavía se cazan (Zambia, Mozambique, Tanzania, Zimbabwe, Benin, Camerún, Namibia, RCA…), y que cada cual actúe según su conciencia con los ejemplares de granja que se ofertan en Sudáfrica o Namibia. ¿Es asumible por las compañías de safaris? Los ecologistas piden que EE UU prohiba la importación de sus trofeos, lo que daría en tierra con el interés de los norteamericanos por su caza (hoy son los principales adjudicatarios de las licencias), pero el Safari Club Internacional rechaza la medida porque supondría —dice— la desatención de los leones, una merma importante para las economías locales y un recrudecimiento de la caza furtiva. También la rechazan los criadores de leones de granja para su posterior caza como trofeo, que con semejante medida verían reducida su actividad a mínimos no soportables. A lo mejor el lobo necesita ser cazado con mesura para asegurar su coexistencia con el hombre. Puede que el león precise un paréntesis de tranquilidad para volver por sus fueros. Lo que parece claro es que una estricta e irrevocable prohibición de su caza sería el fin, tarde o temprano, para unos animales salvajes admirables.
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