Grandes Calibres

«Cada cacería tiene su picardía».


Este dicho, que nace de la sabiduría popular, va perdiendo poco a poco validez. A lo largo de mi vida como cazador observo cómo han ido cambiando, en términos generales, las mañas, modos y motivos para abatir piezas. Cuando empecé a “envenenarme” en el arte venatorio, las cosas eran distintas. Para recechar, por ejemplo, un venado o una cabra había que acercarse a distancias que ahora se han triplicado y cuadruplicado. Para llevarte a casa tres o cuatro perdices del mismo bando tenías que pegarte un palizón soberano detrás de ellas hasta lograr que se aguantaran y llegar cerquita para poder “bajar” alguna. Las prestaciones de las armas de las que disponíamos distaban años luz de las actuales. Nos vamos volviendo cómodos al amparo de lo que nos brinda el progreso. Ya no queda nadie, al menos no conozco a ninguno, que no busque y se aproveche de tal o cual cartucho que “tiene más llegada”, que no haya sacrificado el arte de acercarse a una pieza a cambio de un rifle con más potencia y buena rasante para sorprender al animal y ahorrarse la posibilidad de que nos “barrunte” y escape. Tan sólo los arqueros y los pescadores submarinos —que ahora también se llaman cazadores submarinos— conservan las esencias de ese oficio tan bonito que es el rececho. Incluso los furtivos, que no porque sea algo prohibido vamos a negar que existan, incluso ellos se han olvidado de esa difícil actividad. Han cambiado al tiempo que lo ha hecho el motivo para ser furtivo. Desde la necesidad de dar de comer a la familia al ansia de abatir trofeos sin pagar un duro. Y, para más INRI, son los que llevan las armas, visores y artilugios más sofisticados para matar por sorpresa. El rececho se va convirtiendo cada vez más en tiro al blanco. Asomarse a una peña y pegarle un tiro a un macho montés que está a trescientos y pico metros paciendo tranquilamente no tiene, para los antiguos cazadores, más secreto que algo de pulso, un buen visor y un buen calibre. Sólo el esfuerzo de subir a buscarlos lo complica pero hasta para eso disponemos de coches que nos alivian del esfuerzo y nos acercan un buen trecho a nuestro objetivo. Antes parecíamos indios haciendo aproximaciones… Y qué decir de la munición… Antiguamente los cartuchos eran todos parecidos. Si un cazador destacaba de los otros era por su habilidad. Hoy la mayoría lo hace porque tiene más dinero y caza donde hay muchos animales o porque dispone de mejores armas. En los viejos tiempos había que apañarse con lo que teníamos… estábamos más acostumbrados a fallar. Hoy, el cazador se toma muy a mal que se le vaya una pieza. Antes, era el pan nuestro de cada día, hoy andamos más confiados por el monte, sabiendo que, si vemos un bicho, tiene pocas oportunidades de escapar. Mi padre no hacía más que repetirme que a la caza había que darle la oportunidad de irse… Eso ahora no se entiende bien. No sé… eran otros tiempos… no había tantos cazadores… pero… eran de más calidad que ahora y de “otra pasta”.
Comparte este artículo

Publicidad