Hoy no he ido de caza...

…por primera vez, en varios lustros, me he tenido que quedar en casa. Los años no perdonan y antes, un «trancazo de gripe» como éste, no me dejaba a mí sin salir al monte. Peeeeero hay que conformarse.


Cuando me he puesto a escribir lo he hecho sin dejar de pensar que habrá gente, en este mismo momento, con el corazón a cien por hora oyendo entrar un cochino al puesto, besándose las manos por el tirascazo que le ha soltado al que yace allí cerca, maldiciendo en arameo por el que acaba de colársele o jurándose no volver a esta engañifla generalizada en la que se están convirtiendo la mayoría de las batidas de jabalíes. No hablo de las de «venados dos de cupo y jabalí libre» porque ésas son capítulo aparte. Hay algunas en las que en vez de abatir venaos más parece que se haya salido de caracoles… por el tamaño de las cuernas. Pero no es ése el asunto que me ha hecho sentarme hoy a daros la tabarra. La verdad es que ando ya algún tiempo queriendo meterle mano a comportamientos de algunos monteros, comportamientos que me sacan de quicio y que más parece que sus esposas les echan de casa… Y es que ahora, como ya no cazo, me dedico a observar a los demás… Empiezo por el que estoy convencido que, muchos que se autodenominan monteros, van al campo de merienda, de excursión. No van pensando en la caza. Llegan a la junta y hablan de dinero, de ropa, de vinos… Se atiborran a comer y a beber. No les ves nerviosillos en el sorteo, les da lo mismo un puesto que otro, lo único que les interesa es «si tienen que andar». Se montan en los coches cargados con un taco capaz de satisfacer el hambre de diez personas. En vez de buscar a su postor es éste el que tiene que andar voceando sus nombres porque no aparecen a la hora de salir a las posturas. Cuando llegan a la que les ha tocado en suerte no atienden a las explicaciones que les dan. Están más pendientes de bajar el macuto, el arma y la comida, amén del niño, la cantimplora, la ropa, los banquillos y un sinfín de accesorios que de saber por dónde van a llegar los perros o dónde están colocados sus vecinos. Ni siquiera se preocupan por saber de qué lado viene la cosa… Suele ser gente que tarda la de Dios en organizarse. Cargan el arma al cuarto de hora de haber llegado. Tienen el puesto como un mercadillo, ropa, súper-prismáticos, la vara, la comida, botellas de agua, el cuchillo de rematar caza africana, la petaca con el coñac, caja de balas… todo por el suelo. No se molestan en revisar el puesto, de buscar trochas que lleguen o pasen cerca de su postura, de comprobar su tiradero, de calcular por dónde le puede entrar el bicho y, si entra, dónde poderle tirar mejor. Se sientan en cuanto aterrizan y se ponen a comer y a beber… dejan las bolsas, generalmente de plástico, en el suelo y el viento se encarga de engancharlas en el primer matojo que se tercie… convirtiéndose a veces en magníficas espantas para los cochinos que les vayan a entrar… Allí las dejan, haciendo ruidito con el vientecillo… Están cómodamente sentados como podían estar en un banco al sol, de tertulia. Los ves, desde otros puestos, cómo les llegan los marranos, les sorprenden, les asustan. Se levantan como balas y les tiran cuando ya se han metido en el monte, sin apuntar, al tenazón, calculando la trayectoria del jabalí. Lo divertido es cuando luego les preguntas y te dicen que han tirado a tantos guarros muy difíciles… Que no han visto nada, cuando tú sabes que les ha entrado una piara que casi les tira del catrecillo… Recogen en cuanto llegan los perros. Están más preocupados de salir corriendo a sus casas para ver el partido que de quedarse un rato con la oreja tiesa a ver si le entra el macareno ese con el que han soñado para poder contárselo a los amigos… Dejan el puesto hecho un asquito. De regreso, te encuentras latas, botellas, colillas, vainas… Y lo malo es que, cuando estás tan a gusto comiéndote las judías, llegan contando lo que no está en los escritos, protestando porque no han visto los perros o porque el puesto era muy sucio… ¡¡¡Menuda tropa!!! Ver para creer…
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