Ladras y turismo

El corzo es un animal que no deja de sorprender a todos. Me acabo de enterar que en algunas zonas de España se están llevando a cabo campañas para rentabilizar como un recurso turístico más las ladras del corzo. En esto no se hace otra cosa más que seguir con la estela planteada por su primo grandullón, el ciervo y su berrea, que está empezando a movilizar cada vez más turistas de éstos de naturaleza y casa rural.


La verdad es que no me sorprende mucho el interés que por estos fenómenos silvestres tiene la gente del asfalto y hormigón, porque tanta es el ansia que tienen de atesorar algo natural, que cualquier cosa vale, ya que aunque nosotros los de campo este tipo de eventos los vemos con toda normalidad, no dejan de ser espectaculares –en su sentido más directo de espectáculo- y más sabiendo que los bichos que ven asiduamente están encajonados dentro de la pantalla de su hogar. Sin embargo, la berrea del ciervo, para que sea gestionable turísticamente hablando, ha de basarse en lugares donde la densidad poblacional haga factible su aprovechamiento, y esto sólo ocurre en los espacios naturales protegidos y en tantas y tantas fincas privadas donde se reúnen las condiciones adecuadas, pero que por fortuna para sus titulares, su condición de privadas hace inviable tan singular actividad. Pero esta no es precisamente la situación del corzo. El corzo habita cualquier pegote de monte de Madrid para arriba, y no precisa de los cuidados que se prodigan a sus primos los ciervos, ni la protección de una gran propiedad para que se den en una cuantiosa población. En estos terrenos, que pueden ser cualquier coto municipal de Soria o Guadalajara, se pueden observar corzos, pero mucho me temo que sus titulares no van a tener forma de parar la avalancha de mochileros que se nos viene encima detrás de cualquier ladrido. Ya me veo pidiendo a los excursionistas que se echen a un lado para poder abatir ese corzo del pastizal, y a ellos enfrentándose a nosotros aludiendo que el campo es de todos y que pueden hacer lo que les venga en gana. Tras los seteros, los esparragueros, los de los quads, los de las motos todo-terreno, los de la tortilla y el balón de fútbol, vendrán los de los ladridos de los corzos a animar un poquito más la indolente vida del bicho salvaje de nuestros montes, pero me temo que tanto olor a tubo de escape embebido en los ropajes de sus visitantes los acabará por cansar, y se buscarán la vida en parajes menos accesibles.
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